Mi Salud

Nicolás Claus y su padre, el jeque de Estambul

Cuento 1

Esta es la historia de Nicolás Claus, el hijo de un jeque de Estambul, se había mudado para vivir en Italia, en su ponderosa baluarte tenía riquezas a base de la explotación laboral, abusos en cobro de impuestos y tantas infracciones que le dejaban caudal.  Pero sucedió que cuando se hizo público el anuncio sobre la existencia de un virus que causaba la muerte, el jeque ordeno cerrar todo contacto con su fortaleza, siguió las instrucciones y corrió a todos los que le servían, solo permaneció con una criada, un doctor, un chef, su hijo de once años y él.

Un día, Shaima salió del fuerte, debía abastecer la canasta básica, pues las provisiones se habían terminado. Nicolás Claus, era un niño tan noble, dulce como la difunta sultana Ingrid, su sencillez era tan grande como su amor por la vida. Le gustaba comer en compañía de la criada, el jeque Abdel Claus, detestaba que su hijo se juntara con gente de menor rango al suyo, argumentaba que su hijo no sería un buen líder, por juntarse con los menesterosos. Los días pasaban de ida y venida, la criada había enfermado del Coronavirus, esto alarmó al jeque, tanto que ordenó que expulsaran a la criada que por larguísimos años lo había dado todo por sus jefes.

— En ningún trabajo eres indispensable.

Le dijo el chef Adin y con lágrimas en sus ojos, Shaima le decía:

— Si, tienes razón, ningún patrón valora, porque yo me arriesgué y me contagie al ir por provisiones para que él y su hijo tuvieran que comer, y si voy a morir, solo le deseo que la vida no se lo cobre al él. Porque se porta como un infame conmigo.

— Shaima, el es ruin, nunca ha sido un ser de nobles emociones, no podías esperar más de él, en cuanto un sirviente no le sirve, lo desecha como si nada. Pero anda mujer, ve a este lugar, mi hermana es enfermera, dile que te envío yo, ella te dará amparo ante este virus, por favor, evita ir tu tapa bocas, mantén distancia para que no contagies a otros.

 — Tu también Adin, protégete, desinfecta todo, utiliza los guantes, la mascarilla, lava todo lo que uses para los alimentos, cuídate y espero sobrevivir para verte de nuevo, aunque no vuelva a trabajar para el jeque ni súper pagada, no salgas a de casa sino es de suma importancia o terminaras como yo.

Shaima se había ido, los días se fueron volando, yo, desde mi ventana la miré partir, mi padre había sido severo con ella, pudo haberla aislado y solicitado al médico real que la tratase. Después de unas semanas, sucedió que no me pude levantar, el karma parecía castigar a mi padre, tanto así que su duro corazón lo había hecho suplicar por mi vida, y yo, implorando desde mi lecho, había despertado seres mágicos para que aleccionaran a papá. En mi aposento estaba el médico real, el Sr. Akram, me miraba con lastima, yo los miraba todos forrados para protegerse de ese virus que me estaba llevando de este mundo.

— ¿Cómo esta mi hijo?

— Su hijo no tiene mejoría alguna.

— Mi hijo tiene que mejorar, tengo suficiente dinero para lograrlo y tengo el suficiente poder para acabar con usted sino lo salva.

— Su majestad, no soy yo, es un virus que sea convertido en una pandemia global, debería ser más humano, ayudar al mundo con tanto caudal que posee, de que le va a servir si ese virus lo mata a usted también.

— Mi dinero no es para ayudar a los demás, es para ayudarme a mi familia y a mí mismo. Que cada cual sobrevivía con lo que cosechó para sobrevivir.

Mo padre era discrepante, implacable, inhumano, miraba la desgracia y no se postraba para agradecerle a Alá el privilegio de tener salud y peculio. Lo peor era que como mi padre había sinnúmero de personas en el mundo.

Más tarde, caída la noche, mi padre estaba sentado a un cómodo sillón, murmuraba mientras me veía dormir.

— ¿Cómo es posible que mi dinero no pueda comprarle la salud a mi hijo? No que el dinero todo lo puede.

Y de repente penetraba al umbral de mi aposento una dama de fino atavío, un pomposo añejo vestuario, era muy peculiar, pues su atuendo estaba confeccionado de todos los tipos billetes que existían en el mundo, y su aureola enriquecida con los indivisos tipos de monedas que existían entre las cuales se podían mencionar; euros, dólares, corona, libras esterlinas, soles, colones, pesos, rand, pesetas, rublo, Yuan, Yen, Won, rand, Zloty, dinar, rial, rupia, esa sí que era una corona bien pesada, y yo que pensé que en esta ocasión don dinero sería un hombre; pero no, llego una mujer, linda por cierto, petulante como lo son los ricos. — Podría decir que lo puedo todo; pero mentiría.

 Murmuraba Lady Dinero. Mi padre se pasmó al verla, ni todos sus tesoros opacaban la riqueza y la belleza de tal criatura.

— ¿Quién eres?

— No importa que sea ahora, lo importante es que si usted quiere sentirse rico, cuente las cosas que no puedo comprar.

— ¿Quién es su merced?

 —Soy solo la señora de don dinero, mi consorte don Dinero, no pudo auxiliarlo, pues; si hubiese venido él, usted estaría.

 — ¿Por qué? Si soy acaudalado, don dinero lo puede todo.

— Justamente por eso, porque lo tiene todo, cree no necesitar más; pero se equivoca, cuando dice que el dinero lo puede todo, falso, el dinero no lo puede todo, o a caso el dinero ya le compró la salud a su hijo, el dinero le compró tiempo a la fenecida sultana Ingrid, puedo decir más si es capaz de soportarlo, ¿a caso el dinero a podido acabar con la pandemia que gobierna a sinnúmeros de naciones?

 Frio permanecía mi padre, analizando que su caudal era numero pero no tenia poder ante la pandemia que sacudía globalmente, obviamente mi padre era testarudo y le gustaba tener la razón, aunque viviere en el error.

— Obviamente, debo estar desvariando para hablar con alguien tan peculiar.

 Murmuraba el Jeque Abdel Claus.

— Gran jeque Abdel Claus, lamento lo que está viviendo.



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En el texto hay: fantasia magia, covid19, quedatenecasa

Editado: 21.07.2020

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