Elaine, siguió al mayordomo. Mientras subía la ancha y hermosa escalera admiró los grandes retratos que colgaban de las paredes, hombres y mujeres ataviados con los trajes típicos escoceses en posiciones serias y elegantes eran los protagonistas de las obras de arte.
—Esta será su habitación, señorita Clifford —le informó el mayordomo al tiempo que abrió la puerta y acomodó la valija de la joven sobre un mueble.
—¡Por Dios, esto es más grande que mi apartamento! ¡Es hermoso! —exclamó emocionada y recorrió la estancia con la vista.
—Puede acomodarse, el vestidor está por ahí, le señaló una gran puerta a la derecha y el baño por allá —le mostró otra puerta a la izquierda—. Voy a hacer bajar la valija de la señorita Davis para que la acomoden en su habitación, que está cruzando el pasillo, frente a la suya.
—Gracias —Elaine pasó a la habitación y lo primero que hizo fue ir hasta el gran ventanal que tenía enfrente— ¡Hermoso!
«Cuando River vea esto y escuche que el mayordomo se dirige a ella como señorita, le va a dar un ataque de risa», pensó Elaine mientras miraba el jardín perfectamente cuidado.
Dejó de sentirse abrumada, esa sensación de temor se le había pasado y, aunque seguía sin aceptar que todo esto ahora era suyo, estaba más tranquila, se dejó llevar por los detalles exquisitos que le ofrecían el castillo y sus alrededores.
—El almuerzo se sirve a la una en el comedor diario, nos gusta la puntualidad —le advirtió el hombre y se despidió con una pequeña reverencia.
«Voy a necesitar un mapa para saber dónde queda el comedor, ¿cuántos comedores tienen estas personas?», se preguntó a sí misma.
Elaine se dedicó a acomodarse y luego recorrió un poco su nuevo hogar, y así hacer pasar las horas que faltaban para comer. Cuando su estómago, vacío, empezó a reclamarle, decidió ir en busca del remilgado empleado, todavía no pudo ubicar el comedor diario, a ella, los que había visto, le parecían igual de elegantes.
Luego del almuerzo se le ocurrió recorrer el jardín y los alrededores del castillo, el que sirvió la comida le comentó que contaban con caballerizas, le dijo que podía ir a dar una vuelta a caballo. Por supuesto, que ella, lo más parecido a montar en algo que hizo en su vida, fue en su vieja vespa. Sin embargo, le hacía ilusión subir a un caballo, siempre creyó que eran animales nobles, elegantes y poderosos, aunque estaba segura de que iba a necesitar lecciones.
Por un largo rato recorrió todo lo que pudo, hasta que llegó a un pequeño sendero que se dirigía a un bosque, por un momento analizó la idea de ir, de seguir y ver hasta dónde la llevaba, pero finalmente decidió volver al castillo, ya estaba anocheciendo, y no trajo consigo el celular, estaba segura de que en cualquier momento, River regresaría, y que lo primero que haría su alocada amiga será llamarla.
Llegó a la entrada del castillo, atravesó el pasillo principal y entró a un salón, se frenó de golpe al ver en la pared, sobre una gran chimenea, un retrato de un hombre y una mujer muy parecida a ella. La misma melena rubia, el mismo color de ojos, hasta su expresión se asemejaba a la de la joven, y el hombre también tenía un aire similar. Se acercó para ver más de cerca y admirar los detalles de la hermosa imagen , sus ojos fueron directo a sus collares, ambos tenían una medalla tallada en oro, una especie de árbol, estaba segura de que había visto el símbolo en algún lugar.
—Ellos son tus padres —le habló alguien desde atrás.
Elaine se sobresaltó, estaba tan concentrada que no escuchó cuando el hombre entró. Se giró y sonrió con nerviosismo. Al fin había encontrado lo que toda su vida buscó, se vio reflejada en alguién, se sintió parte de algo. Ni siquiera todo el dinero que había heredado podía compararse con el sentimiento que su corazón albergaba en ese momento, volvió la vista hacia la pintura y suspiró.
—¿Cómo se llamaban? ¿Usted los llegó a conocer? —indagó con curiosidad.
—Usted lleva el nombre de su madre, Elaine, y él se llamaba Dilan. Lastimosamente no tuve el honor de conocerlos —comentó con seriedad el hombre.
—Yo tampoco —murmuró ella con tristeza.
—Señorita, la cena se servirá en una hora. El señor Alistair me pidió que le avise que él estará aquí mañana para desayunar con usted. ¿Necesita algo?
—¿Cómo se llama usted? —preguntó la chica.
—Kilian —respondió el hombre.
—Un gusto, Kilian, llámame por mi nombre, por favor y, no, no necesito nada. Aunque, puede ser, ¿será que por aquí puedo comprar una moto? —dijo la muchacha.
—Como usted diga y lo de la moto, no sé, pero mañana puede preguntar al señor Alistar. Si todo está en orden, iré a disponer la mesa —respondió Kilian.
—Adelante, ya no lo entretengo, muchas gracias —dijo la muchacha y siguió mirando el retrato.
Tenía muchas preguntas, pero no le quedaba más que esperar hasta mañana. Cuando empezaba a preocuparse por su amiga, ella llegó y cómo era de esperarse, armó un show al entrar. Elaine corrió a la entrada y ahí estaban: Kilian, mirando a joven con una mezcla de temor y de reprobación. River, con los ojos y la boca abiertos y las manos sobre el pecho.