En cuanto tomé el camino de tierra y abandoné la carretera, no esperaba encontrarme con lo que había más adelante. Ni siquiera imaginé que podría terminar en esto, pero no es una sorpresa desagradable. Para que puedas entenderme, te relataré todo lo que veo mientras mis manos se aferran al volante.
Zachary me pidió que estacionara un momento el auto, bajando y abriendo un cerco que conducía a otro camino. Él me hace señas, indicando que lo tome, así que lo hago sin protestar. En cuanto vuelve a cerrarlo, corre hasta el auto y se monta, pero voltea a verme cuando no avanzamos.
- ¿Qué sucede? -su tono demuestra que está completamente confundido.
- ¿Tenemos permiso de entrar aquí? Es decir, sólo has abierto la puerta improvisada y ordenado que conduzca, pero no mencionas por qué estamos entrando a ésta propiedad o a quién pertenece -aunque nunca haya estado en una zona como ésta, sé identificar que es la propiedad campestre de alguien.
- Abigail, prometí no hacer cosas ilegales, así que mantendré mi palabra, ¿ok? -no respondo a su pregunta, más él no tiene problemas con eso-. La propiedad es de alguien que conozco, de un amigo. Él nos está esperando, ya que le pedí ayuda y aceptó con mucho gusto. Relájate, te prometo que no haremos nada malo.
Decido confiar en sus palabras, después de todo, ¿hacia dónde iría de querer retroceder y tomar otro camino en el mapa? Así que, emprendo la marcha a una velocidad moderada, observando lo que hay a mi alrededor. A nuestra izquierda, una gran y extensa plantación de maíz obstruye toda la vista. A nuestra derecha, un campo con pastizales de aspecto suave que podría llegarnos a las rodillas. Y así se extiende por varios metros, coronando el fin del camino con una casa.
El hogar es simple, rústico y parece llevar años en el mismo lugar. Bajo el pórtico, un hombre nos espera, con linterna en mano y un perro a su lado. Levanta su mano libre y hace un par de saludos en cuanto detengo el auto, esperando a que bajemos y nos acerquemos a él. Zachary lo hace de inmediato, abrazando al sujeto y compartiendo un par de palabras con él. Yo, por mi parte, bajo y camino lentamente, temiendo a una posible mordida de parte del can.
- Abigail, no tengas miedo, él no es agresivo -dice Zachary y extiende su mano, invitándome a tomarla-. El perro tampoco muerde -comenta en un chiste que los hace reír a ambos.
Acepto su mano, pero me mantengo un tanto al margen. No es por nada en particular, sólo que ellos charlan un poco, como si hace tiempo no se vieran, así que no quiero interrumpir. Además, me siento cohibida ante la situación de desconocer los motivos que nos traen aquí. Y el perro no deja de mirarme fijamente, así que eso me pone más nerviosa aún. ¿Acaso querrá jugar, olfatearme, morderme o sólo dejar asentado que él manda aquí?
- Spoth es muy amigable, no te hará nada malo, sólo tratará de llenarte de saliva -la mano del señor acaricia la cabeza del perro, pero éste no cambia la dirección de su mirada en ningún momento-. Soy José, es un placer.
- El placer es mío, señor -estrecho su mano, notando los callos que trae de tanto trabajo rústico-. Me llamo Abigail.
- Entremos, aún falta un poco para la hora indicada -truena sus dedos, captando la atención de Spoth, y marcha hacia dentro de la propiedad.
Zachary me conduce dentro, tirando suavemente de mi mano. Sus dedos fríos ya se me han hecho tan naturales que no me molestan, sino que me reconfortan, ya que reafirman el hecho de que no estoy sola. Algunas veces, cuando me quedo sumergida en el mar de mi interior, comienzo a sentirme un poco perdida y sola. Siento que nada de lo que era seguro, es real, dejando tantas dudas y mezclas sentimentales que me mareo. En esos momentos, cuando estoy tan hundida que podría dejar de existir, necesito sentir algo seguro. No puedo volver a construirme por mí misma a menos que tenga algo que me sostenga de la realidad. Quiero suponer que le pasa a más de una persona, aunque nunca antes lo he compartido; ahora tú lo sabes, siéntete un ser privilegiado.
Dentro del hogar, el ambiente está cálido y se siente acogedor. El perro corretea por lo que parece ser la sala, mientras José desaparece dentro de una habitación. Zachary se quita su chaqueta y me invita a imitarlo, dejándolas colgadas en la entrada y caminando hasta los asientos que rodean una rústica mesa de madera. En cuanto apoyo mi trasero en una silla, Spoth apoya su cabeza en mis piernas y me observa. No estoy muy segura de qué hacer, así que acerco mi mano con lentitud y rasco su cabeza. Sus ojos achinándose de placer y la forma en que tuerce su cabeza me roban una sonrisa.
- Veo que ya se ha robado tu amor -José entra con un par de tazas en mano.
- Siempre he sido más de gatos, porque un perro me mordió cuando estaba pequeña -comento mientras recibo el té que me extendió, agradeciéndole con una sonrisa la hospitalidad.
- Mi esposa era igual, pero se enamoró de Spoth y fue su mejor amigo desde que lo rescató -él sonríe, ocultando un brillo de nostalgia en los ojos, pero no me atrevo a preguntar sobre ello-. Alguien lo abandonó en la carretera siendo apenas un cachorrito, provocando que casi muriera. Sofía había ido al pueblo más cercano porque necesitaba algunas cosas y lo encontró al volver; simplemente lo tomó en brazos y lo trajo. Recuerdo verla llegar con las lágrimas corriendo por sus mejillas y trayendo un pequeño bulto entre las manos -suelta una pequeña risa, llevando la taza a sus labios-. Lo alimentó, bañó, cuidó y medicó para salvarlo y terminó adoptándolo.
- Nosotros nunca tuvimos mascotas, porque entre el cáncer y tratar de recuperar el mayor tiempo posible, nunca pensamos en tener una -tomo una servilleta que reposaba en la mesa y jugueteo con el bordando que tiene-. La última vez que dije amar a todos los animales, mi padre me había llevado al parque. Recuerdo que el camión de helados pasó, así que él fue corriendo a comprarme uno. Un par de adolescentes estaban jugando con el perro, uno de esos pequeños y peludos, lanzándole una pelota para que la buscara. El problema fue que la pelota rodó hasta mi lado y rebotó justo cuando el perro se disponía a atraparla. Dos segundos más tarde mi pierna estaba entre sus dientes y grité tan fuerte que todo el parque quedó en silencio y voltearon a vernos.