Mi último deseo

Capítulo 2: Conociendo a un soñador

¿Cómo se supone que debo empezar? ¿Acaso debo saludarlo formalmente, como si ya nos conociéramos o tratarlo como al chico que trae los delivery? ¿Será alguien joven o un adulto? ¿Hombre o mujer? Comienzo a sentirme inquieta y nerviosa, como si fuera a ver al chico que me gusta en nuestra primera cita. No es que haya pasado por esa situación, sino que así lo describen en muchas partes. Manos sudorosas, múltiples pensamientos sobre esa persona, retorcijones estomacales de los nervios y la sensación de estar ligeramente fuera de lugar. Incluso pareciera que todos en el lugar te observan a ti, la solitaria jovencita que no deja de morderse el labio inferior y mirar para todos lados.

Mi problema es que no sé cómo es la persona asignada como mi soñador, puesto que me saltee el informe que me enviaron. Quiero decir, no es una imprudencia de la aplicación, sino un inconveniente producto de mi impaciencia. Lo único que tomé en cuenta fue el lugar y la hora del encuentro, ya que estaba desesperada por comenzar esta aventura; por suerte fue relativamente corto el tiempo de espera. Volviendo a lo importante ahora, creo que debería haber revisado el informe, es decir, cualquier persona del parque podría acercarse, decirme que es a quien estoy esperando y yo me iría como tonta detrás de sus pasos. Quién sabe, tal vez y me mate para vender mis órganos al mercado negro. Lo bueno es que tienen cáncer y no le pagarían nada por ellos.

Busco mi teléfono celular, vuelvo a cambiar de posición en el banco de madera y abro la app de Mi Deseo. En cuanto aceptaron mi solicitud, se abrió una sección donde recibía toda la información que requería sobre mi soñador, desde una foto actual de su rostro hasta las colaboraciones anteriores que ha realizado. Pero, como dije anteriormente, sólo me interesó la parte de la cita donde concretábamos el primer encuentro. Ahora que lo reviso con paciencia y tranquilidad, puedo decir que es un chico de unos veintitantos años, de rostro bonito y apariencia inocente. Ah, mira, aquí debajo dice que se llama Zachary, que le gustan los animales, la naturaleza y el color verde.

- Abigail -una voz desconocida pronuncia mi nombre frente a mí, por lo que levanto la mirada totalmente perdida en mis pensamientos-. Un gusto, soy Zachary, pero puedes decirme Zach -y me extiende su mano.

- Ah, hola -me levanto con rapidez y estrecho su mano, devolviéndole la sonrisa que me brinda-. El gusto es mío, Zach. Justamente estaba leyendo un poco sobre tu expediente para saber quién sería mi soñador.

- Bueno, los expedientes son por formalidad y para crear un poco de confianza al principio, pero no dice lo suficiente como para que me conozcas. Aun así, no debes preocuparte, no haré nada ilegal contigo ni nos meteré en problemas -suelta una pequeña carcajada y vuelve a sonreír. Tiene una bonita sonrisa, a decir verdad.

- Bueno, mis órganos tampoco valdrían algo, así que no podrás drogarme y venderlos -por un momento olvido que no todo el mundo toma a la ligera el cáncer y puede resultarle ofensivo que haga un chiste así, pero él termina riendo con soltura.

- Está bien, será una aventura libre de comercios ilegales, lo prometo -levanta su mano derecha, hace una cruz sobre su corazón y vuelve a sonreír como un niño pequeño.

Me recuerda a las historias que solía inventarse mamá, donde los más felices eran los que más secretos oscuros podían ocultar. Ella decía que cada mirada era una puerta al alma, pero que no todas estaban abiertas; que una sonrisa era la carta de presentación, pero no algo tan simple como estirar los labios. Mamá tiene una enorme facilidad para interpretar a las personas y sus acciones, pero yo nunca alcancé siquiera a entender una mirada de doble sentido, es decir, ni siquiera noté las miradas que mi vecino me daba por más de un año. Así que, tal vez deba enviarle una foto de Zachary y preguntarle qué es lo que ve detrás de sus puertas. Me intriga saber lo que puede esconder.

Él habla un poco sobre su persona, comentando que no tiene hermanos, pero sí un mejor amigo que es como uno. Sus manos se mueven mucho, señalando hacia todas direcciones y posándose sobre su estómago en cuanto quiere reír un poco. Hace muchos tipos de expresiones que acompañan sus historias, tantas que puedo ver arrugas formándose en lugares específicos para cada una.

- Entonces, Abigail, ¿quieres hablarme de algo o sólo me escucharás parlotear hasta que lleguemos a mi casa? -me detengo por unos segundos a observar disimuladamente a mi alrededor, notando que el parque quedó un poco lejos.

- ¿A tu casa? -una mueca de desconcierto se pinta en mi rostro y la paranoia encienden mis ganas de correr.

- Oye, no te asustes, es sólo una sugerencia -levanta sus manos y mantiene su distancia para no asustarme-. Debemos hablar del plan a seguir, el mapa de la ruta, el orden de los deseos y todo lo referido al papeleo en general. No puedo llevarte de aquí para allá sin una autorización médica o los requerimientos básicos para tu condición -me siento tonta por no haber tenido en cuenta esos datos cuando era algo muy obvio; es decir, ¿quién se llevaría como si nada a una chiquilla a punto de morir, con la posibilidad de empeorar en medio del viaje?

- En mi departamento tengo todo lo que necesitas -señalo detrás de mí, girando mi cuerpo levemente para que me siga, a lo que él asiente y comienza a caminar.

Estoy nerviosa, porque siento que no estoy colaborando en absoluto con sus intentos de entablar una conversación. Estoy segura de que me ha contado varias cosas, pero ni siquiera he escuchado la mitad. Me estoy comportando como una maleducada, no me sorprende que piense que soy alguien que sólo busca aprovecharse de su condición para obtener lo que quiere. Muerdo mi labio inferior, retuerzo un poco mis manos, tomo una gran bocanada de aire y lo suelto ruidosamente.

- Soy hermana mayor de una preadolescente un poco insoportable y nieta de la abuela más genial del mundo. Mi color favorito es el violeta, aunque las flores no sean mis favoritas; prefiero la lavanda. Mis padres no son de recursos acaudalados y se casaron muy jóvenes, gracias a que mamá se quedó embarazada. Hubiera sido la hermana del medio, pero ella lo perdió a los seis meses y sumió a mi familia en un agujero negro muy profundo. Luego llegué yo por accidente y alegré un poco las cosas -él me observa de a ratos y yo no dejo de recorrer los alrededores con mis ojos, sin saber dónde dejarlos por más de dos segundos-. El cáncer volvió todo oscuro de nuevo, hasta que mi hermana nació y las cosas comenzaron a marchar mejor. Pero, aquí estamos de nuevo -lanzo un suspiro de derrota y recorro los últimos metros que faltan para llegar a mi hogar.




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