En un pueblo tranquilo y pequeño, residía una joven pareja prometida; dos jóvenes, que se habían enamorado a primera vista cuando se conocieron y ahora solo podían anhelar con el día de su tan esperada boda.
Más allá de aquel pueblo, se encontraba un viejo castillo, que se levantaba en lo más fragoso de un vasto y espeso bosque. Lo habitaba una terrible brujo, que vivía completamente solo. De día tomaba la figura de un gato o de una lechuza, y al llegar la noche recuperaba de nuevo su forma humana. Todos temían acercarse a sus dominios, pues se sabía que muchos no volvían y otros terminaban paralizados sin esperanza de moverse.
Una mañana, la pareja salió a pasear, Crowley solía ser un hombre algo reservado y sarcástico, pero su mundo cambió cuando conoció al alegre Aziraphale, un joven amable, demasiado para este mundo, apasionado por los libros, la comida y el té. Nunca entendió cómo pudo ver algo en alguien como él, pero estaba agradecido que le permitiera tener su corazón.
Solían a menudo ir al bosque, a realizar picnics para apartarse del ajetreo del pueblo por un rato. A Aziraphale siempre le gustaba preparar la comida y Crowley llevaba sus mejores reservas de vino.
Fueron a donde había un hermoso lago, donde la vegetación crecía, las flores silvestres decoraban los alrededores y el sol acariciaba suavemente las copas de los árboles.
-Debemos tener cuidado de no ir al terreno de ese horrible brujo, Gabriel.- Advirtió Crowley. Era una lástima que un sitio tan bonito estuviera cerca de los dominios de ese horrible mago.
-Descuida querido, estamos lo suficientemente lejos, además, aún es pleno día, no corremos ningún peligro.- Se recostó en el regazo de Crowley, acariciando las puntas de su largo cabello rojizo.- Eres muy hermoso.-
Entonces se puso a cantar, una bella balada de amor, su voz era suave y hermosa, trasmitiéndole una inmensa paz a su prometido.
Crowley sonrió.
-¿Qué hice para merecerte?- Dijo mientras acariciaba su mejilla.
-Solo ser el hombre perfecto para mi, querido.- Interrumpió su canto.
Continuaron con su picnic entre conversaciones triviales y besos. Hablaban sobre el día de su boda, de cómo cada vez faltaba menos.
-El sol está cayendo, debemos volver.- Anunció Crowley.
-Si, tienes razón, además ya hace un poco de frío.- Concordó Aziraphale.
Ante lo dicho, Crowley se quitó su capa y la puso alrededor de Aziraphale, rematando con un tierno beso en su mano.
Caminaron por el sendero por el que habían ido en la mañana, pero pasaba algo extraño, parecía no tener fin nunca, no divisaban las pequeñas luces del pueblo a lo lejos, los árboles parecían cerrarse cada vez más y más, como si el mismo bosque se los estuviera tragando.
-Ya deberíamos haber vuelto.- Comentó Crowley, algo asustado.
El sol se había ocultado por completo, y la luz de la media luna no era suficiente para orientar su camino, además el follaje de las copas les impedía ver del todo el cielo.
-¡Nos hemos perdido!- Exclamó Aziraphale, abrazando su cuerpo cada vez más al de Crowley.
No podía ser posible, conocían el bosque, incluso en la oscuridad de la noche, sabían orientarse, no tenía sentido que estuvieran caminando en círculos o hubieran tomado un camino diferente.
-Ah... Aziraphale, no puedo moverme...- Dijo Crowley de repente, asustado porque de repente sentía que sus pies pesaban más que la piedra, de hecho se sentían como de piedra y cada vez le costaba moverse, hasta que los sintió fijados al suelo.
-Soy un pajarito te quiero no me olvides
lo que pido es muy sencillo hazme un favor
Si en ti existe amor, ven y tráeme una flor
roja, roja, la traerás y así me salvarás.
Vuelve te pido, vuelve te quiero vuelve, te pido sálvame.-
Extrañado por el canto de su amado, volvió la mirada como pudo estando paralizado y fue su horror al descubrir que donde había estado Aziraphale, ahora había un ruiseñor revoloteando. No podía moverse; se sentía como petrificado, sin poder llorar, ni hablar, ni mover manos ni pies.
Al ocultarse el ultimo rayo del sol, una lechuza de ojos violetas salió de entre los árboles y cuando estuvo ante ellos, tomo forma humana: un hombre alto y fornido, cabello negro como la noche y ojos profundos y violetas, como en su forma de lechuza. Agitó sus manos y no tardó en aparecer una jaula en estas, ya con Aziraphale dentro de ella.
-¡Por favor, no! ¡Devuélvemelo!- Rogó Crowley, siendo incapaz de ver a su amor prisionero.
-Todo aquel joven con hermosa voz me pertenecerá para siempre ¡Jamás lo volverás a ver! Este pequeño ejemplar será especial para mi colección.- Su voz era cínica, malévola, sin ningún ápice de piedad en ella.
Desapareció junto con Aziraphale, dejando a Crowley clavado en la tierra, sin poder moverse durante toda la noche.
-¡Aziraphale! ¡Ángel!- Solo logró ver impotente como aquel brujo se llevaba a su amado, atrapado en el cuerpo de un ave.- Tu... ¡BASTARDO!-
Quedó atrapado en su lugar durante toda la noche, en medio del bosque, sintiendo una profunda soledad. Hasta que los primeros rayos de la mañana acariciaron su piel, solo así pudo moverse, perturbado por la sensación de su piel convertida en piedra, por fin pudo salir de ahí.
A pesar del frío, del hambre y del cansancio, aun estaba dispuesto a recuperar a su amado, emprendió el camino, desvariando hasta que llegó a otro pueblo, donde nadie lo conocía.
-¡Oh por dios!- Lo vio una mujer de cabello rojo, un poco mayor.- ¡Lilith, ayúdame con este joven!- Ambas lo atraparon antes de que tocara el suelo y todo se volviera negro.
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Al despertar, no logró reconocer el entorno en el que estaba, esta no era su casa. Intentó moverse pero la cabeza le estallaba, sentía que tenía arena, hasta que sintió un paño húmedo tocar su frente.