Estoy conduciendo yo, dándole la oportunidad a Zachary de descansar. Luego de habernos ido del invernadero de las mariposas, hicimos una parada en un pequeño local de comidas que tenía la ciudad. Almorzando entre risas, anécdotas de cuando éramos pequeños y chistes tontos, me divertí. El problema y origen de mis dudas fue en el momento del postre. Una mesera se acercó con nuestros pedidos y nos dijo que hacíamos muy linda pareja, sacándole el sonrojo a Zachary. Mi dilema es que éste sólo lo agradeció y no lo negó, dejándome igual de perdida que una polilla en la oscuridad.
Quiero decir, no significa nada el aceptar un cumplido como ese, ¿o sí? Tal vez sólo estoy siendo paranoica con estas cosas, dirás tú, pero el asunto no se termina ahí. Luego de eso, condujo un par de cuadras hasta otro lugar donde pretendía cumplir mi deseo de ver un delfín en persona: el acuario de la ciudad. No era más grande e impresionante que el santuario de las mariposas, pero sí igualmente atractivo a la vista. Aquí había niños correteando por los pasillos, completamente enamorados de los animales que se podían ver a través de los cristales.
Nos guiamos por una chica que estaba ofreciendo un recorrido turístico, explicando que los animales de ahí eran transitorios, rescatados de zonas peligrosas. Ellos recibían a estos animales con ciertas enfermedades o heridas o que habitaban zonas contaminadas que los colocaban en peligro, y los rehabilitaban para luego devolverlos a una zona mejor; por eso antes tenían otros animales que ahora no y recibieron nuevos que pronto también se irían. Yo prestaba atención a todo, leyendo los múltiples folletos y tomando fotos. Zachary también tomaba las suyas, aunque yo salía en la mayoría de ellas con mi rostro prácticamente pegado a los cristales y saludando a los distintos animales.
No fue hasta que me quedé enganchada con un pingüino, que todo comenzó a cambiar. El animalillo estaba parado en medio de la nieve, cuidando de uno más pequeño. Parecía ser su hijo, quien correteaba para todos lados, tropezando y volviendo a moverse. El padre caminaba con lentitud detrás de él, procurando que no cayera en el agua helada ni se mezclara con los demás. Por un momento, me recordó a papá los primeros días después de que saliera del hospital. No creo que haya tenido una mala intención, pero no quería que mi hermana estuviera demasiado cerca o que jugara con ella. Actualmente entiendo que procuraba nuestro bienestar, preocupado por mi debilidad corporal y su hiperactividad constante.
Mientras me quedaba ahí, observando, sentí la presencia de Zachary a mi izquierda. Tomó unas dos o tres fotos, pero luego bajó la cámara y permaneció silenciosamente a mi lado. Mi mano izquierda sintió de repente un pequeño roce, tan imperceptible que pensé estar imaginándolo, pero luego hubo otro más. Observé de reojo como él traía la cabeza baja, mordiendo sus labios y completamente sonrojado. Estaba mirando mis dedos, debatiéndose entre tocarlos o seguir como si nunca hubiera querido.
La próxima vez que intentó acercar su mano, no pudo alejarla arrepentido, porque yo tomé la iniciativa y la sujeté. Su mirada subió rápidamente hasta mi rostro, poniéndose más rojo al notar mi sonrisa conocedora. Le sonreí, reafirmando el agarre en sus dedos y tirando de su brazo para reunirnos nuevamente con el grupo. Sus dedos seguían estando un poco fríos, pero me ocupé de frotarlos y soplarlos hasta que tomaron temperatura. Él permanecía sonrojado y avergonzado, como si no pudiera creer lo que estábamos haciendo. ¿Acaso es porque le gusto, es su primer acercamiento con una chica o sólo es tímido por naturaleza con todas las personas? Llevo todo el día pensando en eso.
Lo veo removerse en el asiento del pasajero, quejándose un poco y recostando su cuerpo en mi dirección. Coloca las manos debajo de su mejilla izquierda, ocasionando que se abulte y el cabello le caiga en la frente. Se ve demasiado adorable.
Una llamada entrante ilumina la pantalla de mi teléfono, ocasionando que Zach vuelva a removerse, así que activo el altavoz del automóvil y respondo. La voz de mamá es lo primero que oigo del otro lado.
- Abigail -está usando el tono cansado, ése que implementaba cada vez que papá y yo metíamos la pata tratando de ser normales.
- Hola, mamá -saludo sin quitar mis ojos de la carretera ligeramente transitada.
- ¿Dónde estás? -escucho un roce suave, como si se hubiera sentado en su cama, exhausta de tanto caminar.
- Estoy viajando, tratando de cumplir mis sueños -reviso el GPS antes de doblar en la próxima intersección.
- ¿Quién es el que te acompaña? -su tono de sabiduría sale a relucir.
- ¿Papá te lo dijo? -escucho un sonido afirmativo de su parte, quitándome un suspiro derrotado-. Es alguien de una agencia que pretende ayudarme a cumplir mis sueños. Es... diferente, creo. Seguramente te agradaría, porque es de esas personas que mencionaste, las que sonríen demasiado.
- Así que ya te tiene enganchada -me sonrojo sin poder evitarlo, sacando una risilla desde el fondo de su pecho-. No tiene nada de malo, cariño. Es natural enamorarse, sin importar el tiempo o el espacio que compartas con esa persona. Incluso si no compartes un espacio en común, puedes enamorarte. Tal vez ahora estás en la etapa del gusto físico, porque debe ser atractivo, pero no tiene nada de malo que pases a la del amor.
- Es malo si voy a irme y dejarlo solo, con el corazón destruido -ella hace silencio, dándome tiempo para ordenar mis palabras-. Sí, me gusta físicamente, y podría decir que también me atrae mucho su personalidad. Si me dejo llevar, seguro que me rindo ante él, pero no quiero sucumbir ante éste deseo, porque dejaré muchas cosas detrás.
- Abigail, está bien tener miedo -escucho el murmullo de papá y como ella le responde antes de volver a hablar conmigo-. No tienes todo el tiempo del mundo ni tanto como quisieras, pero tampoco puedes condicionarte por eso. Además, no puedes decidir por él; le corresponde aceptar tu mundo o rechazarlo.