Mi último te amo

Mi último te amo

—La verdad es que no puedo seguir con esto —confesó, su voz apenas un susurro entre lágrimas. Aprieto con fuerza el volante al escuchar sus palabras, sentía que cada nudo de mis dedos se convertía en un grito ahogado.

—Yo creo que la verdad es… —empecé, mis palabras se atascaban en la garganta como arena—. Que estás buscando una excusa para terminar conmigo —mi tono era áspero, cortante, como una navaja.

—La relación se está volviendo tóxica —su voz se quebró, aceleró el auto como si quisiera dejar atrás todo lo que nos unía.

—¿Ahora qué carajo he hecho? —murmuré, apretando el volante con tanta fuerza que creí que podría partirlo en dos. La ira me pulsaba en las sienes, caliente y opresiva.

—Nunca entiendes nada; ya no puedo más —protestó, su mirada fija en la carretera.

—Siempre buscas excusas para discutir —espeté, la rabia me nublaba el juicio. Pero en el fondo, una pequeña voz me susurraba que quizás ella tenía razón. Que quizás yo era incapaz de dar el amor que ella necesitaba.

—No estoy feliz —escucho, su voz áspera como lija.

—¿No estás feliz? —mi risa se pierde en la noche.

—Detén el auto — exige, sus ojos brillando con una ira desconocida.

—¿En serio lo harás? — pregunto, mi corazón latiendo a mil.

—¡Te quiero! —solloza, desplomándose contra el asiento—. ¡Perdóname, pero estoy confundida! —hace una pausa para luego volver a hablar—. No lo comprendes, ¿verdad? —acaricia suavemente mi rostro con sus pequeñas y delicadas manos—. Te quiero tanto que soy capaz de dejarte ir, incluso si eso me causa un profundo dolor.

—Por favor, no tomes esa decisión —le suplico, tomando sus manos y entrelazándolas con las mías—. No puedo permitir que te alejes de mí.

—Ya he tomado mi decisión —responde con determinación, abriendo la puerta del automóvil y bajándose. Las fuertes gotas de lluvia caen sin piedad sobre el vehículo, resonando en su superficie con fuerza. Sin pensarlo, me apresuro a salir, sintiendo cómo la lluvia empapa rápidamente mi ropa.

—Jess —se detiene en seco, pero no dirige su mirada hacia mí.

—Te prometí que siempre estaríamos juntos y que te apoyaría en cada uno de los momentos, tanto en los buenos como en los malos —mi voz tiembla, cargada de emoción.

—No hagas esto más complicado, Damián —su voz se quiebra, dejando entrever la tristeza que siente.

—¿Por qué no lo comprendes? —doy la vuelta al auto, situándome justo frente a ella, las gotas de lluvia empapan nuestras ropas, creando una atmósfera que refleja la tensión entre nosotros.

—Eres tú quien no comprende la situación —ella pasa junto a mí, pero no la suelto, sujetándola del brazo con firmeza.

—¿Cómo esperas que te olvide de un día para otro? —expreso con amargura en mi voz, el rencor evidente en cada palabra.

—Con el paso del tiempo aprenderás a dejarme ir, así funciona la vida, Damián —ella sacude la cabeza, como si estuviera convencida de lo que dice.

—Sé que puedo ser egoísta, pero no estoy dispuesto a alejarme de ti; menos ahora que estás atravesando este difícil momento.

—¡Vete! —grita, su voz está llena de frustración—. Esto me causa más dolor a mí que a ti, ¿por qué no logras entenderlo?

—Mírame a los ojos y dime que ya no deseas estar conmigo —ella logra liberarse de mi agarre y me observa con una seriedad que me hace dudar.

—Damián Ross, necesito que te alejes de mí y de mi vida. Ya no deseo continuar contigo —afirma con firmeza, comenzando a avanzar hacia el hospital. Justo antes de cruzar la puerta, me dirige una última mirada que quedará grabada en mi memoria para siempre; en sus ojos resuenan el dolor, la tristeza y el rencor.

Ese día, cinco de diciembre, a las nueve y cuarenta y dos de la noche, perdería para siempre al amor de mi vida, a la mujer que había permanecido a mi lado desde nuestra infancia, a esa increíble guerrera que luchó con todas sus fuerzas hasta su último aliento.

Siempre estuve presente para ella, sin importar lo que su enfermedad le había traído. Me entregué por completo, intentando hacerla feliz en cada instante que compartíamos. Sin embargo, ahora ya no está a mi lado. Luché incansablemente para permanecer con ella; fui testigo de sus lágrimas y risas, de los momentos más difíciles que atravesó. A pesar de todo, mi amor por ella sigue intacto.

¿Qué puedo hacer con este profundo vacío que siento en mi interior? ¿Cómo puedo manejar el dolor que dejó su partida?

La respuesta es dura y cruda: no hay nada que pueda hacer. Simplemente, debo aprender a olvidarla y adaptarme a vivir con esta sensación de desolación, como si eso fuera algo tan sencillo. Es un desafío afrontar cada día con este peso en el corazón, lidiando con la ausencia de su presencia y con el eco de sus risas que aún resuenan en mi memoria. Es un proceso doloroso, y aunque el tiempo promete sanar, en este momento solo se siente la soledad abrumadora que su marcha ha dejado en mi vida.

Como si fuera tan sencillo dejarte atrás. Me arrodillo frente a tu lápida, sintiendo el frío del suelo que me toca, y coloco un ramo de girasoles sobre tu tumba, esos que tanto te gustaban.

—No puedo, mi amor, realmente no puedo…—las lágrimas fluyen por mis mejillas, como un torrente incontrolable—. Hoy, veinticuatro de diciembre, celebraríamos veinticinco años desde que nuestras vidas se cruzaron por primera vez. Jess, esta será la última vez que me acerque a ti. Debo aprender a dejarte ir —me levanto, sintiendo el peso de la decisión—. Pero antes de marcharme, quiero dedicarte mi último te amo, desde el fondo de mi corazón.




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