Sebastián:
Hoy estoy de buen humor, así que está vez narraré como persona normal, sin dar clases de cada cosa. Sólo espero que no se enteren porque estoy de buen humor, después de tanto tiempo.
Llegamos al hospital, como siempre todo las paredes son blancas, su decoración me pareció interesante, tenía un relieve de trazos en la pared.
- quédese aquí - me dijo un enfermero.
Asentí.
Se la llevaron por un pasadizo, poco a poco se alejaban, hasta que la pared no me dejo ver. Así que volví a leer mi libro.
Sin embargo no podía concentrarme, me preocupaba Mía. ¿Desde cuando me importó una persona? No sabría cómo explicar. Desde mi infancia, mi familia me inculcó la costumbre de leer libros, a medida que fui creciendo, empecé a preocuparme sólo en mi y en nadie más. Cuando mi madre murió, no sentí ningún vacío en mi corazón, tampoco lloré. Sólo me concentre en seguir leyendo. Después de todo mi madre me exigió ser el sabe lo todo, eramos una familia pobre, pero desde que yo me hice más inteligente y partícipe de concursos en donde se ganaba dinero. Poco a poco nos hicimos ricos. Y yo una persona reconocida. No les diré porque aquí nadie sabe quién soy. Así pasó el tiempo, y como todo viene y va, de igual manera lo hicieron mis padres, la mayoría de mis hermanos por adelantado fallecieron. Sólo quedamos Irene y yo. Los padres que ahora tengo, nos adoptaron.
No es la mejor vida que hé tenido, pero siento que Mía tiene como algún poder. Podría llamarse el síndrome Mía. Es que si de verdad la conoces más, no importa sólo un día o sólo por el hecho de que te haya saludado con esa sonrisa carismática, te hace sentir que eres importante y además traspasa tus barreras y sientes felicidad dentro de ti.
-ya puede pasar-interrumpe mis pensamientos un enfermero.
- gracias - digo.
- esperé un momento - me detengo y volteo - usted es su amigo ¿verdad?
No entiendo porque la pregunta y el enfermero parece entender mi gesto de confusión.
- solo sus amigos y familiares pueden pasar - dice.
- pensé que solo eran familiares - contesto.
- para la señorita es una excepción, ella es un paciente concurrente en este lugar - me responde.
- entiendo, soy su amigo -
le digo.
- entonces pase - dice señalando el pasadizo.
- puerta número...
- 5 - contesta con rapidez y se va.
Me dirijo hacia esa puerta, entro y veo a Mia con los ojos cerrados, pero tiene un gesto de dolor. Camino hacia ella, parece que me escuchó, porque abrió los ojos.
- Sebastián - dice con asombro - pensé que ya te habías ido.
- si quieres me puedo ir - le digo.
Ella lo piensa un momento.
- si quieres quédate o puedes irte a la hora que quieras - me responde.
- me quedaré, después de todo fue mi culpa lo que te pasó.
- supongo, pero - me mira y luego hace una sonrisa que no termina de esbozar - ¿cómo haces para que nadie te siga insistiendo de que vayas con él o ella ?
Pregunta interesante la que hizo.
- sólo ignoro - ella me indica una silla y yo me siento - las personas se cansan después de tanto insistir.
-¿ y si siguen insistiendo?- pregunta mirando el techo.
Sigue ignorandolos le diría, pero no creo que sea bueno para ella. Mira en lo que me hé convertido, no soy sociable, ni tampoco me importa las demás personas a excepción de ti.
Niego con la cabeza, como si fuera mala idea decirle lo que pensé.
- ¿que pasó?- pregunta.
- nada, pensaba en la respuesta.
- ¿cuál es?
- tienes buenos amigos, que te quieren mucho y darían todo por tí.
Ella tiene cara de asombro.
- te tengo a tí- lo dice con una sonrisa.
Eso me llegó al corazón, es como si el hielo que encerraba mis sentimientos, se hubiera hecho trizas, debido a su cálida sonrisa y su mirada de sinceridad.
Creo que la estoy observando de sobre manera.
Sonríe y sigue mirando el techo.
Nos quedamos en silencio, hasta que de pronto sus manos que estaban en su abdomen, se desliza con rapidez hacia los costados. Me levanto y cojo su mano.
- está enfriandose.
La máquina hace un sonido largo, la pantalla muestra una línea recta. Se está llendo. Mía está muriendo. Sin darme cuenta unas lágrimas caían de mis ojos. Después de tanto tiempo siento está necesidad de llorar por alguien o por algo, en esta ocasión es por ella, Mia.
- doctores, enfermera - grito.
Nadie viene. Vuelvo a gritar pero nadie viene. Grito desesperadamente pero aun así nadie viene. Lágrimas caen por mis mejillas, no aguanto más esto.
- no importa, con todo lo que hé leído sobre medicina, aunque sea puedo hacer algo - me animo a mi mismo.
Trato de sentir su pulso, es muy débil. Su cara se pone pálida y lo único que puedo hacer es ver cómo se muere lentamente, odio sentir que no valgo, que cuando más me necesitan no puedo hacer nada.