Capítulo 22: Cita improvisada
POV Sienna
Siento un escalofrío recorrerme el pecho y, por un momento, creo que mi corazón va a salirse por la boca. Mis mejillas se tiñen de rojo, lo cual es perfecto porque nada dice “encantadora” como parecer un tomate humano. Apenas puedo mirarlo sin sentirme… transparente. Y no, no me gusta sentirme transparente. Prefiero ser un misterio, no un escaparate de emociones ambulante.
Y justo cuando pienso que no puedo ponerme más nerviosa, aparece el camarero, cargando un par de bandejas humeantes de fish and chips. Papas crujientes, limón, salsa tártara… y un aroma tan bueno que debería tener advertencias legales.
Nos quedamos los dos mirándolos como si fueran el santo grial, o el último trozo de pizza a las tres de la mañana.
—Gracias —digo, tomando el tenedor con manos que todavía tiemblan un poco.
—Gracias —repite Mick, con esa sonrisa suya que logra que mis músculos faciales se relajen y, de paso, me haga querer golpearlo suavemente por ser tan… él.
Empezamos a comer. La primera mordida es una mezcla entre hogar y aventura, entre “esto me calma” y “esto podría cambiarme la vida”.
El calor del pub, la lluvia golpeando las ventanas, el olor a cerveza recién servida… todo se mezcla. Por un instante, el mundo parece ponerse en pausa, como si los dos hubiéramos entrado en una especie de burbuja accidental.
Mick me observa mientras mastico, y esa sonrisa suya —amplia, confiada, peligrosa— hace que quiera esconderme detrás del vaso de vino. ¿Por qué tiene que mirarme así? Es como si supiera que estoy un poco enamorada y le divirtiera verlo en cámara lenta.
—¿Por qué te gusta tanto esto? —pregunta, con una curiosidad genuina, como si estuviera tratando de resolver un acertijo.
—Porque… —respiro, saboreando otra mordida— fue lo primero que comí en Londres, el día que empecé a ser yo misma.
Él asiente despacio, como si hubiera entendido algo más grande que la respuesta. Lo cual, viniendo de Mick, ya es un milagro.
Por un rato, nos quedamos ahí, riendo, comiendo, intercambiando miradas que duran un poco más de lo socialmente aceptable. La primera cita que nadie planeó, pero que se siente como si el universo la hubiera escrito con marcador fluorescente.
Y entonces lo noto.
Mick sigue temblando mientras come. Sus hombros se mueven con cada estremecimiento, y su copa de vino tiembla ligeramente en su mano. Genial. Ahora no solo temo parecer ridícula, también tengo el impulso irracional de abrazarlo hasta que deje de hacerlo.
—¿Quieres mi abrigo? —pregunto, medio en broma, medio preocupada.
—Oh, no… qué vergüenza —dice, apartando la mirada—. Eso no es nada varonil.
—¿Dónde está escrito que ser varonil implica morir de frío? —le lanzo, arqueando una ceja.
—En el manual de “cómo escribir una historia romántica”: el chico se quita el abrigo y se lo coloca a la chica. Ninguno tiembla, todos son inmunes al clima.
—Eso es una estupidez —respondo, aunque no puedo evitar sonreír.
—Pensé que te gustaban esas cosas —replica, encogiéndose de hombros.
—No soy tan básica. Además… ¿por qué dices eso?
Su expresión cambia. Se endurece un poco, como si hubiera tocado algo que no quería tocar.
—Porque lloraste mucho cuando le diste tu primer beso a Andrés, el roba-ensayos.
Oh, estupendo. El fantasma de mis malas decisiones sentimentales, presente una vez más.
Me encojo de hombros, riendo con torpeza.
—Pero eso es diferente.
—Es igual —dice, sonriendo de lado—. Comercial, como lo del abrigo.
—El primer beso… eso es un acto de intimidad. Debe ser especial —insisto, envolviéndome con el abrigo que finalmente tomo, solo para tener algo que hacer con las manos.
—Cualquier beso es un acto de intimidad en sí —dice, ahora serio—. El primero casi nunca es especial. Siempre es torpe y ansioso, porque no sabes qué significa.
Lo miro, bajando la voz.
—¿Cómo fue tu primer beso? ¿No fue con alguien especial? ¿No estabas enamorado?
—Fue con Emma Johansson —dice, riendo al recordarlo—. Segundo año de secundaria. Torpe, poco memorable. A ella tampoco le gustó.
—Pobre Emma —digo, medio riendo, medio compadecida.
Mick frunce el ceño, divertido.
—Pobre yo. Ella era popular. Se encargó de desprestigiar mis besos por todo el instituto.
—Auch —respondo, llevándome la mano al pecho.
—Ya ves —dice, alzando la copa—. El primer beso no siempre es el mejor. Es un mito.
—El primer beso que nos dimos… —empiezo a decir, sintiendo que mi voz se vuelve un hilo.
—Joder, mejor no lo digas —interrumpe, bebiéndose el vino de un trago—. No quiero escucharlo.
Me río un poco, pido otra copa, y trato de que mi corazón deje de hacer acrobacias.
—Iba a decir que… para mí sí fue perfecto.
Mick arquea una ceja.
—Parecías aterrada.
—Estaba en negación —respondo, con una sonrisa pequeña.
—¿Y ahora? —pregunta, inclinándose hacia mí, con esa intensidad que debería venir con advertencia.
—Ahora estoy en… ¿me arriesgo? —susurro, tragando saliva.
Él suelta una risa baja, cómplice.
—En duda, entonces.
Bebo un trago, dejando que el vino me suba por el pecho.
—Siempre he sido la que usan… ¿cómo sé que es diferente contigo?
—Es diferente, Bitters. Créeme —dice, y hay algo en su tono que me hace querer creerle.
Alzo una ceja.
—¿Y si te digo que no habrá más TikTok?
—Ya ni quiero hacer esa mierda —dice, encogiéndose de hombros, con una sonrisa ladina.
—¿Y si te digo que no tendremos sexo? —lanzo, medio en broma, medio en serio.
Mick se queda quieto un segundo.
—Bueno… eso es un problema, pero creo que puedo esperar. Ya he tenido suficiente.
—Nunca he tenido novio —confieso, bajando la mirada—. No soy el prototipo de nadie.
—No existen los prototipos —responde, suave, mirándome como si acabara de decir algo importante.
Silencio. De esos que pesan y reconfortan al mismo tiempo.
Puedo sentir su calor, su perfume, y el aire denso entre nosotros.
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Editado: 29.10.2025