Mi Tutor es un Vampiro

Capítulo 2: Ángulo perfecto

2

Thomas

Salí de mi casa a las 20:01.

Esto es importante porque quería salir a las 20:00, pero tardé en encontrar el bolígrafo que la señorita Nora, de servicios sociales, me había prestado. Al principio no podía encontrarlo, así que me decanté por los bolígrafos que mi tutora legal guardaba sobre el refrigerador.

Probé cuatro bolígrafos antes de encontrar uno que escribiera bien. Uno era negro, dos eran azules y uno tenía tinta roja pero estaba seco. No importó mucho, porque cuando estaba a punto de salir, pude ver el bolígrafo de la señorita Nora en el piso, debajo del sillón.

Dos minutos después, ya estaba terminando el recorrido hacia la casa de Vladislav.

Vlad vive a 300 metros de mi casa. Eso son aproximadamente 3 minutos con treinta y seis segundos si mantengo un ritmo medio. Un aproximado de trescientos ochenta y cuatro pasos sobre un terreno mayormente plano.

Ya sólo me faltaba girar hacia los escalones del pórtico para por fin dejar de cronometrar mentalmente mi viaje.

Aunque de inmediato comenzaría otro nuevo conteo.

Y entonces, todo pasó muy deprisa. Algo chocó contra mí. No lo esperaba. El hecho de que no estuviera en mis planes hizo que me diera vértigos, como cuando una de mis familias de acogida me obligaba a subir a los juegos mecánicos aunque yo no quería.

Fue un impacto frontal, aunque viéndolo en perspectiva podría calcularle una angulación de 75 grados. Su cuerpo se golpeó contra mi pecho, pero también sentí un objeto sólido y rectangular golpeándome la clavícula.

Hubo un sonido de vidrio rompiéndose.

CRACK.

Miré al suelo.

Un celular.

Pantalla destrozada en múltiples puntos, formando un patrón de telaraña. Agudicé la vista. El punto de impacto estaba en la esquina superior derecha, muy cerca de la cámara.

—Oh —dije. Porque cuando algo inesperado sucede es importante reconocerlo en voz alta.

—¡MI CELULAR!

La chica frente a mí gritó y su voz sonó a al menos 80 decibeles. 80 decibeles es más fuerte que el sonido de un despertador y menos fuerte que una sirena de ambulancia.

Ella tenía los ojos muy abiertos. Su rostro estaba rojo.

No entendí por qué.

El celular seguiría roto por mucho que gritara.

—Eso fue desafortunado.

—¡Desafortunada tu existencia!

Eso no tenía sentido. Un objeto inanimado no puede ser afectado por el simple hecho de que yo exista.

Ella empezó a hablar muy rápido. Mucho.

Dijo cosas como “café” y “desastre nuclear”, lo cual juntos no tenía mucho sentido.

Me agaché y recogí el teléfono. Evalué los daños. No tenía sentido volver a evaluarlos porque el daño no cambiaría, pero lo hice. Porque eso es lo que se espera que hagas.

—Parece que absorbió la mayor parte del impacto —dije. Porque era cierto.

—¡Claro, porque eso lo hace mejor, capitán obvio!

Yo no soy un capitán, quise decírselo pero no lo hice. Tampoco entiendo por qué decir algo obvio es malo. Lo obvio es importante porque es cierto.

—¿Quieres que compense la pérdida de alguna manera?

—Sí, tráelo de vuelta a la vida. Resucítalo con tus poderes mágicos, Gandalf.

—No soy Gandalf.

—¡Obvio que no!

Ella me miró fijamente. Así que puse mi vista sobre un punto medio en su frente, como la psicóloga me había dicho que hiciera en situaciones como esta.

Pero pude ver que tenía agua acumulándose en los ojos.

Eso significaba que iba a llorar.

Yo no quería que llorara. Llorar hace que la gente actúe de forma impredecible.

Las personas lloran cuando están tristes, pero también cuando están frustradas o enojadas, incluso felices. No tenía idea de cuál era su caso.

Me quedé en silencio porque no sabía qué debía decir. Las palabras correctas eran importantes.

—Thomas —dije.

—¿Qué?

—Mi nombre. Thomas Beckett.

Las personas se presentan cuando hablan. Es lo correcto.

—Pues gracias por nada, Thomas Beckett. Acabas de cometer un crimen de guerra contra mi celular.

Entonces apareció Vladislav. Y no entendí por qué me alegró ese suceso inesperado. Quizá porque podría distraer a la chica o llevársela lejos. No quería seguir viendo cómo lloraba.

—Qué animado está todo esta noche —escuché.

—No exactamente. Más bien, se ha cometido un homicidio tecnológico en mi contra.

—Yo diría que fue homicidio culposo —corregí.

Ella soltó un ruido que no supe categorizar y se cubrió el rostro con las manos.

Cuando las personas de cubren la cara es porque no quieren que las veas o porque se sienten abrumadas. Eso significaba que no le gustaba mi respuesta. Pero era la respuesta correcta.

Parecía que no importaba qué dijera, para ella no era lo correcto.

Quería que dejara de mirarme como si yo tuviera la culpa.

Quería que el celular no estuviera roto.

Quería que el mundo se detuviera solo por un segundo.

Pero el mundo nunca se detiene.

Así que hice lo único que tenía sentido: me quedé callado.

Ella dijo algo dramático. Vlad sonrió.

Yo no debería estar aquí. Digo, sí estaba en el lugar correcto, pero había un nuevo elemento no planeado. Y eso también me tenía abrumado.

Los documentos. Recordé por qué estaba allí. Vlad debía llevar los documentos firmados mañana. Si no lo hacía, debía esperar hasta el próximo día hábil, dentro de tres días. Demasiado tiempo. No sabía cuánto tiempo mis tutores legales pasarían en el hospital, pero no sabía si los servicios sociales se arrepentirían en cualquier momento. Así que no tenía tiempo. Mañana tenía que llevar esos documentos.

Y yo tenía que calcular cuál era la probabilidad exacta de que alguien saliera de una casa en el mismo momento en que yo giraba hacia la entrada y que su celular cayera al suelo en el ángulo perfecto para romperse.

Era una probabilidad baja.




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