"Para ella era un error, pero para él era una bendición, una luz que Dios le había mandado para hacer su vida mejor."
Entre los pasillos del hospital se escuchaban los gritos de una mujer dando a luz. Esa mujer era Gloria. Teniendo a su bebé, pero no había felicidad...
—¡Ahhggggg! Me duele. No puede dejar de doler un minuto.
—¡Señora, lo logró! Aquí está su bebé. Mírela, es una hermosa niña.
—Ayy, sí, ya sé que es una niña. Lo que quiero es que esto me deje de doler. Me duele.
—Sisi, señora, ya le daremos algo... Enfermera, por favor, llévese a la bebé, corte el cordón umbilical y limpie la sangre.
Gregorio, por otro lado, caminaba de un lado a otro esperando noticias de su mujer.
—¿Cómo estará? ¿Ya habrá nacido? Su ansiedad lo hacía comerse las uñas hasta que llegó una enfermera a su lado.
—Todo salió bien, señor... No se preocupe, bendiciones a usted. Ha tenido una hermosa niña.
Gregorio, con lágrimas, se acercó a la enfermera con una sonrisa indescriptible.
—¿Puedo verlas? ¿Cómo están? ¿Dónde...
—Su esposa está dormida, exhausta después del parto. La bebé sí está en la sala de maternidad. Pero debe lavarse las manos y la cara. Los bebés son muy delicados y el sudor... Las bacterias...
—Sí, sí lo entiendo. Lo haré. No quiero hacerle daño. Yo me iré a lavar y después, por favor, llévenme con ella.
Gregorio caminó hacia el baño del hospital, decidido a echarse antibacterial si era posible.
—Voy a verte por primera vez, pequeña. Nueve meses esperando este momento y ha llegado la hora... La hora de que conozcas por primera vez la voz de papá.