Capítulo 8 – Burbuja mediadora
POV Sienna
Tardé casi una hora en decidirme qué ponerme. Había sacado tres pantalones, cinco blusas y hasta un vestido que aún tenía la etiqueta colgando. Todo parecía decirme lo mismo: no eres suficiente.
Me quedé mirando el espejo demasiado tiempo. El reflejo no me devolvía solo mi cara: me devolvía todas las voces que alguna vez me llamaron gordita, rellenita, la que nunca va a conseguir novio. Sí, ya no pesaba lo de antes. Sí, había bajado de kilos. Pero la inseguridad no se derrite con el sudor. Se queda ahí, como tatuaje.
Al final elegí los vaqueros oscuros de tiro alto (según Internet, “favorecen la figura”), una blusa verde menta que resaltaba mi cabello rojizo y una chaquetita corta, por si me arrepentía y quería taparme más.
Me apliqué un poco de rímel, un brillo suave en los labios, y recogí mi cabello en una media coleta. No era transformación de película, pero me reconocí un poco más bonita. Un poco.
Burbuja me observaba desde la cama, ojitos negros atentos como dos faroles.
—No me juzgues, ¿vale? —le dije, ajustándome por décima vez la blusa.
Ella ladró bajito y movió la cola, como si aprobara. Mediadora, siempre.
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Cuando llegué a la heladería, Andrés ya estaba ahí. Y me sonrió. Me sonrió a mí.
—Estás guapa —dijo, como si fuera lo más natural del mundo.
Yo parpadeé, sin saber qué contestar. Nadie me había dicho eso nunca. O al menos no alguien que lo dijera mirándome así, sin burla, sin ironía, sin segundas intenciones. Tragué saliva y murmuré un torpe:
—Gracias… tú también.
Nos sentamos frente a frente. La mesa era de esas redondas, con patas metálicas que tambalean si apoyas mal el codo. El lugar olía a galleta recién horneada y helado dulce. Todo estaba lleno: parejas riendo, niños correteando, cucharitas de plástico chocando.
Andrés pidió chocolate amargo. Yo, fresa con trozos. Me preocupaba que notara lo rápido que se derretía mi helado, como si mis manos lo calentaran con pura ansiedad.
—¿Siempre vienes aquí? —pregunté, solo para llenar el aire.
—A veces. Me gusta porque tienen sabores raros. ¿Probaste el de lavanda?
—Lavanda sabe a jabón. —Se me escapó, espontáneo.
Él se rió. Y yo también. Un poco de alivio.
—No puedo creer que esto esté pasando —susurré mientras él tomaba mi mano para cruzar la calle.
—Todo es real —respondió, acercándose y rozando mis dedos con un cuidado casi teatral.
Salimos de la heladería riendo, todavía con el sabor dulce del helado en los labios y la complicidad flotando entre nosotros. Cuando Andrés me acompañó hasta la entrada de mi departamento, el mundo pareció quedarse en silencio. Sus ojos buscaron los míos, y antes de que pudiera pensar, me besó.
No fue un roce tímido: fue un beso, mi primer beso, uno que soñé desde siempre y creí imposible. Mi corazón se disparó de alegría, mis manos temblaban porque al fin alguien me veía, y por un momento creí que el universo entero se había detenido para mirarnos.
Entonces, la voz rota del mundo real quebró la perfección.
—No estaba en el pacto que tuvieras novio.
Giré, y ahí estaba Mick, apoyado en el marco de la puerta. Sus ojos clavados en mí, su sonrisa torcida, como si todo fuera un juego en el que él dictaba las reglas.
Andrés frunció el ceño, confundido.
—¿Pacto? ¿De qué está hablando?
—De nada —respondí rápido, aunque la rabia me quemaba—. No hay ninguna relación. Y, de hecho, Mick, ya no tenemos ningún pacto.
Él arqueó una ceja.
—¿No?
Lo miré de frente, firme.
—No.
El silencio pesó entre los tres. Andrés me acarició la mano suavemente, buscando mi mirada.
—¿Nos vemos más tarde, Sienna?
Asentí. Y antes de irse, lo besé de nuevo, más segura, más desafiante. Era mi elección, no la de nadie más.
Andrés se marchó con una sonrisa tranquila. Mick fue el siguiente en irse, sin más palabras, solo con la sombra de su rabia colgándole de los hombros.
Y yo me quedé en la puerta, temblando todavía por el beso, por la valentía de haber roto el pacto… y por el huracán que sabía que se avecinaba.
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POV Mick
La puerta del departamento se cerró de un portazo que hizo vibrar los marcos. Tiré la mochila al suelo y fui directo a la nevera. La abrí de golpe, saqué una cerveza y le di un trago largo. El líquido frío apenas calmó la furia que me recorría el pecho.
Marlon estaba en el sofá, guitarra en mano, viéndome con esa calma que siempre me sacaba de quicio.
—¿Qué tienes, bro?
—Se ha besado con el nerd —gruñí, dejando la botella sobre la mesa con un golpe seco.
Marlon arqueó una ceja, divertido.
—¿Y eso qué te importa?
—¿Viste nuestro video de ayer? Cuatro millones de visualizaciones. Lo va a arruinar todo por un romance de pacotilla. A ese tío ni siquiera le gusta.
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Por cómo la ve —contesté, cortante, tragando otro sorbo de cerveza.
Marlon sonrió, ladeando la cabeza.
—Ajá… ¿y según tú cómo la ve?
—¡Qué importa! No estoy celoso, déjate de mamadas.
—Pues parece que sí. Dijiste que ibas a usarla para la música, pero curiosamente no has compuesto ni una nota. Solo videos con ella.
Golpeé la nevera al cerrarla, haciendo tintinear las botellas dentro.
—Estaba tanteando el terreno. Es bueno, ¿sabes? El de ayer ya explotó en redes. Y ella va y decide buscarse un novio. Qué oportuna.
Marlon se rió entre dientes.
—¿Qué esperabas? ¿Que nadie se fijara en ella? No es una modelo, pero tiene cerebro. Es real. Eso atrae.
Me reí con sarcasmo, aunque me ardían las manos por dentro.
—No tengo interés en que seamos pareja. No somos compatibles.
—Umm… ya. —Marlon hizo un acorde suave en la guitarra—. Para alguien “sin interés”, te ves demasiado metido.
—Cierra la boca —gruñí, y me lancé contra el saco de boxeo del salón. Cada golpe sonaba como un tambor, descargando mi rabia. Pero ni el sudor ni el dolor lograban borrar la imagen de Sienna besando a otro.
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Editado: 29.10.2025