Mi querido, Harry

Suerte de ricos

“Una vez más la compañía Feumansel hizo de las suyas en cuanto a conquistar los corazones y la comodidad femenina. Su grandioso éxito no solo llevó al director de la empresa, Harry Feumansel a la fama, sino a expandir sus franquicias a países del sur de Europa…”

Y la noticia fue abruptamente cortada por el pobre de Dante Roller, un hombre de cabellos dorados como un río que ondula sus aguas, ojos claros como el cielo del campo y piel blanca la nieve que cubría las calles de Nueva York en aquella época. El frío mantenía sus orejas, la punta de su nariz y sus mejillas de color rojo, pues era alérgico al cambio de estación, aunque para ser diciembre, podría decirse que estaba enfermo por el clima. La suerte de Dante siempre fue la peor de todas; se consideraba el hombre más desafortunado del mundo, porque nunca vivió algo verdaderamente bueno o al menos siempre veía el lado malo de la situación.

En esta ocasión ver el maravilloso éxito de un hombre al que solo conocía mediante las noticias que salían hasta la sopa, lo llenaban de envidia y envidia de la mala, de esa en la que uno llega a enfadarse con todos y desea destruir todo lo que ha hecho esa persona a quien envidia. Tratar de desquitarse escribiendo poemas que subía en un blog comenzaba a ser algo en vano. Visitar la compañía en la que ese tal Henrry se encontraba era una buena idea, descabellada, pero buena. Claro que no iba a golpearlo, solo se desquitaría gritando y quizá llorando. Desde que Dante tenía memoria, nunca fue un hombre de desquitarse con golpes, creía que las palabras resolvían mejor las cosas.

***

Por la mañana tomó su ropa más abrigada, su gabardina y una vieja bufanda que pertenecía a su difunto padre, y que se le fue otorgada a los cinco años. Antes de salir de casa, observó la pila de facturas que reposaban sobre su sucia mesa del comedor, aunque solo tuvieron ese tipo de contacto, pues se quedaron ahí.

Con pasos apresurados, Dante tomó el primer taxi que se estacionó frente al edificio lleno de departamentos en donde vivía. Le indicó al chofer que iría donde Feumansel Company.

“¿De verdad voy a reclamarle por sus grandes logros al líder de esa empresa?” se preguntaba Dante a lo largo del camino, cada vez con más frecuencia y esto hacía templar sus manos. Ayer eso fue un pensamiento y hoy parecía ser un estúpido impulso del que se arrepentiría a mitad del camino. Sin embargo, no hubo tiempo para retroceder, cuando menos lo esperó, ya estaban frente a la compañía.

Tras pagar su pasaje y salir del auto, sus piernas dejaron de responder “¡Sí que estoy haciendo una estupidez!” pensó el hombre de los cabellos dorados y tragó saliva. Sus pies se arrastraron por el pavimento hasta llegar a la entrada del edificio y luego a la recepción.

—Bienvenido a Feumansel Company, ¿puedo ayudarlo con algo? —preguntó la recepcionista.

—Oh, sí… —murmuró Dante, desviando la mirada hacia abajo — ¿Podría contactarme con el jefe de aquí? Harry… Harry Feumansel.

La mujer ordenó sus lentes y lo observó.

—¿Tiene una cita?

—De hecho, es más bien un impulso.

—Señor, no puedo permitirle ver al director si no tiene agendada una cita.

Sí, en definitivo fue estúpida la idea. ¿Cómo iban a atenderlo si ni siquiera contaba con una cita? Llegar al lugar como si fuera un empleado de ahí o una persona importante fue vergonzoso, pero tenía orgullo. Quizá no iba a rogarle o a gritarle a la recepcionista, sino que esperaría a que ese tal Harry saliera de ahí y se desquitaría.

Esperando por más de horas fuera de la Compañía, Dante distrajo su mente yendo a comprar comida, visitando el baño o escribiendo en las notas de su teléfono móvil. Para cuando la noche cayó, sus nervios crecieron. La persona a la que esperaba saldría pronto y así fue; 20 minutos más tarde, cuando la nieve comenzó a caer, Harry Feumansel salió del edifico acompañado de la persona que parecía ser su secretario, hablaban de asuntos nada importantes para Dante.

Harry era tal cual como se veía en televisión: un hombre apuesto de al menos unos 32 o 35 años, cabellos castaños, sonrisa despampanante, piel blanca que aparentaba ser suave y ojos oscuros con un destello de luz.

—¡Oye, tú!  —exclamó Dante, sorbiéndose los mocos y acercándose a su víctima— ¿Quién te crees que eres?

—Harry Feumansel, ¿quién más podría ser?

—¡Sí, claro! ¡Harry lo–que–seas! ¡Me tienes hasta la coronilla! Siempre estás de aquí para allá, presumiendo lo que haces y lo que piensas hacer. ¿Qué no te cansas? Es tan molesto que pretendas ser el mejor de todos con lo que haces. Eres un fastidio para la humanidad. ¿Qué insinúas vendiendo ese tipo de productos? ¿Qué conoces los cuerpos de cada mujer mejor que nadie? ¡Debes ser más virgen que…!

—¿Qué tú? —Harry sonrió.

El secretario trató de alejar a Dante sujetándolo de los brazos y haciéndolo retroceder, este solo se forcejeó mientras balbuceaba y Harry esbozó una pequeña risita.

—Déjalo, Adam, déjalo que continúe. ¿Qué más?

—¡Deja de meterme a mí en esto!

—Estás hablando de mí, lo justo es que hablemos de ti también. ¿Cuál es tu problema? Si te molesta el tipo de persona que soy, ¿para qué sigues viendo información sobre mí?

—¡Porque los medios no paran de hablar de ti! No puedo voltear a ningún lado sin que esté tu cara impregnada a una pared, una pantalla o en la conversación de alguien. ¿Te parece satisfactorio?




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