Mi regalo navideño, tú

CAPITULO 3

El sol entra por la ventana pegando en mi cara anunciando un nuevo día y hace que me remueva en la cama, no tengo nadie al lado, está claro que se ha marchado y estoy sola.

Destellos de recuerdos de lo que pasó anoche entre nosotros hace que me incorpore de golpe en la cama. Sonrío cuando me doy cuenta que sigo en su cama y además estoy desnuda.

Sé perfectamente lo que pasó anoche, unas gotas de sangre en las sabanas me lo recuerdan, quizás no estaba en todos mis sentidos pero me alegra tanto haberme entregado a Eric por primera vez.

Me levanto perezosamente, me voy vistiendo para ir a la perfumería recojo las sábanas y las llevo al cuarto de lavado, metiéndolas directamente en la lavadora.

Recuerdo de anoche cada palabra, cada beso y cada caricia que le daba a mi cuerpo, y no, no me arrepiento para nada.

Hubiese sido mejor amanecer a su lado, pero está claro que el deber es lo primero, se ha tenido que marchar abrir la perfumería. Espero que él no se arrepienta de esto.

Al poner sábanas limpias en la cama veo una nota en la mesita, la letra es de Eric.

«Lamento muchísimo lo de anoche, pero no te preocupes, haremos de cuenta que nada ha pasado, seguiré siendo el mismo contigo. Tú incondicional amigo siempre. Te quiero. Erick».

Muchas en mi situación pensarán que es una pena y que no era lo que esperaban, pero por el contrario soy dichosa de entregar todo mi amor a un hombre que es todo lo que una mujer pueda desear. Aunque él no me corresponda, me alegro de haber sido suya.

Por otro lado, lo único que me rompería el corazón es perder la mitad de lo único bueno que tengo en la vida. Una mitad es Eric y la otra mitad es Eva.

Al llegar a la perfumería hay mucha gente, estamos empezando con la campaña de Navidad, oferta tras oferta las ventas y el trabajo se dispara. No me da tiempo ni siquiera a parar en la hora del almuerzo.

Eva está en la caja cobrando y me hace señas para que acuda a ayudarle.

—Esto es una locura, estoy muriendo de hambre todavía no he almorzado. —gruñe.

—Ve a comer algo yo te reemplazo, vamos…

—Vuelvo en quince minutos. —Besa mi mejilla agradecida. 

Un par de horas pasan desde que estoy aquí en la tienda Eric no ha bajado, no lo he visto todavía ni he sabido de él desde la nota, está en la planta de arriba sección hombre con las otras chicas.

Cuando Eva vuelve me hace una señal con la cabeza para que me escabulla para almorzar algo. Voy a la parte trasera, después de coger un café caliente y unas galletas de jengibre de las que trae una compañera que ¡me encantan!

Al llegar a la sala, bebo café a sorbitos porque está  caliente y quema, la puerta se abre.

—Hola María ¿estás descansando? —Eric me mira serio, tanto que me preocupo.

—Hola picatoste, ¿estás muy cansado? —exclamó sonriendo. Él sonríe y cambia el gesto serio de su mirada. Ahora sí su semblante es el de siempre.

Eric.

Salgo a la sala en la parte trasera de descanso, ando agobiado de oler tantos perfumes, he colapsado. Cojo un café por el camino y me adentro a la sala de descanso.

Mi mayor miedo desde esta mañana se ha materializado, encontrarme con ella.  Está sentada de espalda a la puerta.

Tengo tanto miedo a su rechazo que sospecho que ya no es sano.

Ayer bebimos y acordamos que era mejor quedarnos en casa ya que está prácticamente  al lado de la perfumería solo es una manzana. 

Al llegar nos sentamos en el sofá y se acurrucó en mis brazos como si fuese una niña, al tenerla en mis brazos no pensé en nada y, al mismo tiempo, pensé en todo. 

He deseado tanto  tiempo que  fuese mía qué no pude resistir el impulso de tenerla entre mis brazos, en la cama, poco imaginé que sería yo el que tomaría su tesoro más preciado. No lo esperaba, como una mujer con semejante belleza sigue pura a sus veinticuatro años. Pensé en dejarlo pasar pero me suplicó que la hiciera mía. Mi pobre corazón no resistió sus besos llenos de súplica. 

Ahora sé, que no debí dejarla beber tanto, siento temor porque no sé a lo que atenerme, no sé qué espera ella de mí, ¿creerá que abuse de nuestra confianza? No puedo perder mi relación con ella.

Le hablo lo más natural posible, pero mi rostro refleja el miedo a su respuesta, al nada se disipa ese temor cuando me contesta tan dulce como siempre.

»Está siendo un día de mil demonios, no hemos podido para todavía, solo tomar estos diez minutos, pero me alegro, así debería de ser todos los días. Eso me asegura que tendremos trabajo y no nos faltará ningún pago, ¿verdad jefe? —inquiere tan natural como siempre.

—Así todos los días, moriríamos antes de acabar un año. —Río.

Me quedo parado viendo esa dulce mujer y sus labios cuando hablan, esto no puede seguir así, tengo que hacer algo.




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