Mi vecino infernal

7.

Capítulo 7 – Romeo de la barandilla

POV Sienna

El ensayo con Andrés apenas retomaba rumbo cuando un golpe seco en el cristal me hizo saltar.
Burbuja ladró como un demonio embotellado, y Andrés se levantó de la silla, pálido:
—¿Qué ha sido eso?

Me giré hacia el balcón… y allí estaba él: Mick, colgado de la barandilla como un acróbata barato, con la chaqueta enganchada y esa sonrisa idiota que parecía invulnerable al ridículo.

—¡Bitters! —jadeó—. Todo bien, no entres en pánico. Solo estaba… eh… comprobando la resistencia del hierro. Seguridad del edificio.

—¿¡Estás loco!? —corrí a abrir, más por evitar que se matara que por ganas de ayudar.

Burbuja salió disparada, mordiendo el cordón de mi zapatilla con furia. Mick pataleaba tratando de zafarse.
—¡Suéltame, Gremlin! —protestó, sacudiendo el pie.

Andrés me miraba con cara de “qué clase de vecindario elegí”.
Mick, como si nada, le tendió la mano:
—Vecino protector. Encantado. ¿Tú quién eres, el profesor particular?
—Compañero de clase —respondió Andrés, seco.
—Ah. Sociología. Sexy.

—Fuera —le espeté, señalando la puerta.

Mick levantó las manos.
—Vale, vale, ya me voy. Pero… Bitters, casi muero por ti. Lo mínimo sería un vaso de agua.

Le cerré la puerta en la cara. Burbuja ladró triunfal, Andrés se sentó de nuevo y yo me hundí en la silla, deseando evaporarme.

Intentamos volver a Habermas y a los apuntes. Tras un rato logramos un borrador decente del ensayo. Justo cuando empezaba a sentir un respiro, el móvil de Andrés sonó. Contestó rápido, frunció el ceño y se levantó.
—Debo irme —dijo, guardando sus cosas—. Pero… ¿te parece si quedamos mañana?

—¿Para la segunda parte del ensayo? —pregunté, intentando sonar casual.

Él me sostuvo la mirada.
—Para comernos un helado.

Sentí el calor subirme a la cara como un semáforo en rojo. ¿Eso era una cita? ¿O estaba exagerando?
—¿Quieres o estás muy liada con tu acosador? —añadió, arqueando una ceja hacia el balcón.

—Puedo, sí —respondí, demasiado rápido.

Él sonrió, seguro.
—Entonces es una cita.

Y se fue, dejándome con Burbuja, mi borrador y un corazón golpeando como si acabara de correr una maratón.

No tuve tiempo de procesar nada, porque mi móvil vibró como un loco. Notificación tras notificación. Nuevo video viral en TikTok: Mick colgado de mi balcón, sonriendo como un imbécil.
Título: “Romeo de la barandilla 💘 #VecinoInfernal #BittersAndSugarCrash”.

Los comentarios desfilaban sin parar:
—“Se nota que la amaaaa 😍”
—“Pobre chico, déjalo entrar yaaaa”
—“Vecino del año 🔥”

Me tapé la cara con una mano. Lo peor no era el video. Ni los comentarios. Ni siquiera las cien mil visitas en media hora. Lo peor era la parte de mí que, por un segundo, había querido que lo lograra.

El timbre del portero sonó justo cuando estaba a punto de saborear mi primer sorbo de café. Mis dedos se congelaron sobre la taza humeante.
—¿Otra vez tú? —gruñí.

Mick estaba allí, apoyado en el marco de mi puerta, con esa media sonrisa que parecía decir: “sí, vine a molestarte, y me encanta”.
—Bitters —dijo despacio, como si pronunciar mi apodo fuera un pacto silencioso—. Solo quiero hablar.

—Hablar —repetí, arqueando una ceja—. Claro. Después del espectáculo del balcón, ¿qué quieres decirme? ¿Que tus seguidores ya decidieron que somos pareja?

Se encogió de hombros, sin inmutarse.
—Más o menos. Pero no vine a eso. Vengo a proponer un trato.

Bufé por lo bajo. Sabía que no sería un trato sencillo. Todo lo que él proponía tenía un truco escondido, incluso cuando parecía maduro.
—¿Qué clase de trato? —pregunté, cruzándome de brazos y apoyando la espalda contra la puerta.

—Vecinos en paz —respondió, serio por primera vez—. Tú me das acceso limitado para grabar TikToks, y yo no piso más tu balcón, no hago ruido, no me cuelo en tu vida. Solo cooperación profesional, nada de dramas.

Mi ceja se arqueó con rapidez. Su tono era convincente, casi maduro, pero mis recuerdos todavía estaban calientes: portazos, risas burlonas, Burbuja saltando de un lado a otro, y mi madre reprochando cada centímetro de mi cuerpo.

—¿Y por qué debería aceptar? —pregunté, intentando sonar fría pero notando que el corazón traicionero me delataba.

—Porque así tienes control. Tú apruebas todo antes de que suba. Tú eliges lo que se queda y lo que se borra. Es… sociedad, Bitters.

Me quedé mirándolo. Por un segundo, el mundo se redujo a los dos, la puerta cerrada, el silencio interrumpido solo por el respirar de Burbuja, que olisqueaba mis pies. Él esperaba, paciente, con los brazos cruzados y esa sonrisa que prometía que no se rendiría.

Mis pensamientos se enredaron mientras evaluaba la situación: No es una mala idea. El chico fitness con aire de rockstar barato no se fija en este círculo deprimido y este círculo deprimido no se fija en esas dos neuronas inservibles. Perfecto. Todo en su lugar. Círculo roto, reglas claras… y yo no caigo, al menos no hoy.

—Cinco minutos, solo. Sin bromas pesadas. Y todo con aprobación previa —dije, con voz decidida pero traicionada por un hilo de anticipación.

—Trato hecho —asintió, inclinándose ligeramente, como si firmara un contrato invisible.

Cerró la puerta con cuidado y sacó una bolsa delgada.
—Exóticos —anunció—. Mochis de wasabi.

Fruncí la nariz.
—Eso no se come.
—Se usa como castigo —replicó con una sonrisa traviesa—. Perfecto para nuestra primera colaboración.

El aro de luz estaba encendido, y el móvil grababa sin que me diera tiempo a pensar en nada más que en no atragantarme. Mick me pasó el mochi. Lo mordí, y el picante me golpeó la lengua como una descarga eléctrica. Tosí, con lágrimas en los ojos, mientras él se doblaba de risa.

—¡Dios, Bitters, pareces un cuadro! —rió, golpeando la mesa con la palma abierta.




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