Mi querido, Harry

La princesa y el sapo

Una semana más tarde del acontecimiento y por la noche, Adam visitó el edificio en donde habitaba Dante. En sus manos llevaba una funda beige de lentes. El problema no fue conseguir unos iguales, sino tener una buena excusa para su llegada, además, ¿qué tal si no quería verlo? Aún había tiempo para arrepentirse, así que se dio la vuelta y frente a él, estaba Harriet abriendo la puerta de su departamento, sin quitarle la mirada de encima.

La chica frunció las cejas y soltó un pesado suspiro.

—¿Vienes a ver a Dante? Sí te crees un buen novio de mentira, déjalo descansar.

—Vine a regresarle sus lentes.

Harriet apartó su mano de la llave, la cual se quedó enterrada en el picaporte y después se acercó a Adam. Con su dedo índice golpeó su pecho mientras hablaba, haciéndolo retroceder.

—Tú, grandísimo tonto, fuiste tú quien se apropió de sus lentes cuando pelearon. ¿Tienes idea de lo absurdo que es quitarle a un miope sus lentes? Dame eso, yo se lo entregaré.

Al hacer el intento de arrebatarle los lentes, Adam levantó el estuche tan alto que no pudiese tomarlo la contraria.

—Me los quedé porque él salió corriendo, a parte, son unos nuevos. Los pisé por accidente.

—¿Y quién me asegura que se rompieron por accidente y no fue porque le pisaste la cara o le soltaste un puñetazo?

—¿Lo viste llegar con un golpe en la cara o con cristales incrustados?

La muchacha guardó silencio y después de que Adam bajó el estuche, ella lo tomó con cuidado. Estuvo por avisarle que le entregaría los lentes —y aun así su alta desconfianza por el secretario no desapareció—, no obstante, Dante abrió la puerta de su apartamento y sin salir, los observó.

—¿Qué hacen peleando frente a mi puerta?

—Vengo a entregarte tus lentes. Lamento la demora.

—Oh, eso… Iré mañana a recoger mis lentes— mintió.

Harriet se acercó a su vecino, haciendo a un lado a Adam y le entregó el estuche. Sin dar demasiados detalles, le explicó que Adam le traía un repuesto, el secretario solo la miró en silencio un poco enfadado; sus manos terminaron en sus bolsillos y su mirada en el suelo, poco después murmuró que lo dejase hablar a solas con Dante y que, si ocurría algo bastante malo, el poeta gritaría. Harriet aceptó no muy convencida y los chicos entraron. Ella esperó un poco para poder apegar su oído a la puerta y escuchar.

—Lamento lo que ocurrió la semana pasada. Supongo que tenías razón… estaba algo celoso de la amistad que tenías con Hary, porque yo también quisiera ser así de cercano.

—Sí hablamos de cercanía, tú me ganas por mucho, al igual que la confianza.

—Claro que no. Él comenzó a mentirme desde que ustedes empezaron a ser más cercanos, creo.

—Te lo volveré a repetir: eres demasiado posesivo y egoísta, eso asfixia a cualquiera llegando a cierto punto. Déjalo ser de vez en cuando, no le va a pasar nada. ¿Cuántos años tiene? ¿Cuarenta? Ya no es un niño, deja de sobreprotegerlo. El amor y la devoción no solo se expresa así.

—Va a cumplir treinta y ocho.

Dante le observó extrañado.

—¿Y tú cuántos años tienes? Déjame adivinar, veintisiete.

—Cumplí treinta y dos.

—¿Estás hablando en serio? Creí que eras más joven y tu jefe más viejo…

—Supongo que es por el trabajo y con todo lo que tiene que lidiar a Diario. ¿Cuántos años tienes?

—Cumplo veinticinco en julio.

Adam asintió pensativo y en silencio. El poeta no tuvo otra respuesta que darle, así que lo siguiente fue un incómodo y largo silencio. Dante consideró meterse a su casa, acompañado de una ola de despedidas, cerrar la puerta y olvidarse de la existencia del secretario, sin embargo, sus planes se vieron frustrados cuando Adam volvió a retomar el tema principal.

—Lamento haberme tomado la libertad de besarte.

—Déjalo, ya fue.

Por otra parte, Dante asintió no tan convencido de su respuesta y sujetó el picaporte de su puerta, estaba a nada de lanzar esa oleada de despedidas y cerrarle la puerta, pero Adam detuvo la puerta, la volvió a abrir por completo y dio un paso adelante. El poeta pensó en algo como “este sujeto estará a nada de hacer o decir algo imprudente, de eso estoy seguro”, así que su vista terminó en el paraguas que yacía dentro de un pequeño bote alargado y que estaba a un lado de su perchero.

—Después de lo que ocurrió, la señorita Feumansel me llamó para que fuera a recogerla, pero antes de eso, poco después de tomar los lentes…

—¿Qué pasa con ello?

—Supongo que fue una reacción lenta la que tuve.

Adam levantó una ceja y ladeó la cabeza, luego intercambió de lugar entre la funda y el paraguas, mientras que el secretario se autoinvitó a pasar, caminando un poco nervioso por el lugar.

—Lo que quiero decir es que… —agregó— Sentí un hormigueo en el estómago tiempo después.

“¿En serio? ¿Luego de ese beso tan cutre? Sí que eres nuevo en esto”, pensó Dante.




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