Mi querido, Harry

Admirador(a) secreto

Teniendo en mente que sería un día más tranquilo que todos los anteriores, Dante se encontraba detrás de la caja, aguardando por clientes. Atendió a varios antes de la intromisión del secretario de Harry, quien hasta entonces desprendía un aura diferente a la de las otras veces. Sí antes tenía aires de un sujeto manso y fácil de manipular, pero feliz por ello, ahora se veía como un hombre manso y fácil de manipular, feliz por ello, pero apenado por sus sentimientos. Sí las sospechas del poeta no se equivocaban, el cambio se debía a la cena de ayer y, sobre todo, a la conversación que tuvieron en casa.

Primero lo atendió como a cualquier persona, sin embargo, sabía que algo inusual se vendría después de que le entregara su paquete de comida y así fue.

—¿Recuerdas la conversación que tuvimos en tu casa? Anoche, cuando me ofreciste un vaso de agua cerca de la media noche.

—Ya, no tengo Alzheimer para que me des tantos detalles. ¿Qué necesitas?

—Estuve pensando en ello toda la noche y no lo sé…

—Amigo, no dejes que algo así te mortifique. O se lo dices o mejor lo olvidas.

—¿Y qué crees que he estado haciendo todo este tiempo? No puedo olvidarlo.

Dante suspiró.

—Entonces dile lo que sientes. No esperes ser correspondido, pero por lo menos sentirás que te quitaste una grandísima carga de los hombros.

—¿Y cómo se lo digo?

—Ten en cuenta si le gustan las cosas detalladas o no. ¿No dijo que era un amante a la antigua? Entonces escríbele algo, porque una serenata será demasiado pretenciosa y arruinarás toda tu vida.

Y así estuvo dándole consejos todo el tiempo en el que no atendió a nadie. Adam los anotó en una servilleta —o al menos las palabras calve— y los leyó de camino a Feumansel Company. Entre todas las opciones que escuchó todo el día, le pareció conveniente la idea de escribirle una carta anónima.

En sus ratos libres de trabajo, optó por comenzar a ensayar la escritura de su carta con un lápiz seminuevo que se encontraba en su escritorio, escribía en hojas usas mal impresas. Su problema no era expresar sus sentimientos, sino la fluidez con la que lo hacía. Cuando tuvo la oportunidad de enseñarle a Dante en persona las 50 cartas de amor que escribió, todas sonaban demasiado formales que parecían irreales. Comenzaba a hacerse la idea que todo aquél que pisara la compañía con fines de trabajo, quedaría bajo la maldición de ser pésimo expresándose en una hoja de papel.

Por ser amigos, no le exigió una paga, solo que, por favor, fuera lo más honesto posible al hablarle de su romance.

Hubo muchos borradores a lo largo de los últimos días. Incluso estuvieron en contacto todo el tiempo en el que el secretario los acompañó a vacacionar con los Feumansel, bajo la excusa de tenerlo al tanto en el mundo empresarial—cosa que molestó a Eleanor—. La carta oficial para la confesión terminó de escribirse hasta el 2 de enero del 2022, sin embargo, no fue entregada. Adam esperaba el momento adecuado para dársela y según los consejos de Dante, era mejor entregársela una semana después del aniversario. Y hablando sobre el aniversario número uno de Harry y Eleanor, a duras penas Dante pudo entregarle varios poemas que sonaran honestos para que el director de la empresa cumpliera su sueño.

Las cartas a D. Roller se terminaron tan pronto como el cheque con el pago final llegó a sus manos. Las visitas de Adam al restaurante disminuyeron con el paso del tiempo. Esa sensación de tener amigos de verdad con los cuales podía hablar de cosas triviales se fue desvaneciendo. Aunque dijera que no extrañaba los embrollos en los que se veía inmiscuido, de verdad lo hacía. Los días se tornaron aburridos y monótonos. Su puesto como trabajador de medio tiempo en el restaurante expiró, no obstante, obtuvo un trabajo en el Call Center de la Línea de Crisis y Acceso de New York; no era un trabajo espectacular, ni tampoco recibía una cantidad fabulosa de salario, pero de cierta forma lo reconfortaba ayudar a personas con problemas de autoestima tan malos como para optar por pedir ayuda por teléfono antes de quitarse la vida.

Adam sabía bien en dónde trabajaba el muchacho de los ojos azules y cabello dorado, así que cuando sus turnos acabaron, salió de inmediato y esperó fuera del departamento de Dante hasta que este llegara. El cielo estaba nublado y lloviznaba para cuando se encontraron. Marzo había comenzado en la mañana y el día se consumió lentamente y aquel entonces.

—¿Recuerdas la carta que me ayudaste a escribir y que estuvo hecha hasta el 2 de enero, una tarde en la que llegué a tu antiguo trabajo?

—Tranquilo, amigo… no tengo Alzheimer para que me cuentes todo lo que ocurrió ese día. ¿Ya se la entregaste o por qué estás aquí?

—Lo hice ayer, no le puse nombre, solo se la entregué con el pretexto de que alguien en la entrada del edificio me dijo que se la entregara y que era algo de suma importancia. Él se extrañó y la tomó, luego la leyó. Yo… salí lo más rápido que pude, no fui capaz de dirigirle la mirada durante todo el día.

—¿Y qué más pasó?

Adam sacó de su gabardina un sobre igual a todos los que recibió Dante durante la escritura del poema y se lo entregó.

—No he sido capaz de leerla… tengo miedo de lo que contenga.




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