Me despierto al oír un quejido, alarmada, abro los ojos y respiro con calma al ver a Cleta totalmente dormida a mi lado. La luz de la luna se cuela por la ventana, eso me permite correr la cabeza hacia donde provino el ruido y trato de no reírme al divisar a Ilan acostado en el suelo.
El pobre hombre se ha acostado en el piso, debajo de su cabeza tiene varias prendas enrolladas simulando una almohada y el poco espacio que hay, le dificulta estirarse.
Me apiado de él, trato de moverlo para despertarlo para que se recueste a mi lado, pues el colchón es enorme y cabemos los tres a la perfección.
—Ilan —susurro.
—Mmm —responde adormilado.
—Ven, por favor, no es necesario que estés allí —expongo.
—No quería incomodarte. No te preocupes por mí, sigue durmiendo —sisea.
—No me incomodas. Sube —le quito su brazo de su rostro con mi mano y tiro con fuerza de él—. No voy a dormir tranquila si sé que estás allí.
Él se incorpora y me hago a un lado.
—Gracias. Estaba por quedarme tieso y acalambrado —menciona en vos baja al acomodarse—. Buenas noches, hermosa.
—Buenas noches —le doy la espalda y me vuelvo a dormir.
Los tres nos despertamos al mediodía por el barullo que proviene desde afuera. Nos levantamos y cambiamos para salir, debo volver a mi casa para comprobar que todo está bien.
Animados, desayunamos algo rápido, y a pesar de que es hora de almorzar, pues el humo del asado que los asadores están por ofrecer en la plaza central, decidimos irnos a mi hogar.
Mi pecho se acelera al vislumbrar ni vivienda, ya que al arribar, veo que la puerta de ingreso está arrancada y las persianas tiradas en el pasto.
—No te detengas, sigue manejando hasta la morada azul —le pido a Ilan señalando la casa de doña Cecilia.
Él se detiene allí y bajamos del vehículo con cautela. Golpeo la madera, sale mi vecina y su preocupación se disipa al recibirnos.
—Me tenían con los nervios de punta, niña —verbaliza Ceci—. Pasen, no es seguro que estén afuera. —expone cuando entramos y cierra con llave.
—Hola, abuelita —la saluda Cleta con amor—. Anoche, vimos a Papá Noel.
—Qué lindo, pequeñita. Corre hasta la cocina que con mi hijo preparamos muchas galletitas de las que les gustan para convidarles. Pídele que nos haga unos ricos mates y para ti una taza de chocolate caliente —expresa—. Si no te apuras, él se va a comer todas.
Mi hija sale despavorida hacia el lugar, dejándonos solos.
—¿Sabe qué ha ocurrido en mi casa? —le pregunto.
—Luego de que te fuiste, ya que te vi desde la ventana, unos hombres llegaron y comenzaron a destrozar todo. Llamamos a la policía, pues ellos eran muchos y yo estaba sola con mi Emanuel —me cuenta—. Salieron huyendo al escuchar las sirenas de los patrulleros y para que no las encontrarán no quise decirte nada. Tu mensaje me hizo darme cuenta de que no lograron dar con ustedes.
—¿Vio quienes eran? —inquiere Ilan.
—La verdad es que no, pero el comisario me dijo que habías hecho una denuncia en contra de tu ex y empecé a atar cabos —expone al mirarme—. Sabes que él no va a descansar hasta dar contigo. Tendrán que irse del pueblo hoy mismo.
—No voy a seguir escondiéndome, Ceci. No es la vida que le quiero dar a mi hija. Tengo que pensar con claridad todo, también pedirle información a mi abogado, pues estoy convencida de que Oscar no ha querido firmar el divorcio —estoy aterrada, pero conozco este pueblo y su gente a la perfección, aquí es donde me siento a salvo.
—No creo que sea la mejor opción, niña. Pero cuentas conmigo —expresa no muy convencida.
—Lo sé, Ceci y gracias. Por cierto, él es Ilan, el chico que ha salvado a Cletita —los presento.
—Mucho gusto, señora. Quédese tranquila que a ellas no les va a ocurrir nada, no están solas —le avisa al extender su mano, la cual la toma con cariño.
—Eso espero, joven. Mis niñas ya han pasado por mucho y no se merecen que sigan sufriendo —dice ella.
—Ma, el mate ya está listo —el grito de un chico se hace escuchar.
—Vayamos a atragantarnos con esas galletitas que nos quedaron de re chupete —Ceci se coloca en medio de Ilan y de mí agarrándonos de las manos hace que la sigamos.