Capítulo 19: Lo que sigue después del acto
POV Sienna
Ya está. Lo hice.
Besé a Mick.
Y no un beso torpe de comedia romántica donde los protagonistas tropiezan con el destino. No. Un beso de verdad. De los que interrumpen el aire y dejan al mundo en modo suspensión. Mis labios todavía vibran, como si recordaran mejor que yo lo que acaba de pasar. Me los toco con la punta de los dedos, solo para comprobar que siguen ahí, que no se han derretido. Error. Siguen ardiendo.
El corazón me golpea la garganta como si quisiera salir a reclamar su protagonismo. Y él —Mick— sigue quieto, demasiado cerca, respirando ese aire compartido que ya no me pertenece del todo. No dice nada. Yo tampoco. Estoy demasiado ocupada fingiendo que el portátil frente a mí me resulta fascinante, cuando en realidad acabo de besar al tipo más desconcertante del continente europeo.
Intento pensar en algo inteligente, alguna frase que me devuelva la dignidad perdida. Pero el cerebro decidió tomarse vacaciones sin previo aviso.
—Perdón —digo. Porque nada grita “madurez emocional” como disculparse por haber sentido algo.
Él frunce el ceño.
—¿Por qué?
—Por... no sé. Por esto. Por mí.
Genial, Sienna. Redoble de estupidez.
Mick sonríe un poco. Una sonrisa de esas que no sabes si te van a salvar o te van a hundir.
—Sienna, si vas a disculparte por besarme, voy a tener que cometer el mismo error otra vez.
Ahí está. El tipo no ayuda. Habla bajito, con voz de promesa peligrosa, y mi cara decide arder como si tuviera fiebre. Giro hacia la pantalla. “Acto performativo”, dice el documento abierto. Maravilloso. Ni Bourdieu podría analizar este desastre emocional.
—Deberíamos seguir con esto —murmuro, señalando la pantalla.
—Claro —responde él—. Si tú puedes escribir después de eso, eres más fuerte que yo.
Una risa se me escapa, nerviosa, de esas que suenan más como un colapso emocional que como humor real.
—No exageres.
—No exagero. —Sus ojos bajan hacia mis labios, como si el aire tuviera forma—. No sé qué demonios acabas de hacerme.
Y ahí está. Esa frase. Me parte en dos. Porque yo tampoco sé qué demonios hice.
Quisiera creer que fue un accidente químico, una reacción entre neuronas confundidas. Pero no. Lo sentí.
Y me da miedo. No por él. Por mí. Por lo que pasa cuando dejo de controlar.
—No deberías decir eso —digo, intentando sonar fría.
—¿Por qué?
—Porque no soy… —trago saliva— ese tipo de chica.
Él me mira, confundido.
—¿Qué tipo?
—Ya sabes. La que sale con tipos como tú.
Y ahí está otra vez el silencio. Uno incómodo, con sabor a verdad. Su sonrisa se apaga, pero en lugar de retroceder, se acerca un paso más.
—Sienna, no tengo ni idea de qué tipo de chico crees que soy —dice, con voz más temblorosa de lo que esperaba—. Pero si sirve de algo, yo tampoco sé cómo se sale con alguien como tú.
Boom. Ahí va el golpe directo al pecho. Sin anestesia.
Intento reír, pero lo que sale es un suspiro. Hay algo brutalmente sincero en su tono. Algo que me hace querer salir corriendo y quedarme a la vez.
Nos quedamos mirándonos, torpes, como dos actores sin guion intentando improvisar una escena que se siente demasiado real.
Él toma mi mano, despacio.
—Podemos seguir con el ensayo —dice—, pero prométeme algo.
—¿Qué cosa?
—Que si volvemos a hablar de Bourdieu o de Gramsci, no olvides que tú y yo también somos un acto performativo.
Y lo dice tan serio que no puedo evitar sonreír.
Quizá el miedo no se va de golpe. Pero por primera vez, no siento que tenga que esconderlo.
---
POV Mick
No tengo claro cuánto tiempo ha pasado desde que sus labios se separaron de los míos.
Un minuto. O un año.
Lo mismo da. El cuerpo no mide el tiempo igual después de algo así.
Sigo con las manos sobre la mesa, intentando parecer tranquilo. Buena suerte con eso.
Por fuera, soy la imagen del autocontrol. Por dentro, un incendio con nombre y apellido: Sienna Blake.
Ella vuelve a su sitio, se sienta, abre el portátil y empieza a escribir como si nada hubiera pasado.
Maravilloso.
Yo sigo procesando el hecho de que acabo de besarla y ella ya está citando a Bourdieu.
El teclado repiquetea como si tuviera ritmo propio. Tac-tac-tac.
Cada palabra que teclea me suena a música.
Y no, no es cursilería. Es literal.
Tiene cadencia, tempo, acentos. La escucho y casi puedo componer algo encima.
No sé qué demonios me pasa, pero verla concentrada me resulta más hipnótico que cualquier escenario en el que haya tocado.
Su cabello cae sobre el hombro, un mechón rebelde le roza la mejilla.
Luz azul del monitor. Piel clara. El contraste exacto que haría que cualquier fotógrafo vendiera su alma.
Yo me inclino apenas, lo justo para verla de perfil.
Y claro, me la juego.
Porque verla de frente es demasiado.
De cerca, es imposible.
Sienna.
La chica que convierte un concepto marxista en poesía.
La que frunce el ceño cuando duda, como si pelearse con las ideas fuera un deporte extremo.
Y la que acaba de besarme con una mezcla de torpeza y convicción que me ha dejado sin aire.
Trago saliva despacio.
No digas nada, Lennon. No respires muy alto. No la asustes.
Ella está intentando fingir que nada pasó; tú puedes fingirlo también.
O eso intento, mientras el olor a café y a tarta de chocolate me recuerda que estamos solos, demasiado solos, en una casa que de pronto parece más pequeña.
El reflejo de la pantalla le ilumina las pestañas.
Hay una línea de chocolate seco en su dedo.
Y yo, un idiota con alma de canción triste, quiero limpiárselo con la lengua.
Obviamente, no lo hago. Me conformo con mirar.
—¿Qué pasa? —pregunta sin levantar la vista.
—Nada —miento—. Solo estoy admirando tu determinación.
Ella sonríe, apenas.
—Es solo concentración.
—No, no lo es. —Las palabras salen antes de que mi filtro vuelva a activarse—. Es fuego.
#24 en Joven Adulto
#1208 en Novela romántica
#450 en Chick lit
#romance#verano#dolor#vacaciones, #comedia romantica, #enemiestolovers
Editado: 29.10.2025