William, al escuchar Dundee y Elaine en la misma frase, entró en corto. Ya era preocupante y difícil entender lo que le sucedía, porque, la verdad es que se sintió morir. Estaba confundido, molesto, cansado y sin paciencia para aguantar a Emma, que se prendió a él como una garrapata. Por lo tanto, cuándo sus padres lo invitaron a pasar la noche con ellos, sin dudar aceptó.
—Él puede venir a mi casa —se quejó Emma.
—Prefiero ir con mis padres —la contradijo William.
—Es mejor que esté con la madre —terció Logan—, ella sabe cómo consentir al muchacho.
Rosslyn sonrió y lo abrazó con cariño. Ella sentía miedo por él, lo amaba tanto, que estaba dispuesta a dar la vida por su hijo.
—Está bien —cedió Emma.
—El incendio fue manejado y extinto —informó Rob que estaba mirando su celular en ese momento.
—Es mejor que nos marchemos, William necesita descansar —dijo Alistair y añadió—: Mañana te espero, Elaine, un chófer estará a primera hora en el hotel —sonrió y miró a William—: si quieres saber algo acerca de la espada, también te espero.
«¿Cómo sabe lo de la espada?»pensó William, pero no respondió, solo atinó a afirmar con la cabeza.
Elaine imitó el gesto del muchacho y lo miró. William la analizó, aunque en la cabeza del hombre se estaba desatando una tormenta. Entre las palabras del padre de su mejor amigo y la incertidumbre que le generaban sus propias emociones, se sentía perdido, el no poder controlar lo que estaba sucediendo lo ponía de mal humor.
Las alarmas del radar de River se dispararon, avisando que había una loca a la vista, alguien con quien tener cuidado, sin embargo en su lista de prioridades primero estaba Rob, por el momento.
«Diversión luego preocupación, aunque esta noche no sucederá», reflexionó y en su rostro se dibujó una pícara sonrisa. Tan solo imaginar al hombre en esa falda a cuadros y sin camisa hacía que los colores se le subieran al rostro y una tibia sensación cosquillera en su vientre.
Cada uno fue por su lado, William con sus padres, Emma, muy a su pesar, a su casa y, Elaine, así como su amiga, River, fueron con Rob que las llevó al hotel. Al otro día sería otro cuento. La lectura del testamento tenía a las americanas en ascuas.
*****
Elaine se despertó muy temprano, no hizo falta que su despertador sonara. Observó el hermoso paisaje desde la ventana de su habitación, acababa de ducharse y vestirse para ir a desayunar, aunque no tenía hambre.
Miró a River que seguía durmiendo, no quiso molestarla, decidió que iría sola a la reunión con el señor Alistair. Fue al comedor del hotel, bebió un café bien cargado y se dirigió a la recepción para esperar al chófer enviado por el albacea. Con lo que sucedió anoche, lo único que tenía en mente era terminar con todo esto y regresar a su aburrida, pero tranquila vida.
«Pero nada volverá a ser como antes, aunque lo desee», recapacitó la muchacha.
Aún no podía creer que ya no necesitaría mirar la billetera rezando tener para la renta o la comida, aunque eso sí, seguía incrédula, mientras no firme el papel, todo podría ser falso. El viaje fue de lo más placentero, en el más profundo silencio, la muchacha disfrutó de la vista, recorrieron un angosto camino y, cada lado podía apreciarse el verde de los prados, ovejas y vacas peludas con grandes cuernos, eso llamó su atención.
Llegaron hasta un gran portón, forjado en hierro negro que se abrió de manera automática. Una gran construcción, se erguía frente a ella. Dos plantas de pura piedra al mejor estilo medieval, muy parecido a los castillos de cuentos de hada. Suspiró al sentir que el coche se estacionó frente a la entrada principal, empezó a arrepentirse de no haber traído a su amiga, se sentía intimidada por el lugar.
El chófer bajó, rodeó el coche y abrió la puerta. Ella no podía moverse, sentía que si se bajaba, al intentar caminar, sus piernas no responderían.
—Señorita Clifford —llamó un hombre en la entrada del castillo —. El señor Alistair la espera.
—Muy amable —contestó y se bajo. Caminó detrás del buen mozo que hizo de chófer.
«Todos los escoceses se ven bien, ahora entiendo la desentonada canción de River», recapacitó.
El interior del castillo era bellísimo, la decoración, los cuadros, las paredes, Elaine no tenía palabras para describir lo que sus ojos estaban viendo en ese momento, y si lo hiciera, tardaría años en explicar cada detalle del lugar, hasta el aroma transmitía una sensación de calidez, como si ese lugar fuese su hogar.
El sonido de los pasos de Alistair llamaron la atención de la americana, este se acercó a ella y estrechó su mano con fuerza.
—Señor Alistair, un gusto verlo de nuevo, y en mejores circunstancias —saludó Elaine.
—Digo lo mismo, señorita, el haberla encontrado después de tanto tiempo fue una gran alegría, es una lástima que su tío abuelo, que la estuvo buscando por tanto tiempo, no viviera para este momento —reflexionó el hombre mayor y se quedó mirando la nada por unos segundos.
Por un momento, Elaine, creyó ver tristeza en los ojos de Alistair.