Mi querido, Harry

Nadie necesita saber

Forcejear bajo discreción para liberarse de ese gesto falso de amor al que todos conocemos como beso, fue en vano por cada segundo que transcurría, pero tampoco fue como si Dante hubiera correspondido; podría decirse que solo se resignó y se dejó. Ni siquiera duró más de un minuto o fue apasionado. Si se tuviera que describir a ese beso con una sola palabra sería “cutre”, quizá porque era la primera vez en la que Adam besaba a alguien. Para cuando las fuerzas con las que el secretario sujetaba al chico que fingía ser su novia disminuyeron, Dante lo separó con un fuerte empujón; sus lentes se desacomodaron y los retiró, para así guardarlos en la bolsa de su suéter grande y bastante holgado.

—¿Qué crees que soy? ¿Un juguete? ¿Un pasatiempo o una herramienta para salvar tu integridad o poner celoso a Harry?

—Ni siquiera sé que es lo que estabas haciendo abrazándolo. Se supone que él saldría con su esposa en su tiempo libre, no tú. ¿Qué estás tramando? ¿Qué se enamore de ti? Tú mismo dijiste que el señor Feumansel no se fijaría en mí porque está casado y enamorado, ¿por qué se enamoraría de ti entonces? Aléjate de él, ¡déjalo en paz si no vas a seguir con el plan!

—Ni siquiera sé por qué seguimos con esto. Ya no trabajo para él y vine aquí para decirle la verdad, ¡pero no! Llamaste a Eleanor y arruinaste todo, y no me digas que no lo hiciste, porque tengo la certeza de que lo hiciste, tu cara lo dice todo. No quiero seguir con esto Adam, quiero dejar de mentirle porque somos amigos.

Adam soltó un pesado suspiro y rascó su nuca, enmudeció.

En el pecho de Dante se alojó el sentimiento de inseguridad e impotencia diferente al resto, esa clase de inseguridad e impotencia que se siente cuando estás enamorado o enamorada de la persona equivocada, de un demonio, de un lobo que hace lo posible por caber en las pequeñas pieles de una blanca oveja. No era la primera vez que sentía algo así, porque cuando esto ocurrió en el pasado, dejó en él una profunda marca que parecía haberse hecho con un herraje para marcar al ganado, un pretencioso herraje que dejó una elegante “N” y una “C” sobre su espalda inferior.

Sin haberlo notado, ya se desbordó un río de lágrimas de sus claros ojos que con frecuencia deslumbraban más de lo que lo hacía el sol en primavera y que ahora ese brillo no existía en absoluto. Se despersonalizó y su cuerpo que parecía no tener conciencia alguna de sus movimientos, retrocedió, hasta tropezar con la nada. Sus manos sostuvieron con fuerza el borde de sus mangas y todo ese ruido urbano que envolvía a New York como de costumbre, se congeló en el aire.

Los labios de Adam decían un mudo “¿Estás bien?” para Dante y todo volvió a su curso cuando este se le acercó para ofrecerle ayuda… o algo así.

Tan pronto como su mano se acercó a la cara de Dante, él retrocedió tan lento como si cargara una gran roca en su regazo.

—Aléjate de mí…

—Ya te dije que lo siento, levántate.

Hizo el intento de levantarlo, sujetándolo de los brazos, no obstante, Dante se reusó volviéndolo a empujar con fuerza. Se levantó por sí solo, no obstante, su pulso era pésimo. Quiso retirar los lentes de su bolsillo y volver a ponérselo y en ese momento, Adam hizo su tercer intento de acercarse, pero fue nuevamente evadido por el de cabellos rubios. Sus lentes se cayeron y alguno de ellos dos logró pisarlos para que se rompieran.

El secretario lo entendió, así que lo dejó ir. Dante parecía desorientado, aunque sabía bien a dónde iba, a su hogar. De camino a casa se encontró con Harriet, quien venía de hacer las compras.

La chica se le acercó con una gran sonrisa, pero el poeta se distanció.

—Qué frio —reprochó Harriet con respecto a la actitud de su vecino —. ¿Pasó algo?

—Solo… solo quiero estar solo.

Harriet bajó la mirada, apuntando a las manos del contrario y notando la suciedad de ellas.

—Vamos a mi departamento, hay algo que tengo que darte.

—Sí mi correspondencia llegó a tu casa, podrías haberla metido a través de ese pequeño orificio que queda en la puerta y el suelo…

—No es correspondencia, vamos.

Al llegar al edificio y entrar en el departamento de Harriet, le ofreció asiento. El poeta esperó por ese algo que nunca llegó, solo Harriet con unas toallas húmedas. La vecina se sentó a un lado de él, tomó sus manos y las limpió como si estuviera limpiando una taza de porcelana de colección.

—¿Te caíste? Ni siquiera llevas tus lentes puestos.

—Sí, algo así…

—No sé porqué creo que fue por esa reunión que tendrías con ese tal Harry. Sí reaccionó tan mal por esa mentira que le dijiste, yo misma voy a ir ahora mismo por él y lo dejaré sin dientes ni uñas.

—¡No, Harriet! —Él la tomó del brazo y sus ojos se aguaron— ¡Él no me hizo nada!

—¿Entonces? ¿Cómo explicas todo esto? Sé honesto conmigo. A mí no me van las mentiras.

Dante le contó todo, excepto lo de la carta, ya que ella sabía sobre la reunión. Harriet negaba de vez en cuando y sus labios siempre se mantuvieron en línea recta. Antes de que pudiera explicarle la razón del cómo fue que su impotencia e inseguridad se terminó convirtiendo en temor, rompió el llanto y se privó. Harriet lo envolvió en sus brazos sin pensarlo dos veces y sembró suaves caricias sobre el cabello del contrario, que poco después bajaron a su espalda. El húmedo rostro del chico estuvo todo el tiempo oculto en el pecho casi plano de su amiga y su suéter terminó mojándose, también siendo levemente apretado y arrugado.




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