—Hijita, te necesito y te extraño tanto que oigo tu voz —digo sin abrir mis ojos.
—Mami. Pero si acá estoy. Mírame. —Niego con la cabeza. Tengo miedo que al hacerlo ya no pueda sentir que la tengo muy cerquita.
—Niña, creo que tu mamá quiere festejar sola esta navidad —el parloteo de alguien que no conozco hace que mis párpados se despeguen de inmediato.
Frente a mí diviso a mi Cletita y sin pensarlo, me le tiro encima. Sus carcajadas al recibirme logran que me dé cuenta de que no es un espejismo, si no, mi niña. Desparramo besos sobre su rostro con desesperación y la alegría al entender que la tengo conmigo me avasalla.
—Eres real —expongo—. Si estás aquí.
—Sí, mami, no iba a dejarte solita. Fui fuerte como me enseñaste y gracias a Ilan, pude llegar de nuevo a casa para que podamos ver a Papá Noel como lo prometiste —me responde al abrazarnos.
—¿Quién es Ilan, preciosa? —le pregunto a Cleta sin comprender.
—Ese es mi nombre, señora. Buenas noches. —Giro mi cabeza sin despegar a mi niña de mi cuerpo y veo a un hombre parado a nuestro costado estirando su mano.
—Él me ayudó, mami. Él me vio en la gasolinera junto a papá y le hice la seña con mi mano para que me salvara, esa que aprendimos. ¿La recuerdas? —Mi hija eleva su manita y con unos pocos movimientos me la muestra. Extiende su palma, coloca su dedo gordo en el centro y baja los cuatro restantes empuñándolo.
Hace unos días, las dos vimos un vídeo por internet donde un ciclista rescataba a una pequeña que, con ese gesto que todos deberíamos aprender, la hace salir del coche para ayudarla.
—No voy a negarle que a lo primero pensé que está inteligente damita tenía un tic nervioso al repetir en varias ocasiones eso, aunque ella al darse cuenta de que me quedé observándola, se las arregló para aventarme una servilleta en donde escribió «ayúdame a volver con mi mamá» sin que el hombre que la tenía cautiva se diera cuenta —sisea—. Al leer la nota, le pedí a una chica que me ayudara mientras los dos ejecutábamos el plan que íbamos trazando.
Mi sangre hierve al enterarme de que ese malnacido ha sido el que me ha hecho vivir todo este tormentoso momento.
—Si hubieras visto lo enojado que se puso papá cuando la mujer le volcó todo su refresco encima —se burla Cleta—. A él no le quedó más remedio que irse hasta el auto, pero antes me advirtió que no me moviera de mi asiento.
—En ese instante, aproveché a sacarla por la parte de atrás y sin preámbulos, nos metimos a mi vehículo y colocando la dirección en el GPS que Cleta me dictó, nos marchamos —expone él—. No sé muy bien que problema tenga con su esposo, pero al ver a esta niñita tan acongojada no dudé en traérsela.
Cargando a mi hija, me pongo de pie y lo abrazo.
—Muchas gracias, muchas gracias por esto, no me va a alcanzar la vida para agradecerle —sollozo—. Ese hombre no es mi marido, nos estamos divorciando y sabe que mi debilidad es mi princesa.
—Comprendo y considero que va a ser mejor que vaya a hacer la denuncia por si él regresa. No se preocupe que no las voy a dejar solas —asiento—. Apurémonos, esta chiquita me prometió que veríamos a Papá Noel.
—Sí, ma, es verdad y ya tengo sueño. No me dejes como una mentirosa —me pide Cleta entre bostezos.
Suelto al caballero, bajo a mi niña atrapando su mano y me dirijo con ella hacia la habitación para tomar las cosas que había preparado.
Ilan nos espera en donde lo he dejado y luego de cerrar mi vivienda nos dirigimos hacia la comisaría. Pongo la denuncia y a pesar de que no conozca a Ilan, la confianza que me transmite me permite estar calmada.
He decidido pasar la noche en el único hotel que se encuentra en el pueblo por seguridad y por ello, al salir del destacamento, nos dirigimos al sitio. Al detenernos en un semáforo, vemos a uno de los pueblerinos disfrazado de Papá Noel.
—Allá está mamá, vayamos a saludarlo —mi hija expresa con vigor señalando al disfrazado.
—No, preciosa, no creo que sea… —la tristeza que Cleta refleja en su rostro hace que deje de hablar. Tengo miedo que Oscar se encuentre merodeando los alrededores y pase alguna desgracia.
—No le arrebatemos su ilusión. Prometo que voy a cuidarlas. Nada va a pasarles —los ojos de Ilan se posan en los míos al verlo y suspiro.
—Un ratito, y nos vamos a descansar —enuncio no muy convencida.