Mi querido, Harry

¿Qué perro crees que podría ser?

La mañana del fin de semana en la que había hecho Harry tiempo para Dante, fue completamente diferente a lo que es por lo habitual o bien, si hablamos de la atmósfera, porque los trabajadores de la mansión, la persistencia de Adam y el clima parecían ser los mismos. La diferencia que existía era entre el matrimonio.

Sí bien, toda la semana estuvieron pensando en esa extraña conversación que tuvieron en la cafetería. Fue curioso, porque los dos se decían a sí mismos cosas como “¿Por qué no se extrañó con esos planes?” o “¿Acaso tiene dobles intenciones?”. El desayuno pasó a fuerzas por sus gargantas, acompañado de conversaciones cortantes en forma de dagas. Quién sabe si en algún momento ese sábado antes de la salida se volvería un duelo de espadas tan mortal como el que Hamlet y Laertes tuvieron.

Entonces cuando Harry caminó hacia el patio trasero para despedirse de su esposa, quien tomaba un descanso en una camilla inflable en su piscina, bajo la sombra con la que Adam trataba de cubrirla —sí, él también estaba dentro a petición de la modelo—, fue cuando sucedió lo que el uno el otro esperaba que sucediera y que a la vez nunca se tocara el tema. Eleanor le pidió a Adam que fuera a la cocina a prepararle una limonada como pretexto y antojo.

—Creo que los dos no somos tan diferentes después del todo, Harry.

—¿Qué quieres decir?

—Te gusta la literatura y asistir a lugares extraños pero ñoños para culturizarte. A mí me gusta disfrutar de la modernidad y charlas divertidas sobre cosas absurdas para aprender de la sociedad.

—¿Pero…?

—Pero al final algo nos une y no estoy hablando del matrimonio. Creo que sabes a que me refiero… Únicamente nos conocimos bien medio año y ese tiempo no bastó; dijimos estar enamorados para que nuestras familias se sintieran bien consigo mismas y luego nos casamos. Claro, me hiciste sentir mariposas en el estómago con tus buenos tratos, tu carácter y tu personalidad y sin descontar lo bueno que eres en la cama. Supongo que tú también debes tener una buena imagen de mí y coincidimos con lo que te dije.

—Sí, concuerdo con lo que estás diciéndome, pero no entiendo a qué punto quieres llegar.

—Creo que esa emoción de estar enamorados o como quieras llamarlo, desapareció estos últimos cuatro meses. Noté la forma en cómo hablabas de D. Roller y cómo brillaban tus ojos. Sí no llamas a eso enamoramiento, entonces no sé lo que es, porque alguna vez me viste por un pequeño momento de esa manera.

—Y no soy el único, tú también ves así a mi secretario. Sí eso es lo que quieres decir, ¿entonces podemos afirmar que estamos juntos por aceptación social?

Eleanor separó su torso de la camilla inflable y bajó sus lentes de sol para poder verlo y sonreír, significando eso una respuesta positiva.

—Sí lo pensamos más a fondo, dudo que esos dos tengan una buena relación como pensamos y aunque la tengan, ¿qué importa? Sí se casan no van a durar más que nosotros. Sí nuestros sentimientos son correspondidos, divorciémonos el siguiente año para no hacer más escandalosa la noticia.

—Y supongo que sí esto no funciona, nuestro matrimonio deberá seguir.

Eleanor aceptó con la cabeza y los dos se despidieron murmurando “a discreción”. Un par de segundos después de que el director de la empresa entró a la mansión y se dirigió hacia la salida delantera, se encontró a Adam; le dedicó una sonrisa y unas palmadas en el hombro. Adam se derritió por dentro y fue con Eleanor, teniendo sus orejas sonrojadas.

Harry llegó silbando en su auto al parque central de la ciudad. Dante lo esperaba sentado en una de las bancas, estaba escribiendo seguramente algún poema o sus propios pensamientos en una pequeña libreta. Tan pronto como sus miradas se encontraron, sus ojos se iluminaron y se sonrieron el uno al otro. Dante guardó sus cosas y se levantó, luego caminó hasta él.

Seguido de una oleada de saludos con una indiscreta miel que era derramada de sus labios y que cubría los zapados de cada uno, así evitando que se movieran de ahí, Dante le sugirió que esta vez sería él quien le invitaría y pagaría todo lo que fueran a hacer, sin embargo, no sería nada tan lujoso o pretencioso como los lugares y las comidas a las que Harry estaba acostumbrado, ya que en realidad no conocía nada así además de los lugares a los que en el pasado fue invitado. Harry encogió los hombros sin preocupación alguna y aceptó.

A decir verdad, no salieron del parque. Ahí mismo hicieron de todo y la salida se realizó en el sur de Central Park porque según el poeta, era el sitio del parque con más atracciones. A pesar de que Harry llevara sus años viviendo en esa ciudad, nunca se tomó la molestia o el tiempo de recorrerlo correctamente o prestar atención a su alrededor. Primero fueron a The Pond y vieron el lago desde el puente, no obstante, los ojos de Dante reflejaban una gran necesidad de rentar un barco y recorrer por lo menos un pequeño pedazo del cuerpo de agua. Harry le propuso hacerlo, el poeta creyó que sus pensamientos fueron leídos, así que tomó la muñeca de su acompañante y corrió hacia el puerto en donde residían los pequeños botes; en el camino no dejó de balbucear anécdotas bastante viejas de las únicas veces que subió ahí con su padre y que, por cierto, fueron todas divertidas. No tenía duda alguna de que esta vez también lo sería.

Una vez abordaron, rieron sin razón alguna y entre los dos remaron. La fuerza de Dante desconcertó un poco a Harry, era casi igual, pero después le restó importancia. Al cabo de un rato las risas se volvieron canciones desafinadas que a ambos les gustaban, algunas de ellas fueron del musical que volvió a unirlos varias veces. En otras ocasiones Dante se atrevió a recitar alguno que otro poema de los que tenía en su libreta o que inventó en el momento. Harry lo acompañaba con aplausos. Eran como dos ebrios que en realidad estaban sobrios.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.