Mi querido, Harry

Amor socialmente aceptado

El secretario estaba ahí parado frente a la nada y rodeado de todo al mismo tiempo. Entró en una profunda duda en si debía o no persistir con su presencia, luego le vino a la cabeza la idea de que tal vez el poeta quería dormir un rato más. Tampoco era como si tuviera algo que hacer, así que esperó hasta después del medio día ahí parado a un lado de la puerta, cuando Dante salió del departamento para comprar la comida. Al tenerse cara a cara, Dante sobresaltó.

—¿Qué carajos haces aquí? Harry se fue desde hace… ¡no lo sé! Ni siquiera sé a qué hora llegaron a mi departamento.

—Llegamos a las 7 am. Han pasado siete horas desde entonces.

—¿Y qué no tienes nada que hacer allá? Anda, vuelve a tu nido, pajarito.

—El señor Feumansel insistió con que me quedara aquí por si necesitabas ayuda, así que aquí estoy.

Dante lo miró irritado y pudo escuchar rugir el estómago de Adam. Golpeó su propia frente teniendo cuidado con no ensuciar sus lentes nuevos y por último tiró de la manga del secretario hacia el elevador.

—Me sorprende lo fiel que le puedes ser a un hombre. Es enfermizo.

—Es mi trabajo.

—¿Tu trabajo no se supone es ser su secretario? No su perro guardián. ¡Mírate! Estás en los huesos y tu estómago ruje más que el ruido que hace una licuadora —De su bolsillo extrajo un billete y se lo entregó—. Anda, compra algo de la máquina expendedora y vuelve a casa.

Adam sujetó el billete y le dio la vuelta, no rezongó e hizo lo que le pidió el rubio cuando el ascensor llegó a la planta baja, así consiguiendo un paquete de galletas; antes de que Dante se librara de él —o que hiciera el intento— le explicó que más adelante había una máquina para café que era gratis. El secretario se apresuró en llenar su vaso y su mirada se dirigía hacia él repetidas veces. La silueta del poeta disminuía de tamaño por cada paso que daba y caminaba rápido intencionalmente.

Luego de que su vaso fue llenado, bebió de este para que no se derramara en el camino y corrió. Consiguió detener a Dante antes de que entrara a un taxi

—¿A dónde vas?

—Voy a comprar ingredientes para la comida.

Adam lo empujaba sin tanta fuerza hacia el interior del taxi y entró seguido de él, después le indicó al conductor que se dirigían al supermarket.

—¿Y tú qué vas a comprar? —preguntó Dante.

—Te ayudaré con las bolsas.

—Puedo cargarlas solo, no compraré demasiado.

—Considéralo como parte de mi trabajo.

Dante recargó sus manos sobre sus piernas e inclinó su cuerpo hacia el frente, apenas abrió su boca, el secretario se le adelantó y le dijo “necesitas ponerte el cinturón” y lo abrochó por él. Dante puso los ojos en blanco y murmuró algo inentendible que posiblemente fueron algunas maldiciones contra la obsesiva necesitad de complacer de Adam.

—Adam, tengo una orden para ti.

—No trabajo para ti, no puedes darme órdenes.

—Oh, esta te conviene o le diré a tu jefe que gustas de él. Más vale que me escuches.

Adam tragó saliva.

—Baja del carro si estás haciendo esto más por órdenes que por gusto propio. No quiero que te quedes a mi lado por querer complacer a alguien fuera del trabajo.

El secretario lo miró de reojo y dudó por un momento de sus acciones porque sí, saldría del auto, aunque este estuviese rodando. Algo más detuvo su impulso de idiotez, que fue lo que ocurrió el otro día por la noche y esa fuerte presión constante en su pecho que era provocada por su corazón, volvió a aparecer.

—Sí estás dudando de tu respuesta y estás pensando en bajar del auto sin considerar cuán peligroso puede ser hacerlo mientras está en movimiento, te recomendaría que, al tocar el suelo, no dejes de mover tus pies hasta que creas que tienes el equilibrio a tu favor o de lo contrario, ¡serás el hazmerreír de todos allá afuera! Y quién sabe si alguien casualmente está grabando el paisaje… ¿Te imaginas salir en el video y volverte viral? Serías… —Dante movió sus manos como si abriera una clase de cortinas— “El secretario torpe de dos pies izquierdos”.

—¿Saltar? ¡Estás demente!

Respondió Adam con una indiscreta vergüenza; sintió que sus pensamientos fueron cruelmente leídos por su compañero. Cubrió su rostro con una de sus manos, dejando un hueco entre sus dedos para poder verlo de reojo por un momento. Tras bajar su mano, volteó a ver hacia su propia ventana

Dante volteó a verlo, esperando a que completara su respuesta o dijera algo al respecto, pero no fue así. ¿Eso significaba que venía al supermarket por gusto? En fin. Creer eso no le convencía demasiado, porque creía que al final del día pasaría lo mismo de la semana pasada.

Al llegar a su destino y bajar del taxi, Adam tiró su basura en un bote y caminó a un lado del poeta, no tardó en preguntarle qué tipo de ingredientes era los que estaba buscando para cocinar, a lo que Dante no supo responder con claridad, más que con balbuceos bajos e inentendibles, aunque de vez en cuando podían escucharse palabras como “cebolla”, “ajo”, “mantequilla”. El secretario cubrió sus labios con un extremo de su puño y cerró sus ojos mientras reía.




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