Mi último deseo

Capítulo 13: mar de estrellas y etiquetas

Tres meses. Llevamos tres meses desde que comenzamos nuestra aventura. Si rememoro nuestro primer encuentro, no puedo pensar en Zachary siendo un desconocido; me parece que lleva años estando a mi lado. No puedo evocar en mi mente lo que pensé, el cómo me sentí o siquiera la primera impresión que tuve de su rostro. Es curioso como los sentimientos y el tiempo que pasas con esas personas modifica algo tan simple como una imagen mental.

- ¿En qué piensas? -pregunta Zach, acariciando mi cabello con la suavidad necesaria para dejarme un tanto adormilada.

- Trato de recordar qué pensé de ti la primera vez que te vi, incluso de lo que sentí -observo mi pie derecho, moviéndolo hacia los lados a un ritmo lento-. No lo recuerdo, sólo siento que te conozco desde siempre.

Él suspira profundamente, elevando mi cuerpo al ritmo de su pecho. Deposita un beso en mi cabellera y envuelve sus brazos alrededor de mi torso, brindándome el calor suficiente para sentirme a gusto. Sus dedos hacen figuras sobre mi piel, erizándola hasta que me da escalofríos de gusto.

- ¿Cómo fue tu primer encuentro con el cáncer? -él pregunta, lo que me hace suspirar evocando a mis recuerdos.

- Siempre fui susceptible a estar enferma, culpa de los diversos cambios ambientales. No es una enfermedad, sólo una alergia, según los médicos que trataron de buscar una respuesta. Con cada pequeña variante en el ambiente, parecía cargar un resfriado tan fuerte que me desgarraba el pecho con cada tos -tomo sus dedos entre mis manos, acariciándolo distraídamente-. Un día me levanté de la cama con muchas ganas de ir al baño y un intenso dolor en la espalda, lo que me sacó un par de lágrimas hasta llegar al baño. En cuanto quise orinar, el dolor me arrancó un enorme grito y muchas lágrimas. Lo próximo fueron gritos desesperados, correr al hospital y descubrir que tenía un tumor cancerígeno.

Él apretuja mis manos dándome el apoyo que parezco necesitar. Beso su mano, porque estoy segura que su apretón se debió a la impotencia de no poder hacer nada más que escuchar. ¿Quién no se sentiría un poco enfadado con el cáncer al saber que ataca de una forma tan cruel a quienes, algunas veces, no tienen culpa de nada? Es una respuesta más que natural, así que lo dejo ser.

- ¿Y la tuya? -pregunto, imaginando quién pudo ser su primer cliente cancerígeno o si tuvo algún familiar con esos antecedentes. En mi caso soy la primera y espero también ser la última.

- Cuando estaba en la primaria tuve un compañero que de la nada dejó de asistir a la escuela. No hablaba con nadie más que yo, y aún así teníamos muy pocas conversaciones -suspira nuevamente, llevando sus manos hasta mi cabellera y peinándola hacia atrás-. Unos meses más tarde, nuestra maestra nos dijo que había sido internado en el hospital más prestigioso del país para tratar de vencer al cáncer que surgió en su pierna. Comenzaron a pedir donaciones para ayudarle a pagar, así que se lo comenté a mis padres y ellos me daban el dinero mensual para entregárselo a los de él.

Me levanto de mi sitio, dejándole la oportunidad de quitar su espalda de la pared y sentarse en la cama. En cuanto volteo a verlo y me coloco entre sus piernas, descubro que trae un aura de melancolía. Como si algo le pesara, retuerce sus dedos y muerde sus labios, buscando el valor para seguir con su historia.

- Algunas veces no depositaba el dinero en las manos de los adultos, sino que lo guardaba para comprar cosas tontas. Lo gastaba en idioteces que me parecían importantes a esa edad -vuelve a dejarse caer, suspirando y cubriendo su rostro con sus manos-. Murió un par de meses luego de comenzar con su batalla, dejándome devastado. Me dije que era mi culpa, porque no di todo el dinero que tenía y, por eso, no recibió los tratamientos necesarios para salvarlo. Me culpé de matar a mi supuesto amigo.

Suelta una risa irónica, tirando de sus cabellos con frustración. No quiero interrumpirlo ni darle palabras de consuelo, porque no es lo que necesita. Zachary debe desahogarse, contarle a alguien lo que tanto tiempo lleva guardado, sacando toda su frustración. Lo dejo ser mientras se mantiene respirando, suspirando, frotando su rostro y aguantando las lágrimas.

- Pasé semanas, incluso años culpándome -me observa, revelando las lágrimas acumuladas en sus párpados-. Él fue una de las mayores razones para comenzar con Mi Deseo, entre otros sucesos significativos. Mis padres atribuyeron esas locas ideas a mi momento de luto por la pérdida de un amigo. Cuando alcancé cinco años de haberme puesto esa meta y comencé a tratar de hacerla realidad, comprendieron que no era sólo un intento de superar su partida. Les costó mucho aceptarlo y apoyarme, pero al final lo hicieron.

Estira su mano derecha, invitándome a acercarme. Me deslizo sobre su cuerpo, abrazando su torso y presionando mi oreja en su pecho. Su corazón late normal, a un ritmo naturalmente tranquilo, pero su respiración es pesada. Sus manos acariciando mi espalda son temblorosas, inestables y erráticas. No pasa mucho cuando viene el primer movimiento torácico que delata su estado de llanto.

- Tranquilo, está bien -sus manos estrujan mi ropa y sus brazos me rodean con fuerza, temiendo caer.

Abrazo su torso, froto su pecho, trepo por su cuello y termino acunando sus mejillas. Él sólo puede sollozar, dejando a sus extremidades lánguidas y soltando un par de gritos de vez en cuando. La frustración se derrama por sus mejillas, su corazón comienza a latir erráticamente y su respiración se distorsiona por los hipidos que lo asaltan.

Minutos más tarde y luego de cambiar de posición por mi dolor de espalda, él logra calmarse. Zachary casi se ha quedado dormido en mi pecho, recostados en la cama y disfrutando de la brisa fresca que anuncia la llegada inminente del otoño. Su respiración impacta en mi piel, atravesando la tela de mi ropa y logrando calentar mi pecho. Mis dedos recorren caminos imaginarios en su cabello, yendo y viniendo en diferentes senderos que le generan calma. Él no necesita decir nada más, y yo no preciso utilizar mis palabras para consolarlo. El silencio nos envuelve y nos llena de paz a medida que nos quedamos dormidos.




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