Mi Tutor es un Vampiro

Capítulo 3: Pin-Pon es un Vampiro

3

Abbey

—¿Eso... eso es lo que creo que veo?

Aguzó sus ojos. Yo me limité a mirarlo con el cereal crujiendo en mi boca. De hecho, había sonado mucho más fuerte de lo que debería. Estábamos en un tiroteo de Call of Duty.

Vladislav me miró apenas cayó en cuenta de lo que había estado comiendo, como si le hubiera confesado que mi Drácula favorito era Adam Sandler en Hotel Transilvania. Con asco.

Vamos, que era completamente normal despertarse a las tres de la madrugada a comer cereal... Digo, ¿qué adolescente no había hecho eso?

¡Alto ahí! Policía Nutricional.

—Pero, ¿qué es esa aberrante creación que profana tu boca?

Decidí que sería buena idea hablar con la boca llena, nada más para fastidiarlo un poquito más. Y con mi mayor cara de sorpresa, esa que había practicado tantas veces frente al espejo de mi baño y me había tomado años perfeccionar, dije:

—No me digas, ¿no conoces a Kit-Choc?

—¿Qué?

—Es un cereal muy crocante y de cajón. Lo comes con lechita fría, directo del tazón. Así, mira.

Casi escupo mi cereal, aunque habría sido un desperdicio de aquella exquisitez, un cúmulo de conservantes y azúcar por montón. Les juro que no se me ocurrió otra cosa. Pero conseguí desencajarle el rostro, parecía no tener ni remota idea de lo que hablaba. ¿De qué siglo venía?

Pero Vlad no parecía muy contento. Ayer había guardado la compostura, con ese aire teatral de villano de Disney. O quizás el Drácula de una película muy antigua. Hoy parecía un padre recién divorciado a punto de perder la paciencia con el gerente del supermercado.

—Eso que comes no es más que basura, su valor nutricional es un insulto para la humanidad. Si el plutonio fuera color chocolate, apostaría a que lo sacaron de la misma fábrica que este cereal.

Oh, oh. Alguien se despertó de mal humor. Pero, por suerte, no estábamos en Chernóbil.

—El plutonio ya es color chocolate cuando se oxida. Lo hace rapidísimo, así que cuenta.

—Ay, también tienes un doctorado en física nuclear, qué alivio. Lástima que no te sirviera para evitar la implosión de tu teléfono. Quizás algún arqueólogo del futuro lo encuentre y se pregunte qué tipo de cataclismo lo destruyó.

Auch, eso había dolido. Con lo mucho que me había costado tener un teléfono...

—¡Eso fue obra de un niño ignorante que no conoce el respeto por la tecnología!

Vlad me apuntó con uno de sus dedos, tan largos y tan pálidos como en una película de miedo.

—¡Y tú cómo vas a ponerte así por un miserable aparato! —Exhaló un suspiro largo y dramático, como si estuviera debatiéndose entre darme un sermón o exorcizarme—. Escúchame bien, pequeña niña salvaje, haz lo que quieras. Si has decidido que hoy será tu último día y por lo tanto consumes ese veneno, está bien. Pero ten la decencia de hacerlo lejos de mi santuario. No puedo soportar ver cómo alguien es capaz de intoxicar su propia sangre a voluntad. Y menos aún tolerar que difames el honor de mi buen amigo Beckett. Así que, por favor, deja de arruinar el ambiente de mi templo. Es sagrado. Tú sigue creyendo en la promesa falsa de tu cerealito fortificado con vitaminas.

—¿Sabes qué está más fortificado? Mi paciencia luego de platicar contigo.

Vlad parpadeó. Una, dos veces. Y se frotó las sienes, riéndose con una de esas sonrisas que parecen carentes de humor, o no sé lo que quieran decir.

—Oh, Abbey, me has dejado sin palabras. Eres adorablemente desafiante. Como un gato callejero, todo orgullo y cero instinto de supervivencia. Hoy no es mi día, ¿de acuerdo? Hazme el favor de comportarte.

Se oía sincero. Pero, más que oírse, realmente su aspecto distaba mucho de quien la está pasando bien. Pensé nuevamente en lo del padre divorciado apunto de discutir con el empleado del supermercado..., ¿y si no estaba muy lejos de la realidad?

Tal vez había tenido alguna esposa, novia, o novio, no sé…
Me sentí un poco culpable. Ojalá no fuera como en esas películas dramáticas donde la esposa muere y el protagonista queda sumido en un profundo mar de dolor, incapaz de siquiera ir a terapia, arrastrando consigo a toda su familia, creyendo que en cualquier momento nuestro alucin pasaría a mejor vida. Aunque eventualmente conseguían enamorarse tiempo después y ahí acababa la película.

Ay, no… ¿Esa era yo, sintiendo empatía? Sabrá Dios cuándo desbloqueó mi cerebro esa función.

¿Y ahora qué? ¿Se venían los tiempos en los que lloraba viendo una película romántica?

¿Había llegado ese terrible momento en el que lloraría por culpa de un XY después de que le dijera a la protagonista que ya no la amaba (pero en realidad estaba con otra)?

Ay, Virgen María, Madre de Dios. Espero que no. Ya lloraba con Hachiko, no necesitaba llorar por nada más.

Pero, en fin, sí, hay que volver al punto (que ya no recuerdo cuál era).

Ah, sí, sí, concéntrate. Quizás eran sus problemas personales los que lo habían obligado a levantarse a tales horas. De hecho, hay una reacción química muy particular en nuestro cerebro cuando nos sentimos tristes o abrumados. El cortisol comienza a liberarse y eso impide que concilies el sueño. Me bastaba toda la literatura médica que me había leído para confirmarlo con mi propia experiencia. Así que sólo me limité a mirarlo, con la esperanza de que mi silencio fuera interpretado como una disculpa.




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