Ayer trabajé todo el día, pues tuve que cubrir a mi compañera, ya que ella estaba indispuesta y aproveché para pedirle a mi jefe que en vez de que me pague esas horas, me las dé libre.
Hoy es veinticuatro de diciembre. Se cumplen dos semanas desde que las dos estamos aquí solitas y pretendo hacer algo especial para mi hija, pues extraño sus locuras y esta fecha es ideal para ello.
Me despierto animada, voy a la cocina luego de cambiarme, preparo el desayuno, se lo llevo a Cleta a la camita para que comience su mañana con entusiasmo y lo recibe feliz, mientras ingerimos cada alimento, planeamos nuestras compras navideñas y al estar listas salimos.
Recorremos el centro del pueblo y elegimos el regalo que le pediremos a papá Noel. Nos compramos unos atuendos en compocé para vestirnos las dos iguales en la noche y volvemos a casa para hornear esas galletitas de jengibre que nos encanta.
Decoramos la mesa de rojo, blanco y verde, Cleta es la primera en ir a bañarse para alistarse, pues hemos quedado llenas de harina en esa guerra que armamos en la cocina y mientras limpio, sonrío por todo lo que estoy viviendo, mi muñequita se ha convertido en mi fortaleza en estos días y a pesar de que extraño las atenciones que Oscar me brindaba, no me arrepiento de esta decisión que he tomado al separarme, ser madre siempre ha sido mi mayor anhelo y hoy puedo decir que estoy completamente feliz y enamorada de ese pequeño ser.
—Mamita, vuelve a la tierra y ve a bañarte, yo ya estoy hermosísima —la voz de mi hija me trae a la realidad al ver cómo gira en sus pies, mostrándome como se ve.
—Sí, pequeña, te ves adorable —intento acercarme a ella, pero me detiene con sus manitos hacia adelante impidiéndomelo.
—No me ensucies, por favor. Voy a darte esto… —camina hasta mí, ya que me pongo en cuclillas y deposita un beso en cada una de mis mejillas—; y otro aquí —me toma del rostro y besa mi frente—. Ahora, señorona, vaya a bañarse antes de que se nos haga tarde.
—Sí, mi capitana —le respondo al incorporarme con el típico golpe militar en los talones, colocando mi mano sobre la parte en enfrente de mi cabeza en forma de saludo.
—Chistosita —entrecierra sus ojos y me señala la dirección que debo seguir—. A bañarse.
Niego con la cabeza al percatarme del genio que tiene, pues ella es autoritaria y mandona, pero siempre lo hace con amor o engaños, su inteligencia es notoria al dialogar con varios adultos, ya que en muchas ocasiones doña Cecilia me pregunta si en verdad ella tiene la edad que le aseguro.
Llego hasta el baño y me saco todo lo que tengo, me coloco bajo el agua artificial y con fervor masajeo mis cabellos para acabar con el engrudo que se me ha formado. Unos estruendos y ruidos hacen que me sobresalte, pero desde hace varios días que los chicos de la cuadra tiran fuegos artificiales y al recordarlo, me tranquilizo.
Me quedo más tiempo de lo debido en la regadera para que el agua caliente me ayude a relajar mis músculos y al sentirme satisfecha salgo mucho mejor. Me visto con la misma ropa que tiene mi tesoro, aunque este es de mi talla y me encamino hacia la cocina para ver la comida que dejé cocinándose a fuego lento, pero mis alarmas se encienden al divisar varios utensilios tirados en el suelo.
—Cleta —vocifero llamando a mi retoño y no obtengo respuesta—. Primor. ¿Te encuentras bien? —Elevo la voz mientras apago el horno—. Nena, la cena ya se encuentra lista, ve a lavarte tus manitos así… —mis palabras se me atoran en mi garganta al vislumbrar el comedor, pues la mesa está tirada patas para arriba junto a las sillas, miro hacia la entrada de mi casa y la puerta se encuentra abierta.
—Cleto —aúllo desesperada, no la veo por ningún lado y corro hacia afuera—. Hija...
¿Piensan que ella ha hecho bien en separarse?
¿Qué habrá pasado con la niña?
Quiero saber sus especulaciones, saquen su lado lector, las leo