Mi segundo nombre es desastre.

Capítulo 18: Superpoderes y Cazadores de sombras.

Al entrar en mi oficina el lunes por la mañana luego de la reunión semanal con Grecia, me siento felizmente en mi escritorio pues ya que no tengo ningún libro del que encargarme por los momentos, puedo dedicar mi tiempo a escribir mi libro y tratar de terminarlo pronto para poder mostrárselo a Grecia.

Como siempre me ocurre cuando comienzo a escribir, me quedo completamente absorta en lo que estoy haciendo por lo que no le pongo atención a Karah cuando esta entra en mi oficina a decirme algo, simplemente asiento hasta que se va y continúo con lo mío. He descubierto que cuando estoy en este estado no le presto atención a nada ni nadie y pueden decirme cualquier cosa que yo asentiré con gusto.

Luego de adelantar bastante en la escritura de mi libro, decido tomarme un pequeño descanso para revisar mi teléfono y ver si tengo algún mensaje importante, cosa que no es así y al fijarme en la hora que marca el reloj me sorprendo pues ya es la hora de almorzar por lo que salgo de mi oficina para buscar a Karah y ver si quiere comer conmigo. Al fijarme en su escritorio noto que Karah no se encuentra ahí así que decido mandarle un mensaje.

 

Andie: ¿Dónde estás?

 

Karah: Salí a comer con David, te dije esta mañana que él me había invitado a comer con él.

 

Andie: Pero no quiero comer sola.

 

Karah: No tienes que comer sola, Sebastian se quedó a comer en la oficina y estoy segura que te dejara comer con él. Deje tu comida en el escritorio, disfrútalo.

 

Andie: Esta bien, gracias.

 

Tomando la bandeja de comida del escritorio de Karah, camino hasta la puerta de la oficina de Sebastian y abriendo la puerta como puedo pues mis manos están ocupadas, me asomo por la puerta y me encuentro a Sebastian sentado tras su escritorio mientras se come un taco.

— ¿Puedo comer contigo? —pregunto tímidamente—. Es que Karah se fue con David y no me gusta comer sola.

—Claro, pasa —responde Sebastian tranquilamente.

Mientras entro en su oficina no puedo evitar observar curiosa todo a mí alrededor y ver lo diferente que es a mi propia oficina. La pared que no es de vidrio está pintada de un color azul claro muy bonito y sobre ella se encuentran colgados varios cuadros abstractos de esos que nadie entiende. La biblioteca a sus espaldas, su escritorio y las sillas que están frente a él son de madera oscura y sobre su escritorio a un costado junto a su computadora blanca tiene 3 marcos con fotos.

Mientras tomo asiento en una de las sillas que están frente a su escritorio doy un vistazo más de cerca a las fotos que se encuentran en los marcos: La primera es de una mujer rubia con un vestido de novia realmente hermoso besando a un hombre pelinegro que usa un esmoquin negro —supongo que son sus padres el día de su boda—, en la siguiente está la misma pareja de la primera foto solo que con más años mientras abrazan a un niño rubio y otro con el cabello negro de aproximadamente 8 años en lo que parecer ser un picnic, y la ultima es de Sebastian y Tomas sonriendo mientras se abrazan en la graduación de la universidad de Sebastian.

—Esos son mis padres el día de su boda —dice Sebastian señalando la foto de la pareja besándose—. Se casaron cuando tenían 22 años aunque todos les aconsejaron que no lo hicieran pues eran muy jóvenes, obviamente no les prestaron atención y se casaron igualmente. Fueron la pareja más feliz que he visto en toda mi vida.

—Te pareces mucho a tu mamá —digo detallando a la mujer de las fotos.

—Lo hago, yo salí igual a mi mamá pero con los ojos de mi papá y Tomas salió igual a papá pero con los ojos de mamá —responde sonriendo con nostalgia—. Papá suele decir que somos la perfecta combinación de ambos.

—Eso es muy dulce —digo mientras le doy un mordisco a mi sándwich.

—Por lo que vi el sábado, tú también te pareces mucho a tu mamá —dice Sebastian sonriendo.

—Las tres lo hacemos —respondo—, y me alegra que sea así pues no me gustaría parecerme físicamente a mi padre, aunque mi mamá siempre dice que de las tres yo soy la que tengo la personalidad más parecida a la de mi papá.

— ¿Y tú torpeza? —pregunta Sebastian bromeando—. ¿De quién la sacaste?

—Esa es completamente mía —respondo riendo—, es como mi superpoder especial.

—Prefiero la telepatía —dice Sebastian risueño.

—Si yo pudiera elegir un superpoder, sería la telequinesis —añado con seriedad.

— ¿Por qué la telequinesis? —Pregunta Sebastian—. Si eso es simplemente mover cosas sin tener que moverte tú, en cambio con la telepatía puedes leer e influir los pensamientos de las personas.

—Con la telequinesis puedes teletransportarte —digo con obviedad.

—Claro que no —dice negando con la cabeza—, la teletransportación es un superpoder diferente.

—Eso no es cierto —digo preparándome para discutir—. La telequinesis consiste en la habilidad de mover objetos con la intención, es decir, que si yo quiero, puedo transportarme de un lugar a otro pues me estoy moviendo con el poder de mi mente.




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