Cuando era pequeña el olor de las rosas invadía mis fosas nasales y un recuerdo vive en mí.
¿Qué hice? Mi intención era vivir, soñar, jugar, crecer, aprender; no sé que pasó. Aprendí a jugar con piedras, a cuidar de las rosas y valorar cada día.
Mis días no eran aburridas, en cada momento se reía. Con cada caída, golpe, travesura, eran interesantes y divertidas.
Donde los abrazos me llenaban el alma, me encantaba la comida con ese olorcito a humo; las favoritas.
En qué momento todo cambió, las palabras me lastiman, los abrazos son fríos, mis piernas no quieren seguir, la diversión se cambió por un celular al que ingreso matutinamente.
No sé por qué ahora estoy tan triste, mis sonrisas se desaparecen mientras estoy creciendo.
¿Qué pasa con esta sensación de miedo? ¿Qué es flojera o pereza? Nunca existía en mi infancia, ahora me cansa todo y me cuesta hacerlas.
Mi cama se volvió mi espacio de juego, mi comedor, en qué momento mi cuarto se convirtió en mi mundo; este mundo que escucha mis tristezas, mis alegrías y mis más íntimos secretos.
Pero, ¿Qué pasa con las rosas? Ya no puedo oler su aroma desde mi habitación, mamá ya no está llamando a la puerta para cenar.
Veo mi estante y lo único que recuerdo son libros que en algún momento leí. Pero que aburrido me siento, quiero salir, jugar, divertirme. ¿Qué pasa? Que los cuadros miran mi desorden, mis lapiceros me extrañan, mis juguetes sólo miran.
Que aburrido es todo esto, no me imaginaba que crecer se sentía de esta manera, que ahora el miedo sería mayor, que las lágrimas serían de cada momento, que las alegrías serían pasajeras.
Pero, ¿Dónde está la llave de esta habitación? En tanto desorden se perdió, pero no quiero levantarme, las redes me notifican en cada momento. El placer de tener unos seguidores aumenta, ¿Cómo evitar eso? ¿Cómo evitar mirar de frente está pantalla? ¿alguien lo hizo?
Las luces de la habitación están inestables, así como este corazón roto...
Pero, es hora de salir y lo primero que veo es las zapatillas nuevas que mamá mandó. Ordeno el cuarto y en eso encuentro algunas fotos; cómo si las hubieran tomado ayer, también encuentro el polo que usaba para jugar.
¡Las llaves! Acabo de encontrar las llaves y siento tranquilidad, los cuadros se callaron, los peluches ya no me ven y me atrevo abrir la puerta. El mundo exterior me recibe con un aire fresco, la casa está silencio.
¿Mamá? Recuerdo que la última vez la dejé en el jardín. Me asomo a la puerta y por debajo una luz muy brillante. Al abrirla me encuentro con un césped sin cuidado, ¿Qué pasa acá? Ya ni las rosas se pueden oler.
Vuelvo a entrar a casa y me encuentro cartas, una cocina abandonada y una sala con mucho polvo. Y una sensación de tristeza me invade al leer la cuarta carta del día veintiséis; de mamá. Sus suaves palabras me hicieron entender, que la había perdido, que hace mucho había marchado del dolor, de mi ausencia, de mi sonrisa. Comprendí que el celular me mantuvo alejado de lo más hermoso, de unos ojos brillantes que tenía mi madre. ¿Pero qué hice? Estuve tanto tiempo en ese celular, ¿Qué pasó? Es mi culpa...
Voy a la habitación y en eso intento tirarla. Pero despierto, aún en cama, aun con la alarma sonando y mamá cocinando. Lo primero que hace un niño es buscar a sus padres y es lo que hice.
Sentir nuevamente sus abrazos calentando mi cuerpo, sus sonrisas contagiosas y sus aromas; cómo olvidar eso.
Entonces entiendo que la vida se pasa muy rápido, que hoy te puedo tener y mañana quizás no me tengas. Que hoy pueda reír y mañana estarás llorando por mi partida. Que hoy puedo jugar y quizás mañana ya ni en los parques exista mi sombra. Si por un celular me pierdo tu sonrisa, no me lo perdonaría. Gracias por la cuarta carta del día veintiséis...
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Editado: 22.02.2025