Había pasado una semana, William intentó de todo para deshacerse de la espada, pero esta siempre volvía y se incrustaba en su pecho, ya no tenía dudas de su inmortalidad, pero eso no implicaba que estuviera feliz con eso. Cada que salía herido, en realidad pasaba mucho dolor, sentía irse, su alma buscaba descarnarse, hasta veía la luz al final del túnel, pero algo lo sostenía y despertaba en la cama, con la espada a su lado.
Decidió irse lejos por unos días, esconderse de todos y de todo, no era su estilo, prefería enfrentar los problemas y resolverlos al instante, pero esto era diferente. Informó a su padres y a Emma que iría a la cabaña de la familia el fin de semana. La mujer, por todos lo medios intentó convencerlo de que la lleve con él, pero William necesitaba meditar, ordenar sus ideas, decidir qué haría de ahora en adelante, además, considerando su nueva condición, no podía casarse, sería injusto para Emma.
Por otra parte, imaginar lo loca que se iba a poner cuando termine con ella y vaya a vivir con otra mujer, porque, los demás verían esto como una traición. Creerían que dejó a su novia de toda la vida, a su futura prometida y esposa, por una forastera, que nadie sabe de donde salió, una arribista e interesada, que apareció de repente reclamando la herencia del viejo McKenzie. En su círculo social, las afiladas lenguas empezarán a hacer hipótesis fantásticas sobre la joven recién llegada. Así como se preocupaba por Emma, también pensaba en la pobre Elaine, que no sabía lo que le esperaba.
Se sirvió una raya de whisky, tomó asiento frente a la chimenea encendida, se perdió mirando el bamboleo de las llamas, que bailaban envolviendo a la leña, consumiendola, convirtiéndola en cenizas. Pensó que él era como esos trozos de madera y sería consumido por todo lo que le estaba pasando. Debía hablar con Alistair, además, no podía dejar tanto tiempo la empresa, menos en ese momento. Lo que más le molestaba era ir a vivir con Elaine, la arrogancia lo enceguecía, no concebía la idea de ser protegido por una mujer desconocida, y en todo caso: ¿Cómo le diría a Elaine? ¡Me vengo a vivir con usted!
«¡Qué locura!», pensó. Bebió el resto de alcohol en el vaso y miró la espada que descansaba contra la pared. Mañana a primera hora iría directo junto al padre de Rob. Su orgullo se vería mancillado, pero no le quedaba de otra y no podía seguir así. Se sentía cansado, enfermo, triste, confundido. Haría frente a Emma, le dolía pensar en el daño que estaba por causarle, la ilusión que ella tenía con el matrimonio se rompería en mil pedazos y, seguro que sus futuros suegros o, mejor dicho, ex suegros, tendrían mucho que decir sobre este asunto, puede que hasta rompan relaciones con su familia. Se fue a acostar, el sueño tardó en llegar, al final, entre cavilaciones y recriminaciones internas, se quedó dormido.
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Se despertó muy temprano, ni siquiera había terminado de despuntar el sol. Desayunó con rapidez y se despidió de los encargados de la cabaña. Fue directo a casa de Alistair. Al llegar bajó con él la espada. El hombre le abrió la puerta, ni siquiera tuvo tiempo de tocar el timbre.
—Te estaba esperando —le dijo y se hizo a un lado para que William ingrese.
—Quiero respuestas —exigió el joven, caminó con pasos fuertes hacia la sala de estar y añadió—: ¿Por qué no me puedo deshacer de ella?
—Es una pregunta que no tiene respuesta, solo es así, eres el elegido. Ahora debes aprender a usarla, y para eso estoy yo. ¿Ya decidiste lo de ir a vivir al castillo Dundee?
—Aún no, ¿por qué debo ir a vivir allí? Me vas a enseñar a usar la espada, con eso debería ser suficiente.
—¿Dónde dejaste el papel que te entregué? —Alistair respondió con otra pregunta—. Debes descifrar ese mensaje, y solo Elaine puede ayudarte, además, el castillo está en terreno sagrado, es el único lugar donde no pueden hacerte daño —le informó Alistair.
—¿Hacerme daño?
—Sí, matarte, hijo.
—No que soy inmortal.
—Es que no escuchas lo que te digo, solo otro inmortal puede matarte, y muy pronto aparecerá para arrancar de ti la fuerza y sabiduría que le hace falta.
—Espera, espera, me estás diciendo que todo este tiempo podrían haberse acercado a mí y arrancarme la cabeza ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Y ya hablaste con Elaine? ¡Dios! ¿Cómo que solo ella puede ayudar a descifrarlo?
—Bueno, ¿qué esperabas?, ¿qué te secuestre y te mantenga atado hasta que creyeras en mis palabras?, hago lo que puedo, William, pero si tú eres terco, ese es problema tuyo. Y no, no hablé de esto con Elaine, iremos juntos a darle la feliz noticia. No sabes de la diversión que te estás perdiendo, son muy efusivas las dos chicas, por decirlo de una manera elegante.
—¿Qué más necesito saber?
—Es importante que pernoctes en el castillo, cuando un inmortal duerme, es el momento que más expuesto está, más desvalido. Por lo tanto, intenta congeniar con la joven.
—Es demasiado Alistair, me estás pidiendo muchas cosas, y honestamente desafían la lógica.
—Eres insufrible, entonces, aquí termina todo, vete, haz lo que quieras, ya no voy a insistir. Eso que acabas de decirme, ya lo hablamos, soy pasiente, pero no estúpido —respondió con rabia el hombre mayor—. Y dicen que las mujeres son histéricas, creo que los que afirman esa tontería, no tuvieron el placer de conocerte, jovencito, sonso. Ya no me hagas perder el tiempo. —Se puso de pie y lo invitó a marcharse.