- Hija ya pasaron dos meses. Al menos has hecho amigos en tu edificio.
- Sí, mamá. Y han sido muy amables conmigo a pesar que casi no nos entendemos -me río.
Mi mamá llama casi cada semana desde que me fui de casa. Y cada vez que llama pregunta por el horario o por el clima. No ha cambiado mucho en dos meses. Diego también me llama, a veces los dos están juntos y otras solo él. Pobre debe estar cansado de levantarse a las cuatro de la mañana para llamar a las cinco y luego irse a trabajar hasta las ocho de la noche. Luego se va a la tienda de mi mamá para ayudarle a cerrar y acompañarla a casa. Ahora que no estoy, me imagino que de esa forma se siente más cerca de mí. Los extraño tanto.
Las primeras dos semanas fueron como de ensueño. Quería echarle muchas ganas al trabajo y me decía cosas positivas. Pero el jet lag en las primeras dos semanas fue mortal. Luego entre la tercera y cuarta semana lloraba cada noche con deseos de regresar a casa. Me sentía tan sola, en un país extraño y con un idioma ajeno. Por lo menos con el inglés me la he podido jugar. Pero la depresión terminó en la sexta y séptima semana. Recuerdo que cada vez que veía a mi mamá o a Diego a través de la pantalla me ponía a llorar. Diego me repetía que regresara y mi mamá por otra parte me regañaba y me decía que ya no era una niña, que afrontara la realidad. Por suerte ya superé esa etapa y ya está todo mejor. De lo único que me quejo es de la fruta y de la comida picante. Es muy picante y en mi familia siempre he sido como la oveja negra en ese sentido. Y la fruta ni se diga, es muy costosa. Por lo menos al mes me alcanza para pagar el departamento y por suerte había hecho mis ahorritos todos estos años. ¡No puedo vivir sin fruta! ¡Quiero mi fruta!
- ¿Estás comiendo bien?
- Sí, mamá.
- Más te vale -me riñó-. ¿Y cómo es la comida kpop esa?
- ¿Comida kpop? ¿Qué es eso? -dije entre risas.
- ¿Vives en la China y no sabes que es comida kpop? -reclamó-. ¿Entonces qué estás comiendo?
Esta vez me río con muchísima más fuerza al escuchar decir a mi mamá "comida kpop". ¡Ay, cómo la AMO! Siempre haciéndome el día. Jajaja.
- Ten por seguro que no comida kpop, jajaja.
Me río tanto que empieza a dolerme el estómago y a faltarme el aire, por lo que trato de calmarme un poco.
- La comida es rica, pero muy picante -dije un poco más calmada, pero con un poco de risa. Paso mis manos por mi cara para limpiar las lágrimas de tanto de reírme.
- ¿Picante? ¿Más picante que mi comida?
- Supongo.
- Habrá que probar a ver si es cierto -mi mamá bosteza. Debe estar cansada
- Mamá, ve a descansar.
- Estoy bien, estoy bien.
- Pero no es bueno para tu salud esforzarse tanto. Allá son las cinco de la mañana y en unas pocas horas abres el negocio. Deberías usar ese tiempo en descansar.
- ¡Sea necia! -exclamó-. Ya te he dicho que estoy bien.
- Bueno, yo sí me despido porque tengo sueño y no he cenado aún.
- Está bien, hija. Descansa.
- Tú también, mamá. Te amo.
- Yo más.
Manda un beso a través de la pantalla y terminamos la video llamada. La amo, y gracias a las maravillas del internet la extraño cada vez menos. Eso alivia un poco mi conciencia. Trato que nuestras llamadas sean rápidas cuando son de madrugada para ella. No quiero que enferme por sobreesfuerzo y mucho menos por mi culpa. Prefiero no dormir yo para que ella lo haga. Ahora que no estoy cerca de mamá, tengo que cuidarla aunque sea de esta forma.
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- ¿Y cómo le está yendo a tu hija allá en China? Debe estar feliz con tanto chino cerca, como le gustan.
- No está en China, sino Corea del Sur y no son chinos son coreanos -replica la mamá de Lily.
- Bueno, eso. Es lo mismo.
- Está muy bien por dicha. Está contenta con su trabajo.
- Ya me imagino que para cuando vuelva va a venir acompañada de uno de esos ch... -se corrige la vecina- coreanos.
- No. Ella extraña mucho a Diego, su novio. De igual forma, si viniera con un coreano no tendría nada de malo.
- Pero si se casaran ¿se imagina que mezcla más rara?
- Vea vecina, si quiere que sigamos siendo "amigas" mejor cierre el hocico. La vida de mi hija no le concierne en lo absoluto ni a mí y mucho menos a usted. Y le advierto que no le ande echando ideas raras a Diego o se las verá conmigo.
Dijo la señora López enfadada. La vecina hace cara de indignada por la forma en la que ella le habló y no dijo una sola palabra hasta que se terminó su desayuno antes de ir a trabajar. La señora López abrió una sodita hacía mucho tiempo antes de que su hija naciera. Al nacer su hija le empezó a dedicar menos tiempo al negocio para cuidarla. Sin embargo, al morir su esposo en un incendio ella se vio obligada a trabajar horas extra para pagar toda su educación. Ahora se siente sumamente orgullosa al ver que su esfuerzo está dando maravillosos frutos con el éxito que ha ido ganando su hija.
Cuando Lily y Diego anunciaron su compromiso, ella se empezó a preocupar por el futuro de su hija. Sentía que su pequeña no había disfrutado lo suficiente de la vida, de su juventud como a ella le hubiera gustado vivir la de ella. Viajar, conocer otros lugar a otras personas, otras culturas e idiomas. Estudiar. Dadas las circunstancias económicas en las que se encontraban no tenía la oportunidad de hacerlo. Y eso la llenaba de culpa como madre. Pero cuando su hija le habló de esta gran oportunidad ella de alegró porque por fin iba a cumplir el sueño que tanto había soñado.
Desde joven Lily hablaba de viajar por el mundo y poco a poco se fue enamorando de la cultura asiática en especial. Gracias a los k-dramas y al k-pop le agarró un amor muy profundo a Corea del Sur; siempre hablaba de que algún día iría a ese país. Ahora ella estaba cumpliendo ese sueño, pero lo que le estaba preocupando en ese momento era que le gustara demasiado estar allá y decidiera quedarse. No tanto por ella, porque como madre desea lo mejor para su hija y su felicidad, sino por Diego.