Mi vecino infernal

29.

Capítulo 29 — Sienna

Estoy en una habitación que huele a lavanda, madera antigua y tragedia inminente.

Tragedia: yo.
Inminente: compartir casa con la madre del hombre que me besó hace menos de 24 horas y hace que se me bajen los calzones... y que ahora mismo está en el baño contiguo, probablemente renegando de la vida o haciendo una fiesta.

Porque sí: nos quedamos a dormir.

Todavía no entiendo cómo sucedió.
Un minuto estaba comiendo fish & chips como si hubiera nacido en este comedor, y al siguiente estaba diciendo:

—Podemos quedarnos un rato más.

IDIOTA.
ABSOLUTA.
TOTAL.
IDIOTA.

Y entonces el muy vengativo de Mick dijo “nos quedamos a dormir” para castigarme por reírme de sus fotos de bebé.

Merecido, sí.
¿Consecuencias emocionales? También.

Me dejo caer en la cama de invitados. Es demasiado cómoda. Sospechosamente cómoda.
Tiene ese tipo de colchón que solo existe en casas donde las madres aman demasiado y las visitas se reproducen por accidente.

Suspiro.

Estoy en su casa.
La de verdad.
La que lo vio crecer, llorar, cantar al pescado (JAJAJA), y pasar “una época complicada” que no quise preguntar, aunque mi cerebro ha llenado los espacios en blanco con escenarios tipo documental dramático.

Toco las sábanas.

Dios.
Estoy nerviosa.
Estoy nerviosa de una manera nueva.
No como cuando te van a operar o cuando te encuentras un mensaje de tu ex diciendo “¿podemos hablar?”.
No.
Esto es distinto.
Es más… suave. Más peligroso.

Me siento en el borde de la cama como si fuera a recibir un examen.

Y justo entonces, la puerta se abre.

Mick se asoma.
Pelo un poco húmedo, camiseta negra, cara de “ayuda, por favor”.

—Mi madre te quiere —dice sin saludo—. Y no sé si debería preocuparme.

—Me quiere porque soy amable, educada y no lloro cuando como pescado —respondo.

Él hace una mueca.
Bella.
Lo odio.

—¿De verdad no te molestó todo lo que dijo? —pregunta, apoyándose en el marco de la puerta.
Parece un cliché romántico. Uno bonito. De esos que me metieron expectativas irreales.

—No —respondo con sinceridad—. Me gustó verla… no sé. Quererte tanto.

Él parpadea.
Ni siquiera intenta disimular el impacto de mis palabras.

—No estoy acostumbrado a que la gente “vea” cosas en mí —musita.

Lo miro.
Y no lo digo, pero pienso: yo sí te veo.
Con claridad aterradora.

—Además —añado—, fue adorable que le cantaras al pescado.

—Sienna, por favor —suplica, agónico.

Me río.
Él sonríe apenas, y eso me derrite una vértebra.

Silencio cómodo.
O incómodo.
O ambas.
El aire tiene textura, como si pudiera agarrarse.

—Mi madre dice que duerme mejor cuando hay gente en casa —dice al fin—. Que el silencio le trae recuerdos.

—¿Malos?

Asiente.

—Malos y buenos. Los mezcla.

Quiero preguntarle.
Quiero saberlo todo.
Pero él me mira de un modo que dice no ahora.
Y yo lo respeto.
Quizás demasiado.

Cambio de tema.

—¿Dónde vas a dormir tú?

Lo pregunto con inocencia absolutamente falsa.

Él se acerca un paso.
Después otro.

Y en ese “otro”, el aire cambia otra vez.
Se vuelve eléctrico.
Vivo.

—En mi habitación —responde, bajito.

Algo en mi se quiebra, en el fondo quería que durmieramos juntos.

¿Pero que estoy diciendo? ¡No estoy razonando!

—Pues perfecto, largo.

Lo empujó hacia fuera.

—Ey, calma ¿Ni un beso de buenas noches?

—Somos amigos, recuerda.

No se porque le digo eso, talvez porque me aterra pensar y sentirme como me estoy sintiendo. O porque estoy a punto de pedirle que se quede y eso es peligroso.

---

Mick

Hace seis años que no entro aquí con la intención de quedarme.
Seis años evitando exactamente este olor: madera vieja, ropa guardada demasiado tiempo, y un rastro leve de detergente barato que mi madre nunca dejó de usar.

—Hace seis años que no me quedo aquí… —susurro, más para la habitación que para mí mismo—. No puedo dormir en este lugar después de ese día.

La frase se queda flotando, como si rebotara en las paredes y volviera más pesada.

Miro alrededor.
No quiero hacerlo, pero lo hago igual.

Las fotos siguen ahí.

En el buró, en el marco azul desteñido:
John, con su sonrisa torcida, esa que siempre parecía una broma a medias. Piel morena, ojos brillando como si supiera secretos. El tipo de expresión que te hacía sentir que ya estabas en problemas solo por respirar cerca de él.

En la pared, pegadas con cinta amarilla, más fotos:
Jane, con esa mirada suave, la cabeza apoyada en su hermano, sonriendo como si el mundo fuera un lugar amable. El cabello largo, oscuro; la piel pálida; esa mezcla de fragilidad y carácter que siempre la hacía parecer más joven… y más grande al mismo tiempo.

Pero lo que más me golpea es la foto que está al lado del marco:
Los tres.
Yo en medio, con mi corte horrible de adolescente, John empujándome la cabeza, Jane mirándonos con paciencia infinita.

Un puño se me cierra dentro del pecho.
El aire cuesta.

Me siento en la cama, que todavía tiene el mismo colchón duro de hace años.
Intento respirar, pero el cuarto se siente más pequeño de lo que recordaba.

No quiero estar aquí.
Pero Sienna está durmiendo en la habitación de al lado.
Y no voy a cruzar ese pasillo para meterme en la cama de invitados como un cobarde que no puede enfrentar cuatro paredes.

Debo superarlo, pienso.
No puedo contarle. No aún.

Si supiera lo que pasó aquí…
Si supiera lo que yo fui…
Si supiera quién era antes de tenerla enfrente todos los días, antes de que su ruido invadiera mi vida…
No me miraría como me mira ahora.

Cierro los ojos.

Y el recuerdo viene sin permiso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.