Mi Unico Amor.

Parte dos

—Papá.— la voz de su hija lo sacó de aquel hermoso recuerdo.

—Lo siento, hija, perdóname.— se acercó a ella a pasos apresurados y la abrazó con fuerza contra su pecho.— lamento si me porté mal contigo, no quiero que estemos distanciados, eres mi pequeña.— la joven no pudo contener más las lágrimas y lloró sobre el pecho de su padre.

—Eso quiere decir…

—Lo que dije antes solo fue producto de mi enojo. Yo te entregaré en el altar mi niña hermosa.— besó su frente tomándola de ambas mejillas.

Michael se había negado rotundamente a entregarla en el altar, siendo Oliver quien supuestamente lo haría tras su negación, pero después de mucho tiempo meditándolo, no podía permitir que nadie hiciera un acto tan importante que solo le correspondía a él como su padre.— te ves igual que tu madre.— susurró y ella sonrió ante sus palabras.

—Pero a mamá no le va bien el rubio.— ambos rieron al unísono

—No… ella está bien así… Hermosa.— limpió las lágrimas de su hija con un pañuelo cuidando de no arruinar aún más su maquillaje

—¿Sabes dónde está?.

—Stefan me dijo que ella prefería esperar en la iglesia, no podía dejar de llorar al verte vestida así.

—Papá, por favor no hagas una escena.— rogó ella, terminó de secar sus lágrimas mientras lo miraba de forma acusadora.

—No sé de qué me hablas, ¿qué escena podría hacer yo?.— respondió haciéndose el indignado.

—Por favor no derrames nada sobre Edward.

—No prometo nada.— le guiñó el ojo alejándose hacia la puerta, pero antes de salir se detuvo mirando hacia el vestidor.

Se encontraban en su antigua habitación en la mansión Spencer, habitación que compartió por muchos años con su amada Sophia. Una bufanda roja captó su atención. Se acercó a pasos pausados con los ojos de su hija siguiendo sus movimientos, hasta que tomó aquella prenda en sus manos.

—Esto… .— susurro sin apartar la vista de aquel objeto tan significativo para él.

—¿Qué es eso?.— preguntó la rubia acercándose a su padre.— es muy bonita.

—Esto, me lo regaló tu madre… .— apretó la prenda en sus manos y la abrazó con fuerza contra su pecho, intentando sentir la calidez de la mujer que aún amaba.— Fue el primer regalo que ella me dio.

Abigaíl lo miró con tristeza, sabía que su padre nunca dejó de amar a su madre, y viceversa, pero su orgullo les impedía ver la realidad, lo vio negar con la cabeza guardar aquel objeto tan valioso donde antes estaba, llenándose de nostalgia al ver fotografías pegadas en las puertas del closet, fotografías de él junto a Frank, también había con Alice y por supuesto Sophia.

—No tardes.— bajó el rostro levemente soltándose un poco la corbata.— no quieres hacer a Roberto esperar.

—Papá— entrecerró los ojos viéndolo con las mejillas infladas, causando que más recuerdos llegaran a su mente al ver aquella mueca, una característica de su exesposa.

—Está bien, lo siento. Pero es difícil aprenderse el nombre de Ramiro.

—Ustedes no tienen remedio.— alegó la joven cruzando sus brazos y negando con la cabeza.— todos ustedes Spencer.

—Conste que usted, señorita, también es una Spencer.— tocó su nariz levemente y salió por la puerta.

Cuando todo estaba arreglado, la novia, el banquete, la iglesia y los invitados estaban en la misma. Michael decidió que era hora de empezar con aquella dolorosa ceremonia, dolorosa para él, pues vería como alguien más se llevaba su tesoro más preciado, incapaz de llevar a su hija sin romper en llanto, decidió adelantarse a la iglesia, dejando a Marcus como el encargado de llevar a su hermana en el auto, ya que ella no quería una limusina por más que su abuelo le insistiera.

Era una mujer sencilla y no le importaba tener esa clase de lujos en lo más mínimo.

Cuando llegaron a la puerta de la iglesia, Michael la esperaba afuera intentando mantener la compostura cuando en realidad solo quería soltarse a llorar de la emoción y la tristeza que sentía al ver que su pequeña se casaría.

Marcus ayudó a bajar a su hermana del auto guiándola con su mano a los brazos de su padre.

—Bien, yo iré a sentarme. Papá por favor ni se te ocurra salir corriendo de aquí.

—Tranquilo, hijo. No haré nada para dañar el día de tu hermana.— lo abrazó antes de que entrara.

Por la mente de él pasó cuando su hijo fuera el siguiente en casarse, estaba tan grande, alto y fuerte que pareciera haber sido ayer cuando lo subía sobre sus hombros y jugaban en el jardín de la mansión.

—Papá, me estás asfixiando— dijo el Castaño con dificultad.

—Claro, discúlpame.— acarició su cabeza y le dio un leve empujón para que se adentrara en la iglesia. Imágenes de su propia boda en el mismo lugar llegaron a su mente comprimiendo su corazón.

—¿Te encuentras bien?.— la dulce voz de su pequeña lo despertó de su ensoñación e hizo que lo tomara del brazo entrelazando sus dedos mientras deposita un beso en su mano.

—Sí, descuida. Solo estoy algo nervioso.




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