Capítulo 4 – Paseo infernal
POV Sienna
Me desperté con el olor a café todavía impregnado en las sábanas. La taza seguía humeando en la mesa de noche, como si insistiera en recordarme que el mundo aún tenía sentido. Intenté desayunar, pero el teléfono explotó en mi mano: TikTok, Instagram, WhatsApp—una cacofonía de notificaciones repitiendo lo mismo. Mick y yo. Shippeados. Miles de desconocidos convertidos en narradores de una novela romántica barata, conmigo y mi vecino infernal como protagonistas.
La rabia me recorrió como un cable eléctrico ardiendo en la garganta. Dejé la tostada intacta, como si ayunar fuera un gesto de resistencia contra la estupidez digital.
Burbuja apareció con su radar infalible para los dramas humanos. Dejó caer la correa a mis pies y me miró con esos ojos que siempre me desarman. Suspiré: tenía que sacarla antes de ir a la universidad.
Universidad. Sociología en verano. Esa materia que había aplazado, no por flojera, sino por culpa de las noches enteras en que Mick confundía su departamento con un bar. Yo, con los libros abiertos, intentando concentrarme entre carcajadas, guitarras y portazos. El resultado: un examen suspendido y la humillación de estar repitiendo.
El parque quedaba a pocas cuadras. Caminaba con la correa enredada en los dedos, notando el cuero marcarme la piel. El aire olía a pasto húmedo y a gasolina vieja; mis pasos trituraban piedritas mientras repasaba mentalmente la lectura pendiente. Pensé en la ironía de estudiar Ciencias Políticas en un país que parece una tragicomedia, cuando lo vi.
Mick. Trotando con esa sonrisa medio insolente que parecía su marca registrada. El sol le daba de lleno en la cara, y lo odié por un instante: odié que la luz le quedara tan bien.
Me desvié, instintivamente, pero el universo tenía otros planes. Un perro enorme apareció y Burbuja, aterrada, salió disparada. La correa se me escapó de las manos sudorosas.
Corrí tras ella. Mis pies golpeaban el suelo con un eco hueco, la respiración se me descontroló… y entonces la escuché. La voz de mi madre, esa grabación cruel que nunca se borra:
"Si estuvieras más flaca, podrías alcanzarla… No puedes ni correr sin que te falte el aire. Te quedarás sola. Eres una inútil."
Las piernas se me volvieron de piedra. Caí de rodillas, el polvo pegado a las palmas, la vergüenza a la piel.
Burbuja temblaba, a punto de lanzarse al tráfico.
Y apareció Mick. Ágil, seguro, sujetándola antes del desastre. Ella lo mordió dos veces, pero él ni se inmutó. Caminó hacia mí con calma, la perra en brazos.
—Ya veo que no solo tú eres un desastre, vecina. Tu perra también busca suicidarse.
Las lágrimas me ardían sin permiso. Mick se inclinó, olía a jabón barato y sudor limpio.
—Cambia esa cara —dijo, entregándome a Burbuja—. Aquí está tu demonio personal.
La abracé fuerte. Murmuré un “gracias”, pero él arqueó una ceja:
—No quiero las gracias. Me mordió. Está vacunada, ¿verdad?
—Claro que sí, idiota. Más riesgo tiene Burbuja de contagiarse de algo de ti.
Él rió, mostrando la herida.
—Me estoy desangrando. Ataque de perro, multa de hasta ocho mil libras.
—Ni lo sueñes —gruñí, limpiando con torpeza la sangre con un pañuelo húmedo. Burbuja ladró, como si aprobara.
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En el departamento
Mick entró detrás de mí con la naturalidad de un intruso que se siente dueño.
—Vecina —dijo, dejándose caer en mi sofá—. Ahora toca que me cures.
—Levántate. Ese sofá no es tu trono.
—Si me muerde otra vez, te juro que la llevo a la perrera.
—Como la amenaces otra vez, te vas a desangrar —respondí, sacando el botiquín.
Me arrodillé a su lado, guantes puestos. Sus ojos seguían cada gesto con descaro.
—Mira tú… jamás pensé verte de rodillas frente a mí —murmuró.
—Cállate —dije entre dientes, limpiando con alcohol. Su piel estaba caliente. Un roce involuntario me arrancó un escalofrío absurdo.
Burbuja ladraba, celosa, cada vez que me inclinaba demasiado. Alcé la vista, y sus ojos encontraron los míos. Sostenidos. Un reto silencioso.
Mi corazón golpeaba. Un calor traidor en las mejillas. Por un segundo pensé en…
La alarma sonó. Un pitido agudo que me arrancó del instante.
—Genial. Ya voy tarde —mascullé, recogiendo mis cosas.
—¿Tienes la vida cronometrada? —preguntó él, con media sonrisa.
—Desde que la arruinaste, sí. Lárgate.
Me encerré en mi habitación. El espejo me devolvió la cara encendida, los labios entreabiertos.
"No caigas en su juego. Lo hace con todas."
Me observé de arriba abajo. Curvas pesadas, la voz de mi madre colándose como veneno: "Fea. Gorda. Tonta."
Cerré los ojos. Tenía que recordarlo: un chico como Mick Lennon nunca miraba a chicas como yo. Si lo hacía, era solo para divertirse. Y yo no iba a darle ese placer.
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POV
Mick Lennon
Salí del departamento de la vecina con una sonrisa que me ocupaba toda la cara. La venda en el brazo todavía escocía, pero valía la pena. Tenía un plan nuevo entre manos, y Sienna ni siquiera lo sospechaba.
Al cerrarse la puerta detrás de mí, el ascensor se abrió y apareció Marlon, mi mejor amigo, cargando una caja de cervezas. Me miró como si acabara de atraparme en medio de una fechoría.
—¿Estabas en el departamento de la rarita? —preguntó, arqueando las cejas.
—Sí —respondí, sin molestia, sacando el móvil del bolsillo—. Y tengo nuevo material para las redes.
Le mostré el vídeo que había grabado: yo en el sofá de Sienna, bromeando con la cámara mientras ella, roja como un tomate, me arrebataba el teléfono. Burbuja ladrando al fondo completaba el espectáculo.
Marlon soltó una carcajada incrédula.
—Joder, ¿cómo es que te ha dejado entrar? Si la chavala te odia.
Me encogí de hombros con toda la calma del mundo.
—Pues yo diría que no me odia tanto. Es cuestión de tiempo que caiga en mis encantos.
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Editado: 29.10.2025