CAPÍTULO 25 —
POV Sienna.
El timbre suena justo cuando las chicas estallan en carcajadas.
—¿Será él? —susurra Mila desde la cocina.
—No puede ser… ¿nos habrá escuchado? —Isla se cubre la boca.
—Oh, mierda —añade Kath con una sonrisa traviesa.
—Por favor que no haya escuchado nada —murmuro mientras abro la puerta.
Y ahí está Mick.
Sudadera gris, jeans oscuros, el pelo aún húmedo. Huele a madera y algo fresco, y mi corazón decide que es un buen momento para intentar escaparse por mis costillas.
—¿Te resfriaste? —pregunto al ver sus mejillas rosadas.
—¿Qué va? Te dije que tengo la vacuna contra la gripe.
—Mentiroso.
—Buenos días.
—Buenos días —repito, justo cuando mis amigas se asoman como suricatas detrás de mí.
Mick levanta una bolsa de papel.
—Desayuna antes de clases —dice.
—No tenías que… —
—Un “gracias” estaría bien. Un beso estaría increíble.
Risas ahogadas detrás de la puerta. Murmullos. Uñas rascando la pared.
Las quiero y las odio.
Tomo la bolsa y salgo, cerrando la puerta para cortar la transmisión en vivo.
—Gracias, Lennon —susurro.
Nos quedamos a centímetros. Él sostiene al gato; yo, la bolsa tibia. Su respiración roza la mía. Mis nervios gritan; mis labios avanzan.
Lo beso.
Suave. Corto. Casi tímido.
Cuando nos separamos, lo único que oigo es el silencio. Y por primera vez deseo un espacio donde no tenga que compartirlo con tres espectadoras profesionales.
—¿Qué tal si desayunamos en tu piso? —pregunto apenas.
Él parpadea, sorprendido.
—Marlon no está.
Perfecto.
—Pero no hay problema —añade—. Ya sabes que eres bienvenida.
—Vamos.
Y por dentro: ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué me tiembla todo cuando sonríe así?
Entramos. Él suelta al gato, que se instala en el respaldo del sillón como si fuera su dueño.
—¿Café?
Asiento.
Mientras él prepara dos tazas, abro la bolsa. Hay un post-it en mi sándwich:
“Socióloga brillante, recuerda alimentarte.
Los niños del mundo te necesitan.”
Los ojos se me humedecen. No lo esperaba. No estoy acostumbrada.
Nunca me han tratado así…
Mick no lo ve porque está peleando con la cafetera, maldiciendo en voz baja.
Se sienta frente a mí, me pasa la taza.
—¿No vas a clases? —pregunta.
Le enseño el correo: aprobada. Eximida de asistir el resto del verano.
Su cara se ilumina.
—Eres increíble, Bitters. Felicidades.
Sonrío bajando la mirada.
—Somos increíbles. No lo habría logrado sin ti. Ni sin tus ejemplos brillantes.
Él ríe.
—No digas eso. Si por mi culpa casi repruebas… hice demasiado ruido.
—Qué bueno que lo hiciste. Sino, no estaríamos aquí, desayunando juntos.
Sus ojos recorren mi cara como si quisiera memorizarla. Ese calor vuelve: no es deseo, es… calma. Seguridad. Algo nuevo.
Él roza mis dedos.
No es urgente. No es un beso.
Pero se me acelera el corazón igual.
Nos quedamos así. Compartiendo una taza de café y el mismo aire. La conexión es tan densa que casi se toca.
Y entonces—
—¡Epa! —dice una voz desde la puerta.
Marlon. Con su guitarra. Como si fuera un personaje entrando en escena cuando la trama está demasiado tranquila.
El gato salta. Yo retiro mis manos como si me hubieran encontrado robando algo.
—Hola, Marlon… —susurro, deseando esconderme bajo la mesa.
—Vaya, vaya… desayuno para Sienna y nada para mí. Me siento ofendido —dice estirándose.
Mick frunce el ceño.
Yo intento no reír.
—No soy tu madre. Además sé que ya desayunaste —gruñe Mick.
—¿Estás saliendo con alguien? —pregunto.
—Estoy intentando tener mi propia comedia romántica. No quiero ser secundario en la de ustedes.
—No creo que encuentres a alguien decente en Tinder —refunfuña Mick.
—¿Vienes de una cita? —pregunto.
—De mi gran noche con Irina —dice teatral—. Qué mujer. Qué flexibilidad emocional. Y física.
Carraspeo. Mick se tapa la cara.
—Marlon, por favor…
—¿Qué? Nunca es mal momento para educación sexual positiva.
El gato maúlla.
—La próxima vez que salgas de farra, busca quién cuide a Mishu —protesta Mick—. He pasado toda la mañana estornudando.
—¿Mishu? —dice Marlon.
—No.
—¿Ya lo has bautizado?
—No lo he bautizado.
—Eso significa que te lo quedas.
Mick rueda los ojos.
Marlon sonríe y le levanta la barbilla como si fuera un médico.
—Nariz tipo Rodolfo el Reno, pero te ves muy…
—Muy qué, Marlon?
Marlon sonríe lento.
—Muy…
—No te atrevas.
—…muy…
—Marlon.
—Enamorado.
La palabra cae como un rayo.
Yo dejo de respirar.
Marlon nos mira como si fuera un científico observando un experimento.
—Tiene cara de hombre derritiéndose como chocolate en microondas.
—Te juro que te tiro del balcón —murmura Mick.
—Tengo pruebas —dice Marlon, sacando el móvil.
Click. Foto.
—Dos tazas, desayuno, tu gato adoptado y tú con cara de poema romántico del siglo XIX. —Mira hacia mí—. ¿Quieres que te la pase?
—NO.
Río en silencio. El gato maúlla en acuerdo.
—Yo me voy a duchar —dice Marlon—. Sigan con su ritual de pareja sin etiqueta.
Desaparece, silbando.
Quedamos en silencio.
Mick se pasa la mano por la nuca.
Yo sonrío sin poder evitarlo.
—Lo siento por él —murmura.
—No —respondo—. Me gusta cómo te defiende… y cómo se burla de ti.
Sonríe. Suave. Real.
Se siente más íntimo que un beso.
Y entonces—
El timbre.
—Joder —murmuro.
Abro la puerta y mis tres mejores errores entran como un huracán.
—Es mala educación abandonar a tus amigas por tu novio —dice Mila.
—No es mi novio —salgo disparada a corregir.
Silencio mortal.
—Auch —dicen las tres.
Mick me mira como si me hubiera lanzado a un río helado de cabeza.
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Editado: 22.11.2025