13 de octubre de 2016
8:25 PM
Faltó el abrazo antes de dormir,
la palabra que curaba,
la mirada que no juzgaba.
Sobró la orden,
la crítica,
la puerta cerrada.
Entre tus “te amo” condicionados
y mis “perdón” sin culpa,
construimos una casa
donde el eco duele más que el silencio.
Si tuviera que escribir una lista
de todo lo que me diste,
quedaría corta.
Pero si anotara todo lo que faltó,
llenaría cuadernos enteros.
Me faltó que me escucharas
cuando hablaba con voz insegura,
que me celebrarás los logros pequeños,
que me dijeras que estaba bien equivocarme.
Sobró el ruido de tus pasos impacientes,
el “¿y ahora qué hiciste?” antes de oír mi versión,
la forma en que tu ceño fruncido
podía cerrar cualquier conversación.
No tuve quien me enseñara
que el amor no se mide con premios y castigos.
Aprendí sola que, a veces,
el mayor acto de amor propio
es reconocer dónde hubo abandono
y no volver a pedir cariño ahí.
Este inventario no lo escribo
para reclamarte lo que no diste,
sino para recordar que ya no lo espero.
Porque entendí que la ausencia también habla,
y que tu silencio me dijo más de lo que crees.