Mi único verdadero amor

Capítulo 2

Lucy llegó de la universidad y se recostó en el sofá unos segundos. Se sacó las gafas y se refregó los ojos. Había tenido un examen en el que había aprobado por muy poco. De todas formas no se deprimía, o al menos trataba de no hacerlo. Aunque le costara, soñaba con que pronto se convertiría en licenciada en letras.

 

 Su madre apareció en umbral de la puerta de la cocina.

 

—Lu, que bueno que llegaste— le dijo.

 

—¿Por qué, que bueno?— le preguntó.

 

—Porque esta noche tenemos visitas. Esme va a presentarnos a un chico, al que ve como su futuro novio.

 

Lucy largó una carcajada.

 

—¿Y por qué no nos lo presenta cuando ya sea su novio?— inquirió Lucy.

 

Su madre se encogió de hombros.

 

—Ya sabes cómo es tu prima.

 

Su madre volvió a la cocina. Lucy se quedó pensando ¿Cuánto había pasado desde que Esme mencionó que tendría una primera cita formal con aquel chico?

 

Cuatro días, nada más y nada menos.  Pero como dijo su madre, así era Esme.

 

Le lanzó una mirada rápida al reloj de pared. Calculó unas 3 horas de tranquilidad y paz en la casa hasta que llegara el invitado de honor.

 

Prendió la tele y se dispuso a ver uno de esos reality show que solían gustarle. Aunque ella misma reconocía que eran patéticos, de igual modo los miraba. No tenía mucho tiempo de mirar televisión. La universidad y sus estudios se llevaban todo lo que podía tener ratos libres. Y ahora se sumaba ir al psicólogo. Algo que solo ocupaba su agenda porque su madre se lo había pedido. Aunque ella no creía necesitarlo. Ya no.

 

Antes tal vez le hubiera hecho falta que alguien la escuchara. Que alguien le diga cómo solucionar sus problemas. Aquellos que eran tan ordinarios, que de sólo recordarlos a Lucy le entraban ganas de reír. Pero ahora su vida, sus aspiraciones, sus preocupaciones, eran otras. Ya no necesitaba que alguien le diga cómo acercarse al chico que le gusta. Porque ya no hay un chico que le guste. Ya no necesitaba que alguien le recuerde o le diga cómo superar su timidez. Porque ya no es una niña y entiende que ser tímida no es un defecto. Y sí, a veces se siente sola, pero es lo que tiene. Puede superarlo.

 

El tiempo se fue volando y cuando menos lo esperaba Esme estaba entrando por la puerta. Por suerte, sola.

 

—¿Qué haces aquí? ¿Y tú futuro novio?— le preguntó.

 

Esme se acercó a ella.

 

—Llega en un rato— le contestó. Luego la miró atentamente y dijo—. Espero que no estés pensando que estarás así vestida.

 

Lucy elevó las cejas. Tenía una pollera negra larga hasta los pies, una camiseta blanca y un saquito cortito de color beige.

 

—¿Qué tiene de malo?— inquirió Lucy.

 

Esme largó un suspiro.

 

—Olvídalo, tienes razón. Es solo que estoy un poco nerviosa.

 

—¿Tú, nerviosa?— preguntó Lucy con sorna.

 

—También tengo sentimientos para tu información— replicó sentándose a su lado en el sofá—. Además iba en serio lo de que me gusta de verdad.

 

—Ok, como tú quieras.

 

Esme se levantó de un salto y corrió a su cuarto. Lucy se sonrió a si misma al verla. Pensó que le hubiera gustado pasar por esta etapa, en la que tienes tu primera cita y te conviertes en un verdadero saco de nervios. Sí, le hubiera gustado sentir esa clase de nervios que acompaña un sentimiento tan bonito como el amor. Pero por ahora solo debía prepararse para conocer al futuro novio de su prima. Se rio de sólo pensarlo. Esme era tan segura de sí misma que ya contaba con que aquel chico seria su novio.

 

Pero no creía que necesitara cambiarse, la única que debía de preocuparse por su aspecto era Esme. Así que se quedó con la ropa que ya tenía.

 

Esme bajó las escaleras con un vestido azul corto, y ajustado al cuerpo. De todas formas era un vestido precioso que solo a Esme podía quedarle.  

 

—¿Cómo me veo?— le preguntó a su prima dándose la vuelta.

 

Lucy advirtió que tenía la espalda al descubierto.

 

—¿Acaso quieres matarlo de un infarto?— bromeó Lucy.

 

Esme se rio.

 

—¿No crees que es un poco exagerado?— preguntó ahora con una mueca.

 

 Esme se había recogido el pelo en un moño, dejando dos mechones sueltos.

 

—Tú eres exagerada— le dijo Lucy—. Pero créeme, no te queda mal.

 

—Ok— Esme respiró hondo—. Ahora solo queda esperar.

 

Entonces se metió en la cocina a corroborar que la comida, y todo esté en orden. Kevin entró en el living, venia de jugar al futbol así que entró con unos botines llenos de barro. Se dirigió corriendo hasta la cocina.

 

—¡Kevin no corras!— le gritó Lucy sin mucha importancia mientras leía un libro para pasar el rato.

 

Pero su hermano no hizo caso. Y desde la cocina Lucy escuchó los gritos de Esme.

 

—¡Kevin! ¿No ves que todo está limpio y ordenado? Y tú lo estas ensuciando.

 

—Solamente es un poco de barro. Si te molesta toma la escoba y bárrelo— Le contestó.

 

Lucy se río al escucharlo. Y Esme apareció en el comedor exasperada.

 

—Relaja. Todo saldrá bien. No creo que le importe mucho que haya un poco de barro en el suelo— le dijo.

 

Esme se sentó a su lado.

 

—¡Es que quiero que todo este perfecto!— dijo refunfuñando.

 

Lucy hizo una mueca.

 

—Esme, es solo un chico. No es el rey de Francia— Esme puso los ojos en blanco—.  Ok ¿Quieres que yo de una barrida rápida antes de que llegue?—Se ofreció.

 

Esme le sonrío y asintió.

 

Entonces Lucy se levantó, tomo la escoba y empezó a barrer. Mientras Esme subía a su cuarto a corroborar que ningún mechón de pelo se le haya corrido de lugar. O que ninguna pelusita haya osado posarse en su vestido. A Lucy a veces le hacía gracia lo exagerada que podía ser Esme cuando quería, o peor cuando estaba nerviosa. Que en esos momentos lo mejor era seguirle en tren, o podía  volverse verdaderamente insoportable.




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