La alegría que muestra mi niña me contagia, pues ni bien me escucha comienza a aplaudir. Los tres nos bajamos del coche y caminamos hacia el Papá Noel de mentira.
—¿Te molestaría subirme en tus brazos? —le pide Cleta a Ilan elevando la voz para que la escuche—. Mi mami es bajita y estoy segura de que desde donde estoy él no podrá verme, por lo menos yo no puedo —se queja, ya que la cantidad de personas que rodea al disfrazado no se lo permite.
El chico me mira y asiento con la cabeza.
—Por supuesto, preciosa. Ven aquí —él se agacha y la carga—. ¿Puedes verlo?
—Sí, a la perfección, aunque tendrás que empujar a todos estos mayores para que lleguemos hasta él —vocifera mi hija sosteniéndose de su cuello al señalar hacia donde están varios niños.
—No te apartes —me recomienda Ilan acomodando a Cleta en uno de sus brazos al tomar mi mano para comenzar a abrirse paso entre la multitud.
Miro con atención hacia nuestro alrededor, pues desconfío de que Oscar se haya quedado tranquilo al no obtener su venganza.
Me distraigo al divisar cuando nuestro salvador baja a Cleta y ella se encamina hacia Papá Noel para abrazarlo.
Los dos nos quedamos a una pequeña distancia de ellos viendo cómo mi hija recibe un regalo más una bolsa de caramelos mientras el hombre le dice algo y la dulce sonrisa plasmada en los labios de ella me reconforta.
—Le he agradecido por volver a reencontrarnos y a cambio me dio un besito en la mejilla, sumado a esto —expone mi niña mostrándome sus manitas—. Papá Noel me prometió que nadie va a separarnos mamá y que debemos quedarnos con Ilan hasta que estemos a salvo.
Intento apaciguar el amargo sabor que tengo en mi boca por la forma en la que ella me habla con determinación, pues presiento que algo malo va a ocurrir y sin perder tiempo, nos alejamos de allí.
—¿Qué sucede? —susurra mi compañero al percatarse de que paseo mi vista por todos lados.
—Discúlpame, pero conozco a mi ex y sé que algo debe estar tramando —le respondo.
—Mamita, si estamos con Ilan nada va a ocurrirnos. Papá Noel me lo prometió, recuérdalo —dice Cleta entre saltos—. Ese panzón lo sabe todo y sabes que él no miente, aparte de que tiene poderes, es mágico.
—Es verdad, princesa. Mejor, vayamos al hotel para que podamos descansar. ¿Ustedes comieron algo? —cuestiono cuando mis tripas se retuercen.
—No, má. Ilan solo se concentró en que lleguemos lo antes posible junto a ti —me advierte Cleta—. ¿Y si vamos a nuestra casita para comer la comida que preparamos? —inquiere al entrar al coche.
—Creo que es muy tarde para ello, pues estamos más cerca del hospedaje que de tu casa, niña. Podemos pedir que nos lleven algunos alimentos a la habitación que vamos a ocupar. Será nuestra primera pijamada, ¿Qué dices? —expone el chico antes de cerrar la puerta de nuestro lado para rodear el vehículo e ingresar.
—Sí. Pijamada. Me has convencido con esa idea —festeja Cleta. Él pone el coche en marcha y nos vamos directo al hotel.
Por más que lo intento, no he logrado conseguir dos cuartos, pues el conserje nos anuncia que solo hay una habitación matrimonial en todo el recinto y que si no nos apuramos, lo más seguro es que la perdamos.
En el pueblo, varios campesinos llegan con sus familias para presenciar los fuegos artificiales, aparte de que más de uno se queda para el día siguiente, pues es uno de los eventos más esperados del año, ya que en la plaza central, el veinticinco de diciembre, el típico asado y el baile familiar se disfruta a lo grande.
—¿Tendrá algún alimento para que nos brinde a estas horas? —le pregunta Ilan al hombre cuando le da la llave—. Es que por querer ver el hermoso acontecimiento nos olvidamos de comer.
—No se preocupe, señor. Ya me fijo y le pido a alguno de los chicos que se lo lleven —le responde amable—. No son los únicos que lo hacen. Si supiera todos los personajes que nos toca atender esta noche —declara el dueño con diversión al reincorporarse.
—Muchas gracias —le agradezco.
Los tres subimos al ascensor, Ilan lleva en sus manos nuestro equipaje y al descender, buscamos el cuarto que nos corresponde.
Me quedo anonadada por la belleza del mismo, pues a pesar de que es pequeño, se puede admirar que es muy hogareño. La voz de Cleta hace que me despabile.
—Mami, la cama es esponjosa —expone al tirarse sobre ella, diviso dos mesitas de luz a los costados, un armario y una puerta que estoy segura de que allí se encuentra el baño.
—Me doy cuenta, pero debes quitarte toda la mugre y cambiarte para que después de que cenemos te acuestes —demando agarrando nuestras pertenencias—. Ya volvemos —le aviso a Ilan.
Tomo a mi niña y entramos al baño. Ayudo a Cleta a asearse, cuando logro desenredar sus cabellos, la seco, la visto y hago lo mismo con cuerpo. Listas, nos unimos con nuestro compañero de cuarto que nos espera con una bandeja con carne sobre el dosel.
Nos alimentamos mientras Cleta me cuenta como Oscar, al intentar engañarla, la quería convencer para sacarla de casa. El desgraciado, al ver qué nuestra hija se resistía argumentando que irían a comprarme un regalo, se la llevó a la fuerza y ella, a pesar de que tenía miedo, se escondió debajo de la mesa, pero eso no le impidió que él la agarrara de los pies mientras le tapaba la boca para que no gritara.