Mi Unico Amor.

Parte Cuatro

Sophia se quedó de piedra con la pregunta de su mejor amiga, queriendo esquivar su mirada. Se soltó de su agarre con suavidad y se acercó a una de las mesas en busca de un trago.

—Eso es cosa del pasado.— suspiro con el ceño fruncido.— estamos separados y ambos decidimos rehacer nuestras vidas.

—Que eso haya pasado no quiere decir que dejen de amarse.

—¿Amarnos?, ¿tienes idea de todo lo que he sufrido por su causa?.— respondo con enojo.

—Lo recuerdo perfectamente Sophi, pero él también sufrió, no lo olvides.— se cruzó de brazos mirándola fijamente.— mientras yo te consolaba a ti, Frank lo consolaba a él y créeme que sé la versión de ambas partes.

—¿Y qué puedes decir de eso?.— Sophia no quería tocar ese tema, no ese día.

—Que ustedes jamás debieron separarse, que son unos orgullosos que permitieron que el trabajo y los malos entendidos acabaran su relación, Michael te amaba Sophia y puedo asegurar que un lo hace, jamás se cansaba de decirlo.— la castaña sintió las enormes ganas de llorar, pero se mantuvo rígida en su posición.

—Si me amaba tanto como dices, nunca hubiera desconfiado de mí.

—Te recuerdo que tú también desconfiaste de él.

—Pero yo tenía motivos.

—Y ¿quién dice que él no los tenía también? Viniste a la boda con Edward, sabes cuánto lo odia Michael porque creer que le fuiste infiel con él.— Sophia soltó un bufido.

—Es mi amigo desde la universidad, no fue hasta hace más o menos un año que empezamos a salir.— se defendió nerviosa

—Aun así, él vio eso de otro modo.— suspiro tocándose el puente de la nariz, su amiga era terca, demasiado terca.

—Pues ese es su problema.

—También es tuyo, dejaste que el matrimonio se acabara por estupideces que se pudieron solucionar.

—Él me engañó, y eso no fue un malentendido.— se quejó con ganas de llorar recordando aquel momento.

—No fue así, pero ustedes son tan tercos, tan orgullosos.— suspiro resignada sabiendo que no podría hacer nada por cambiar sus pensamientos en ese momento.— Además aún no me respondes.— Alice se acercó volviendo a enfocar sus ojos en los de su mejor amiga.— ¿Aún lo amas?.

Los ojos de Sophia se enfocaron en los de su mejor amiga, sintiendo cómo la respiración se le hacía pesada.

—Yo estoy con Edward y él con Anika, fin de la historia.— se separó de Alice tomando otra copa de la mesa y bebiendo todo su contenido.

La morena sintió tristeza y frustración por su mejor amiga, sabía perfectamente que nunca la había vuelto a ver feliz desde la separación con Michael.

—Stefan merece tener a su familia unida tal y como sus hermanos pudieron tenerla, pero lo más importante, tú mereces ser feliz con quien amas en realidad. No te engañes Sophia porque el tiempo pasa muy rápido y cuando te des cuenta de ello y te arrepientas por tus actos.— suspiró levemente.— será demasiado tarde.

—Michael, ya no me ama, Alice…

—¿Cómo lo sabes?, ¿acaso no te diste cuenta de cómo habló de ti durante el brindis?.— Sophia frunció el ceño, no quería hacerse ilusiones. — deja el rencor a un lado, ambos se equivocaron. Michael no te quitaba los ojos de encima, no te tortures más, busca tu felicidad amiga, ustedes se aman— Sophia hizo una fina línea en sus labios y su corazón comenzó a latir con fuerza.

—A veces el amor no es suficiente… Y creo que nosotros lo supimos de sobra.— susurro melancólica y se escabullo entre la gente, no era capaz de hablar más de ese tema.

Camino buscando un lugar tranquilo donde nadie pudiera molestarla. Subió por las escaleras cuidando de no ser vista hacia la antigua habitación matrimonial que compartía con Michael. Al entrar su corazón se oprimió en su pecho y miles de recuerdos se aglomeraron en su cabeza, tantos momentos felices que habían vivido allí, al igual que aquella discusión donde todo acabó.

Se sentó en la enorme cama matrimonial mirando todo a su alrededor hasta que su mirada se enfocó en el cuadro colgado en la pared al lado del armario, una lágrima rodó por su mejilla y seguida de esta, otra y otra, hasta que se convirtió en llanto.

Puso ambas manos sobre su rostro intentando controlar aquel dolor que se había instalado nuevamente en su pecho, su mirada se desvió luego al armario, que se encontraba con las puertas abiertas, lo que vio la dejó sin habla y bastante sorprendida.

—Todo está tal y como lo dejaste cuando te marchaste, no fui capaz de tocar nada.— oyó a sus espaldas y dio un brinco en su lugar.

Sophia volteó en su lugar, encontrándose con su exesposo apoyado las puertas de vidrio que daban al balcón, mirándola con una media sonrisa triste en su rostro.

—¿Qué haces aquí?.— preguntó sonando más brusco de lo que quería.

—Vivo aquí.— soltó una risa provocando que ella se acercara con evidente molestia a su encuentro.

—Siempre haciéndote el gracioso, ¿no?.

—Antes te gustaban mis chistes.— se encogió de hombros.

—Claro que no.— rebatió ella cruzándose de brazos.




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