Mi último deseo

Capítulo 3: Disfruta del viaje cuanto puedas

Cuando cerré mi departamento y bajamos a la calle, lo primero que noté fue el auto estacionado en la orilla. Eso no estaba antes ahí y definitivamente no conocía al chico que se bajó de él. La paranoia volvía a picar bajo mi piel, pero Zachary saludó y abrazó al desconocido como si fueran amigos de toda la vida. Entonces deduje que era otro producto de sus llamadas y decidí terminar de arreglar mis asuntos.

El recepcionista y dueño del lugar recibió mis llaves amablemente y me deseó un buen viaje. Ya había acordado con él que le daría mi departamento a alguien que conocía y lo necesitaba urgentemente, aprovechando que dejé unas semanas ya pagadas. Si podía hacer algo por alguien más, no tenía problemas en regalarle tal cosa. Así que, mientras Zach hablaba con el desconocido, yo recibía los abrazos de Orlando y los buenos deseos que podía darme. También me contó sobre la situación de esa chica, lo que me hizo sentir bien con respecto al lugar ya pagado por un servicio que no utilizaré.

- ¿Estás lista? -me pregunta Zach en cuanto salí del lugar arrastrando mi maleta.

- Eso creo -solté luego de dar un profundo respiro, buscando quitarme los nervios de la piel.

Ahora estamos viajando, dentro del auto, escuchando una estación de radio y en marcha al lugar más alejado del mapa. ¿Acaso tendrá memorizada mi lista? Me intriga el proceso que debieron realizar para organizar un itinerario completo de todos los deseos que he pedido. Quiero decir, no había tantos que requieran mucho dinero o que se encuentren a una gran distancia. Ni siquiera puedo salir del estado o tomar vuelos por los riesgos que significan, así que he reducido considerablemente las cosas que pediría. ¿Podría preguntarle sobre la app y lo que era antes de ser tan grande y famosa? Bueno, ni tanto, porque no la conocí hasta que me la mencionó un paciente de mi doctor.

- Zachary, ¿quién es él o la dueña de Mi Deseo? -lo observo, notando como respira profundamente sin dejar de controlar la carretera.

- Bueno, originalmente yo la creé -eso me asombra y él lo nota, así que sonríe avergonzado-. Era una idea que tenía, algo que necesitaba lograr a pesar de lo duro que pudiera resultar. Obviamente tuve muchos problemas para llegar a lo que es hoy, mucha ayuda de amigos y conocidos, colaboraciones, apoyo... fueron muchas cosas, demasiadas para una vida. Pero valió la pena -me observa orgulloso de sus resultados y luego vuelve a conducir.

Me sorprende el entramado trabajo que tuvo, porque lo que hace no es algo tan simple como pedir alguna cosa y tenerla. Debió ser complicado comenzar a proyectar su sueño y tener tantos problemas para lograrlo. Pero también obtuvo una enorme felicidad y satisfacción en cuanto todo comenzó a funcionar. ¿Quién habrá sido su primer cliente? ¿A cuántos ha ayudado antes que a mí? ¿Y el resto de soñadores? Deben ser muchos, sin contar a los colaboradores, las familias de quienes ayudaron, las empresas... suena realmente grande, aunque parezca una cosa pequeña.

Dejo de pensar tanto y observo el paisaje, ya que debo disfrutarlo. Siempre quise hacer un viaje por carretera, así que lo tacho de mi lista de deseos. La música me incita a mover los hombros y tararearla suavemente, observando a los autos pasar a nuestro alrededor. De pronto, un auto con una familia alcanza nuestra velocidad y puedo ver a la niña que va en los asientos traseros. Ella me saluda con una mano, sujetando su peluche en la otra. Le devuelvo el saludo y rebusco en mi bolso hasta encontrar el mío. Lo levanto para apegarlo a la ventana y hago que la manito de mi oso la salude, sacándole un par de risas juguetonas. Lo último que veo es su manito agitándose, ya que sus padres toman otro camino diferente al nuestro.

Al voltearme. Zachary trae una sonrisa enorme en el rostro. Acabo de notar que saqué a mi peluche frente a él, por lo que me sonrojo considerablemente. Él me observa y suelta una enorme carcajada mientras yo me oculto detrás de mi afelpado amigo.

- Así que tienes un oso de peluche -la sonrisa no se borra de su rostro y el sonrojo se mantiene en el mío.

- Sí, es el que mi padre me regaló cuando estaba en el hospital -acaricio sus orejas recordando cómo me sentía en esos días-. Recuerdo que llegó con él un día después de que les dijeran que iban a extirpar al riñón infectado para tratar de controlar el cáncer. Las quimioterapias me tenían muy cansada y la anestesia me daba sueño todo el tiempo. Cuando recuperaba la consciencia, el dolor estaba presente y sólo podía gritar y retorcerme mientras ellos lloraban de impotencia -beso la frente de mi osito y lo abrazo contra mi pecho para darme un poco de fuerzas para evitar llorar-. Dijo que era un oso guerrero de las Montañas del Norte, que sirvió con honor al ejército de la Reina Mestiza en la batalla de los Diez Años y que había perdido un ojo a manos de un Oscuro, un soldado del bando enemigo.

- ¿Y a qué historia pertenecen? Me gustaría leerla -está concentrado en la carretera, pero noto claramente el interés que carga en su voz por saber más sobre dicha batalla.

- Es de un cuento que mi madre se inventó luego de que se le acabaran los libros que me leía en el hospital -devuelvo a mi amigo al bolso para seguir oyendo la música en la radio-. Cuando despertaba por la intensidad del dolor, ella no sabía qué hacer. Un día, mi doctor estaba en medio de una cirugía y no podía llegar rápidamente a mi habitación, así que trataron de contenerme lo mejor posible -me concentro en mirar los autos y carteles que vamos dejando atrás-. Recuerdo traer los ojos tan llenos de lágrimas que todo era borroso y sentir como mi cuerpo ardía en un fuego tan intenso que me dolía cada pequeña fibra. Mamá me sujetó fuertemente, me abrazó y comenzó a contarme una historia.

Durante unos segundos, soy incapaz de oír la música y el motor del auto, porque estoy sumergida en los recuerdos. La voz de mamá estrangulada en lágrimas, los gritos de papá en el pasillo y sus maldiciones ante cada grito desgarrador que yo soltaba. El temblor constante y la sensación de que cada fibra de mi cuerpo comenzaba a romperse y quemarse en un fuego que podría pertenecer a las fauces de un dragón.




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