Mi salvador en navidad

Capítulo 8

Estamos en Bahía Blanca, luego del traumático episodio que tuve que vivir, decidimos con mi hija e Ilan que lo mejor era dejar atrás todos esos malos recuerdos y comenzar los tres desde cero.

Ya hace más de siete años que no sabemos nada de Oscar, pues esa noche, terminó en el hospital y después de la sentencia que recibió, sus padres se lo llevaron a Chile para que lo atendiera un especialista.

Nos costó mucho dejar a mi amado pueblo, ya que nos habíamos encariñado con su gente, más que nada con doña Cecilia, pero cada vez que podemos, la traemos de vacaciones para que nos haga compañía, como hoy.

—Mamita, vas a explotar si sigues comiendo así —me recrimina Cleta al sentarse a mi lado.

—No le digas esas cosas a tu madre, ella debe alimentarse por dos —me defiende Ceci al pasarme un mate para que no me atore—. Se supone que los preparamos para ellos.

—Doña Cecilia tiene razón. Tu hermanito le demanda alimentos y ahora que puede, deja que lo haga —menciona Ilan abrazándose desde la espalda—. ¿Ya no tienes náuseas?

—Nop, amor. Tu hijo me ha dado tregua y me exige que me engulle todos esos riquísimos manjares —le aviso al tragar. Estoy en mis nueve meses de embarazo y el primer trimestre me lo he pasado con la cabeza metida en el inodoro.

—Esas son excusas, mamita. Te vas a poner como una pelota —me acusa mi hija.

—Está bien. No como más —hago un puchero y ella se carcajea.

—Eres hermosa, mami, come todo lo que quieras. Quería molestarte por no dejarme salir —expone mi niña.

—Si no tienes permiso es por qué debemos ir a hacer las compras para navidad, pequeña —le recuerda Ilan.

—Lo sé papi, pero los chicos de la escuela se iban a juntar en la casa de Anto para hacer una despedida de fin de año y voy a ser la única que no va a poder asistir —sisea apenada.

—Si nos apuramos, estoy segura de que podrás llegar, no te preocupes, nena. Salgamos antes de que se nos haga más tarde —me pongo de pie y camino con mis piernas abiertas hacia la entrada—. ¿Qué esperan?

Logramos realizar todas las compras a pesar de que en varias ocasiones nos detuvimos por el cansancio que mi abultado abdomen ejerce en mí. Dejamos a Cletita en la casa de su amiga y junto a Ceci nos dirigimos hacia nuestra vivienda.

—Estoy exhausta. No comprendo cómo todavía puedes mantenerte en pie —comenta la mujer que adopté como mi mamá, pues Cecilia, a pesar de que vive lejos, siempre está pendiente de nosotros.

—Mis patitas me tiemblan, pero mi salvador de navidad logra que pueda sobrellevarlo —respondo entre los brazos de Ilan al ser cargada hacia el interior de nuestro hogar.

—¡Salvador de navidad!, me gusta ese apodo —menciona con chulería.

—Te convertiste en ello desde que me devolviste a mi niña esa noche del veinticinco de diciembre cuando me sentía devastada —enuncio—. No sé qué hubiera sido de nosotras si no hubieras intervenido.

—Permiso, tortolitos. Voy a recostarme un rato, mi edad avanzada requiere de una pequeña siesta reparadora. No se olviden que en unas horas debemos ir a buscar a mi hijo a la terminal —anuncia Ceci al adentrarse al cuarto que le hemos asignado cada vez que viene.

—Lo tenemos presente, tanto usted como él son fundamentales para completar nuestro festejo navideño. Descanse —me despido al ver qué cierra la puerta.

—Tú también debes descansar. No es fácil llevar semejante carga —expone Ilan al ingresar a nuestra habitación, me acuesta en la cama y se coloca a mi lado posando su palma sobre mi panza—. Admiro a las mujeres, menos mal que nuestra propagación está en manos de ustedes, por qué si fuera al contrario, ya la raza humana estaría casi extinta.

—No seas payaso —le digo entre bostezos.

—¿Piensas que nosotros tendríamos más de un hijo? —me pregunta con seriedad—. No, gracias, si debo pasar por los malestares que has pasado, no tendría herederos. No, nunca.

—¿Quieres tener más? —le pregunto.

—No, no quiero que sufras. Aparte, no sabemos si es niña o niño, prefiero esperar a ser abuelo. A Cleta y a este pedacito de nosotros debo criarlos. Pero a mis nietos, no. Con ellos me voy a sacar todas las ganas de enseñarles algunas fechorías. —Ríe.

—Para eso falta mucho, abuelo consentidor. Abrázame y déjame dormir que nuestra bebita está tranquila —desde que me enteré de que estoy en cinta, presiento que vamos a tener otra princesa con nosotros.

—No sabes si es bebita, puede ser un bebito o ambos —comenta Ilan apagando las luces. 

En las ecografías no quisimos saber más que el bienestar del bebé, no tenemos la certeza de nada, solo que está sanita.

—Es una, ya lo verás —decreto al sentir los brazos de mi esposo cuando intentar rodearme.

—Los amo. Te amo —es lo último que oigo. Mis párpados me pesan y el agotamiento logra que me duerma con prontitud.




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