Mi querido, Harry

El Gran Gatsby

Su relación con Harry no podría mejorar o empeorar a este paso. Sí seguía manteniendo esa mentira y no revelaba demasiado sobre su persona, ¿qué tan malo o falso podría ser? Todo estaba bien. Tampoco era como si fuese a interesarse de manera romántica en él y si ello llegase a pasar, jamás sería correspondido, porque estaba casi seguro de que Harry Feumansel era del tipo de hombres que se convencían a sí mismos de que algo les gustaba por conveniencia o aceptación social o de parte de alguien y que, no importaba si le costaba años o toda la vida para lograrlo.

Y darle tantas vueltas al asunto, mortificarse y maldecirse a sí mismo por el asco de persona que era, pareció haber sido la receta para invocar a Harry el sábado. Le preguntó por mensaje si tenía el día de mañana libre para invitarle a desayunar. Dante aceptó y una vez más, Harriet le ayudó a arreglarse, también aprovechó para decirle a su vecina que esta vez le diría la verdad al pobre director de la empresa, porque no podía seguir ocultando algo así.

Por otra parte, para evitar que Adam lo siguiera o su esposa lo llenara de preguntas, les explicó que saldría a beber algo con uno de sus amigos de la compañía. Esto pareció calmarlos y que Harry pudiera abandonar su hogar sin muchas complicaciones.

Por primera vez en su vida, Dante le otorgó la dirección del edificio en donde vivía, pero no el número de departamento. Harry llegó en un Ferrari de color oscuro y lo recogió en la entrada. Como si fuera un desayuno prohibido, el hombre de cabellos castaños volteó a ver sus espejos, paranoico.

—¿Qué ocurre? — preguntó Dante.

—Tengo el extraño presentimiento de que nos vienen siguiendo.

 —¿Hablas de Adam? No lo hace. Le dije que hoy trabajaba hasta tarde y que por ello no podría verlo. Deja de preocuparte demasiado, me siento como si estuviéramos haciendo algo ilegal, pero solo vamos a comer como amigos, ¿no es así?

—Sí, sí. Comemos como grandes amigos. No hay nada por lo que los demás se enfaden.

—¡Así se habla! —El poeta sonrió— ¿A dónde vamos a ir?

—Estaba pensando ir a una cafetería a desayunar, queda algo lejos de aquí y también de la compañía, ¿no le importa?

—No veo por qué no.

En algunas partes del camino, Harry volteaba a ver a Dante, sobre todo sus blancas manos que eran bañadas por el sol y que reposaban sobre su regazo. Sus dedos eran delgados, pero no tanto como los de una mujer joven que aparentaba ser y lo mismo sucedía con la forma de sus brazos. Por un momento pensó que podría ser una extranjera.

—Y dígame, ¿nació aquí?

—Por supuesto. Nací en New York, pero mi familia se mudó a Vancouver hace algunos años y yo preferí quedarme aquí…

Dante volteó a verlo, el reflejo de sus ojos desbordaba una tenue sensación de culpabilidad o tal vez abandono. Harry volteó a verlo por un par de segundos.

—Creí que era extranjera. ¿Qué le encantó de New York que le hizo quedarse?

—De extranjera no tengo nada. Mi familia y yo no nos llevamos del todo bien, es por eso que preferí quedarme aquí y no seguirles el paso. Supongo que se preguntará el por qué y la respuesta es demasiado absurda…

Una vez más, Harry volteó a verla por un efímero momento y buscó un lugar dónde estacionarse. No estaban ya del todo lejos del restaurante, sin embargo, lo hacía para poder prestar mejor su atención.

—¿Llegamos?

—No. Pero creo que es mejor que me estacione para creer o no por mí mismo si la respuesta es demasiado absurda.

—No es necesario que se estacione, seré breve.

—No prometa ser breve, no lo sea, por favor. No me molesta en absoluto tener que escucharla por mucho tiempo, ni me irritaré.

Dante inhaló hondo y enlazó sus propios dedos, procuró ser lo más honesto, aunque por temor siempre se refirió a él mismo como una chica. Su vista siempre estuvo clavada sobre sus manos, su voz bajó de volumen y hacía pequeñas pausas.

En su familia quien siempre se encargó de traer el pan a la mesa fue su madre, su padre siempre fue enfermizo debido a que carecía de defensas naturales; se encargaba de todo en el hogar y, por ende, del cuidado de Dante y su hermana mayor.

Cuando Dante cumplió cinco años, a mediados de esa edad, enfermó de varicela, después contagió a su hermana y por último a su padre. Su hermana Denisse, al recuperarse terminó con secuelas de la enfermedad, cicatrices por la picazón. Su padre murió dos semanas después de contagiarse; les dejó unos guantes a Denisse y una bufanda a Dante. Tal acontecimiento marcó la vida de la familia, los hizo madurar rápido, sobre todo a la hija mayor, quien tuvo que encargarse de su cuidado. La relación entre los tres se volvió un tanto tensa y con frecuencia veían a Dante como el culpable de las posteriores desgracias que los hizo perecer hasta convertirse en una familia inestable en todos los sentidos. Manteniendo esa incómoda relación, crecieron y se volvieron cada vez más distantes.

El poeta empezó a interesarse en la literatura a los 8 años, a los 12 comenzó a escribir poemas, mientras que su hermana mayor dedicaba su tiempo para estudiar medicina en una universidad de prestigio. A los 18 decidió estudiar Lengua y Literaturas Inglesas y tal decisión perjudicó aún más sus lazos con su familia. Su madre quería lo mejor para el futuro de los tres, ya que ella había contemplado que vivieran juntos hasta el final de sus vidas, mientras que su hermana se llenó de vergüenza, rechazaba la idea de tener un hermano que se dedicara a una carrera “insuficiente y de poca demanda”.




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