Mi salvador en navidad

Capítulo 3

Hace más de tres horas que estoy recorriendo el pueblo de punta a punta tocando una a una las puertas de cada vivienda o local, la policía no puede ayudarme hasta que no pasen más de veinticuatro horas de la desaparición de mi Cleta y mi desesperación es monumental al no obtener ningún indicio favorable o a alguien que me diga que haya visto a mi niña.

—¿Por favor revise bien? —le pido sollozando a la enfermera que nos conoce, pues estoy en el hospital, ya que es el último sitio que me falta.

—Hermosa, ya mi marido me ha contado que buscas a tu hija. Te recomiendo que vuelvas a tu casa. Si alguien la ve va a ir a buscarte allí —me recomienda al mirarme con pena.

—Es qué… ¿Por qué nos está pasando esto? —inquiero a los gritos y me dejo caer, pues mi cuerpo ya no soporta más. Tiemblo al pensar lo peor—. Ella debe estar asustada, ella… —pronuncio tapando mi rostro e intento respirar, ya que se me está dificultando.

—Si no te calmas, voy a tener que pedirle al doctor que te interne para que no te desmayes o… —menciona la mujer, oigo sus pasos muy cerca de mí y me alarmo. Como puedo me pongo de pie y salgo corriendo.

Escucho que vocifera algo, pero no me detengo, no puedo permitir que me encierren aquí. Sus palabras resuenan en mi cabeza y me dirijo a mi hogar. Al llegar, entro y veo a doña Cecilia acomodando un poco el desastre.

—¿No la has encontrado? —me pregunta al percatarse de mi presencia—. ¿No se la habrá llevado el desgraciado de Oscar?

—No sé, Ceci. Voy a ir a la ciudad en donde vivíamos para ver si es que está con él, aunque he tratado de llamarlo y no me responde —le cuento.

—Espera a que mi hijo venga para que puedas irte en su auto. Él va a quedarse conmigo por unos días y no lo va a necesitar —ofrece—. Vayamos a mi casa para que no te quedes sola, pues yo tengo que marcharme para terminar los preparativos de la cena de nochebuena.

—Agradezco profundamente su valiosa atención, Ceci. Sin embargo, prefiero permanecer aquí para armar una maleta, no se preocupe por mí. —Agradezco su gratitud al recibir su abrazo.

—Está bien, nos vemos en un rato, cualquier cosa me avisas —asiento y me suelta—. Nuestra Cleta es muy inteligente y estoy convencida de que se encuentra en perfectas condiciones, no te atormentes.

—Hasta que no la vea con mis propios ojos no voy a poder calmarme —menciono—. Vaya Ceci y nuevamente gracias por todo.

—Sabes que no me molesta estar pendiente de ustedes. Te vengo a buscar en un momento. Te adoro niña, las adoro a ambas —las dos dejamos que nuestras lágrimas salgan. Ella se gira y se va.

Me quedo parada en el comedor desolado y mi dolor no me da tregua. No sé cuánto tiempo pasa, pero reacciono al ver qué la puerta de mi casa se abre.

—Ya tengo la comida lista, vine a buscarte para que comamos juntas, pues mi hijo acaba de llegar y queda poco tiempo para que se hagan las doce. Ya le he pedido que te preste el coche y no tiene inconveniente en que te lo lleves —expone doña Cecilia desde el umbral—. ¿Ya preparaste el bolso? —Sacudo mi cabeza al negar.

—No tengo hambre, déjeme que tome mis documentos y los de mi Cleta, agarre algunas cosas y voy a buscar el automóvil —expreso en voz alta al caminar hacia mi cuarto.

—Deberás esperar hasta que terminen de tirar los fuegos artificiales, recuerda que las autoridades no permiten que ningún vehículo recorra las calles por precaución hasta que finalicen —me avisa y maldigo—. Si cambias de opinión y decides acompañarnos, no dudes en venir con nosotros. Te esperamos.

Comienzo a buscar la documentación que voy a necesitar para el viaje. Meto en una valija alguna de nuestras prendas y mi llanto no cesa al ver el peluche de reno que le compré a mi niña en la tarde, lo abrazo con fuerza y mis recuerdos junto a mi princesa se proyectan en mi mente.

»Diez, nueve, ocho —escucho las voces eufóricas desde afuera avisándome que la media noche está por llegar y que estoy por experimentar la peor de mis navidades.

Camino hasta el árbol de navidad apretujando al muñeco sobre mi pecho y me arrodillo frente a las luces parpadeantes. Cierro mis ojos y con todo mi ser pido mi deseo de navidad al oír que están llegando al número dos.

—Por favor, Dios, devuélveme a mi hija —ruego—. Permíteme encontrarla. No me mates en vida, no creo ser capaz de seguir las horas sin ella.

»Feliz Navidad —las felicitaciones más los fuegos artificiales empiezan a explotar. La cabeza empieza a darme vueltas y la imagen del rostro de mi Cleta es lo que imagino antes de sentir que me desvanezco, pero unas pequeñas manos me sostienen y el susurro de su voz me quiebra.

—Mamita, feliz navidad, no llores más…




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