Mi querido, Harry

Última mentira

Abril se pasó en un abrir y cerrar de ojos. Las salidas se volvieron cada vez más frecuentes y la intimidad más fuerte a tal punto en el que soltar la verdad se convirtió prácticamente imposible de soltar. En cuanto a Adam y Eleanor, esa intensa tensión que creaba la modelo con sus coquetos actos, persistió; claro que se fue construyendo una intimidad entre estos dos, sin embargo, Adam se resistía a corresponder sus sentimientos debido a que su corazón seguía siéndole fiel al amor que construyó para Harry todos estos años.

Los primeros en partir de New York hacia sus vacaciones fueron la modelo y el secretario. Abandonaron la mansión al amanecer para llegar lo más pronto posible allá y el otro par salió después del medio día. Harry recogió a Dante para que no tuvieran complicaciones en el aeropuerto.

La emoción y los nervios que Dante desprendía durante el viaje fue casi única o bien, demasiado similar a la de un niño pequeño el día de su cumpleaños, cuando es llevado al centro comercial a que escoja su regalo y espera formado en caja, templando de la emoción porque dentro de poco podrá sacar el juguete. A Harry le pareció sumamente tierno, así que de vez en cuando volteaba a verlo con una boba sonrisa. Dante tenía momentos en los que hablaba del musical que irían a ver, sobre todo, le contaba sus partes favoritas, acompañadas de una descripción de lo que esas canciones en específico le hacían sentir, como Burn o Say not to this, también Stay alive (reprise), entre otras. Tal vez el director de la empresa no habló tanto como se esperaba, pero escucharlo lo mantenía atento y para nada aburrido.

Su plan era estar ahí cinco días, por tanto, no llevaban una maleta demasiado grande. Harry insistió con ayudarle a cargar, pero la terquedad del poeta rechazó siempre su amabilidad sin ser grosero, luego su mano fue tomada a propósito, no obstante, no negó caminar así algunas calles hacia el hotel donde se hospedarían.

Un lugar de lujo, sin duda alguna. Algo que podría esperarse de Harry y que hacía sentir una profunda culpa una vez más en Dante. Antes de que pudiera protestar por hospedarse en un lugar que no se merecía, el director de la empresa rodeó sus hombros y lo encaminó hacia el ascensor, así separando su brazo hasta que llegaron a las habitaciones. Le entregó la tarjeta con la que abriría y le dijo que le esperaba abajo en veinte minutos.

Dante no tardó casi nada en acomodarse en la habitación, ni siquiera lo hizo. Solo dejó la maleta cerca de la cama y se aseguró de guardar su dinero en un lugar seguro, junto a él. El resto del tiempo lo utilizó para mandarle una selfie a Harriet del lugar en donde se encontraba y ella respondió lo siguiente:

“Sí que te has llevado el premio gordo. ¿Esa es tu habitación? Es del tamaño del departamento.”

“No me he llevado el premio gordo, deja de decir eso. ¡Debemos ir juntos a Carolina del Sur algún día! Es algo caluroso.”

“¿Y qué tal la altura?”

“Hasta ahora me siento bien.”

Salió de la habitación cinco minutos antes de lo acordado. Para su fortuna, Harry también hizo lo mismo. Los dos salieron del hotel a comer algo antes de la función y fue poco después de la comida que Dante comenzó a tener los síntomas del cambio de altura, empezando con un dolor de cabeza que disimuló casi por completo para evitar que cancelaran los planes. Para ser honestos, si alguna vez le dijo a Harry que vio Hamilton en persona, fue una mentira. Tenía Disney plus por el capricho de ver el musical de manera legal. ¿Cómo desperdiciar tal oportunidad de verlos en persona por primera vez?

De camino al auditorio los mareos del poeta hablaron por él y le rogaron a Harry que caminaran, que ir en transporte podría ser peligroso —no quería vomitar frente a él—. Harry aceptó extrañado y en alguna de las calles encontraron una joyería. Los impulsos del empresario los llevó adentro y compró un par de anillos de plata junto con un par de cadenas de oro. Hizo un par de collares y colgó uno sobre el cuello de su acompañante. Viendo de cerca su cuello, pudo notar que la manzana de Adán de Dante resaltaba ligeramente más que la de una mujer promedio, tan solo un poco. En fin, le dio poca importancia un momento después y Dante impidió que se pusiera el collar, lo hizo por él.

Una vez entraron al auditorio las náuseas que tanto evitó llegaron. Ni el dolor de cabeza, ni los mareos impidieron que disfrutara del show a su gusto o que Harry lo notara. Esas dos horas con veintidós minutos y tantos segundos fue el mejor momento de su vida y nada podría destronarlo. Fue como un sueño hecho realidad a base de mentiras que valía la pena vivir en carne y hueso. Aquellos sentimientos que tenía con solo escuchar el disco o ver el musical en la televisión eran más fuertes viendo a los actores en persona. Las lágrimas no faltaron en los momentos más oportunos, ni el pañuelo de Harry. Todas sus fuerzas y su gran voluntad para vivir el momento se desplomaron por completo tras abandonar el auditorio por la noche. No le pidió permiso y se enganchó a su brazo para evitar perder el equilibrio o torcerse los pies con los zapatos de plataforma que llevaba puestos, no porque no supiera andar con ellos, aprendió a usarlos estos últimos meses, sino porque era incapaz de caminar en línea recta.

Harry babeaba por el acercamiento que tuvieron ese día, sin embargo, cuando bajó la mirada para ver el agarre de su compañero, notó que su mano lucía un pálido azulado. Rápidamente deshizo el agarre y descubrió el rostro de Dante, para después colocar sus manos en sus mejillas —que también perdieron el rojizo color que las caracterizaba—.




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