Mi último deseo

Capítulo 4: Deseo no morir de un susto

Despierto sobresaltada por un sonido que hace vibrar las ventanas del auto, devolviéndome del mundo de los sueños. Durante unos segundos, no puedo ser capaz de recordar dónde estoy, pero poco a poco recupero la consciencia. Aunque me guste dormir, detesto el tener que despertar de esa forma, porque me recuerda a los días de quimioterapias, inconsciencia y pérdida constante de la realidad.

- Abigail, ¿ya estás despierta? -Zachary tiene su mano puesta sobre mi hombro sin dejar de ver el camino con preocupación.

- Sí, yo... ¿dónde estamos? -ni siquiera recuerdo en qué momento me quedé dormida, pero siento el cuello completamente entumecido, al igual que las piernas y el trasero.

- No estamos muy lejos de la primera parada, pero se está desatando una tormenta en la ciudad y recomiendan no circular las calles -quita su mano de mi hombro y me pasa un mapa, aunque yo no entienda nada de él-. Ahí está señalado con un punto rojo el lugar que te mencioné -lo busco y aparece ante mis ojos rápidamente- y nosotros estamos un poco más adelante del pequeño cuadrado que muestra el número de la carretera que estamos tomando -y también lo encuentro.

- Entonces, ¿qué haremos si no podemos llegar hasta aquí? -mí dedo señala el punto rojo en el pequeño espacio que he desplegado del mapa- ¿Vamos a parar en algún otro lugar o algo así?

- Allí no sale especificado, pero me informaron de que hay un motel para los viajeros bastante cerca de donde estamos -asiento comprendiendo lo que me dice, pero otro estruendo me hace pegar un brinco en el asiento y tragarme un grito, lo que hace que Zachary se suelte a reír-. Te dije que había una tormenta cerca. Por suerte llegaremos al motel antes de que nos alcance a nosotros también.

- Creo que voy a morir de un infarto antes de que el cáncer quiera tragarme totalmente -y él sigue riendo con soltura, lo que me saca una pequeña sonrisa que escondo detrás del mapa.

Entre risas, mi enjuague bucal, otro par de truenos y más música, llegamos al motel. La verdad es que nunca estuve en uno, pero en todas las películas los pintan como lugares terroríficos y destruidos por el tiempo. En cambio, el que aparece frente a nosotros, trae múltiples colores, figuras y luces decorando sus paredes. Incluso hay un mural a medio pintar, con plásticos asegurados a la pared para protegerlo de la tormenta de ésta noche. La verdad es que me gusta, incluso parece acogedor sin que hayamos pisado su suelo.

- Bien, iré a preguntar por habitaciones -Zachary apaga el auto y se voltea a verme-. ¿Quieres cuartos separados o uno de dos camas?

- Juntos estará bien -él asiente y se sonroja bajo mi mirada-. ¿Acaso quieres aprovecharte de mí en una noche de tormenta, Zach?

- No, sólo pensé que querrías tu privacidad y eso -se ha puesto nervioso y no puedo evitar soltar una pequeña risa.

- Descuida, sólo bromeo. No tengo problemas en compartir habitación con un chico, pero podemos tener cuartos separados si eso te incomoda a ti -él niega de inmediato y me regala una sonrisa antes de bajarse y marchar lejos del estacionamiento.

Mientras espero a que vuelva, me dedico a revisar mi teléfono. Tengo un par de mensajes de mi padre, llamadas perdidas de mamá y otro par de mensajes de mi hermana. Al leerlos todo, se resume a lo siguiente: mamá está molesta y quiere que vuelva, papá y mi hermana me apoyan, me aman, no quieren tenerme lejos y desean que todo salga más que bien. Por un par de segundos, siento que llego a ser egoísta al no darles todo el tiempo que me queda, al irme tan lejos como pueda y disfrutarlo sola. Siento que estoy siendo egoísta con mis últimos momentos de felicidad, que los dejo de lado a pesar de todo lo que hacen por mí. Pero luego me convenzo de que pasé todo el tiempo necesario con ellos, que estuve a su lado, que disfrutamos lo suficiente como para ahora querer algo de privacidad. No es egoísta desear un poco de felicidad para uno mismo, ¿no?

Zachary vuelve trotando, abre el auto y se mete dentro. Frota un poco sus manos mientras yo guardo mi teléfono y luego me observa. Yo le sonrío y él me devuelve el gesto levantando una llave.

- Tenemos una habitación, así que saquemos nuestras cosas y vayamos cuanto antes. El dueño me dijo que es probable que llueva en un par de horas o incluso antes -vuelve a salir del auto, pero ésta vez yo lo sigo luego de tomar mi bolso y el libro que dejé sobre el tablero.

Lo veo sacar mi maleta y la suya -que no tengo idea en qué momento preparó y colocó en el baúl-, cerrando completamente el auto. Caminamos por el estacionamiento, acompañados de los múltiples truenos resonando en el cielo y las centellas dibujando sus caminos entre las nubes. Zachary comienza a silbar, haciendo un pequeño baile por delante de mí. Me causa un poco de gracia ver su menudo cuerpo sacudiendo los hombros, girando, moviendo las manos y tratando de imitar el baile que he visto en una vieja película. Pero lo imito, tratando de buscarle el lado divertido a la situación. Si voy a morir pronto, ¿por qué no dejarse llevar y hacer un poco el tonto?

Llegamos bailando a los pasillos del motel, con maletas y llaves en la mano. Cruzamos un par de puertas en el camino, oyendo el murmullo de los habitantes del otro lado y viendo a un par de sombras cruzar por detrás, cubriendo la luz que sale por debajo de las mismas. Hasta que una puerta a nuestra izquierda se abre de repente, lo que nos paraliza de la impresión en medio de poses raras. Un niño se echa a reír con fuerza, lo que me contagia e invita a soltar un par de carcajadas mientras me relajo.

- Nos asustaste, amigo -dice Zachary antes de responder al choque de puños que le ofrece el pequeño-. ¿A dónde ibas?

- A ningún lado, sólo quería saber quién estaba silbando. Pensé que era mi papá, así que quise salir a ver si ya había vuelto -se encoge de hombros y luego acerca un poco la puerta hacia su cuerpo, como queriendo reducir el margen de nuestra vista hacia adentro.




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