Mi segundo nombre es desastre.

Capítulo 8: Lado malvado.

— ¡Tenemos que vengarnos! —le digo a Karah mientras paseo por mi oficina completamente ofuscada.

—Normalmente no estoy de acuerdo contigo en esta clase de cosas, pero esta vez es la excepción, hagamos que sufra —responde enfadada.

—Necesitamos refuerzos, llama a Faith y a Rissa y diles que necesitamos verlas en el almuerzo —ordeno.

—Como ordenes —dice seriamente.

Sé que se están preguntando por que necesito refuerzos y quien es la persona que quiero ver sufrir, pues la respuesta es muy sencilla: Sebastian Ferrer tiene que pagar… todo comenzó a principios de semana en la oficina, todo iba tan normal como siempre cuando descubrí que alguien le había echado sal a mi café, de inmediato supe quién era el autor de tal crimen pues solo había una persona tan inmaduramente capaz de cometer una broma tan infantil. Al confrontarlo negó haber cometido tal acto pero yo sabía que él era el responsable así que muy amablemente le pedí que se detuviera.

Esa charla fue completamente en vano pues durante el resto de la semana continuo haciéndome bromas que aunque eran completamente inofensivas se volvían cada vez más insoportables, así que hoy finalmente decidí que es momento de desquitarme y por eso recurrí a la ayuda de mis amigas.

—Listo —dice colgando el teléfono —Rissa y Faith se encontraran con nosotras para almorzar, y debo añadir que Rissa se encontraba particularmente feliz cuando le dije la razón de nuestra reunión.

—Si hay alguien capaz de hacer sufrir a alguien, esa es Rissa. Realmente me alegra tenerla de mi lado —digo maliciosamente—. Sebastian Ferrer no sabe lo que le espera.

—Así se habla amiga —dice alegremente para luego estallar en carcajadas.

Continuamos trabajando y cuando finalmente llega la hora del almuerzo, nos encontramos con Faith en el vestíbulo y salimos de la editorial rumbo al restaurante donde quedamos encontrarnos con Rissa, dado que el restaurante queda a pocas cuadras de la editorial decidimos caminar por lo que rápidamente nos encontrábamos sentándonos junto a Rissa para luego ordenar la comida.

—Entonces… —dice Rissa mirándonos divertida—. ¿Alguna razón en específico por la que quieras vengarte de Sebastian?

— ¿Además del hecho de que es un completo idiota? Si, varias de hecho —respondo jugando con una servilleta—, ese rubio nefasto lleva toda la semana volviéndome loca con sus bromas absurdas.

— ¿Cómo cuáles? —pregunta mi mejor amiga luciendo bastante interesada.

—Ponerle sal a mi café, cambiar el fondo de mi computadora por imágenes de miedo, asustarme saliendo de la nada… —enumero frustrada.

—Básicamente puras bromas absurdas e inmaduras —añade Karah—, y lo peor de todo es que yo también soy un blanco.

—Está bien —dice Rissa—. Ahora, en una escala del 1 al 10 ¿Qué tanto quieren que sufra?

— ¡Once! —decimos Karah y yo al unísono.

— ¿No creen que eso sea demasiado? Es decir, él no te ha hecho nada grave —dice Faith tímidamente.

—No es demasiado mi querida Faith —responde Rissa—, si hay algo que he aprendido en mi profesión es que no tienes que dejar que nadie se aproveche de ti, y si tienes la oportunidad de fastidiar a tu oponente, no debes dudar en tomarla.

—Está bien, pero no quiero ser parte de esto.

—Como tú lo prefieras —digo calmándola.

—Y por eso no soy abogada —dice Karah bromeando—, se requiere una mentalidad malvada que desafortunadamente no poseo.

Pasamos todo el almuerzo planeando que hacer para vengarnos de Sebastian, y una vez que estuvimos conformes con nuestro plan nos despedimos de Rissa y nos dirigimos de vuelta al trabajo. Aunque Rissa no estaba muy convencida al principio, se hizo obvio que la mejor manera de combatir a Sebastian era actuar justo como el, es decir, hacer bromas tan simples que rayaran en lo inmaduras.

Despidiéndonos de Faith una vez que el ascensor la deja en su piso, Karah y yo comenzamos a reír maliciosamente pensando en la venganza que teníamos planeada para el rubio nefasto de Sebastian.

— ¿Estas conforme con nuestro plan? —Pregunta Karah mientras caminamos hacia mi oficina.

—Si lo estoy, aunque siento que debería intentar convencerlo por última vez de que detenga las bromas.

—No va a hacerte caso Andie, está disfrutando demasiado actuar como un niño. El y David —dice cabizbaja pensando en el hombre que le gusta.

—Igualmente siento que debería hacerlo.

—Si quieres hazlo antes de que comencemos con nuestro plan, aunque la idea de esperar no es muy agradable en estos momentos.

—Voy a hacerlo —respondo entrando en mi oficina—, y si no funciona pues continuamos con nuestro plan de venganza.

—Esa es una buena idea, las guerras no las ganan los soldados más fuertes, si no los más inteligentes.

— ¿Y desde cuando esto es una guerra? —pregunto divertida.

—Desde que esos tontos metieron un ratón en mi escritorio —responde estremeciéndose a lo que yo rio—. No te parecería tan gracioso si te lo hubiesen hecho a ti.




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