CAPÍTULO 32 — POV SIENNA
Han pasado dos días.
Dos días encerrada en mi piso.
Dos días sin ducharme, sin abrir las cortinas, sin contestar mensajes. Ni de mis amigas. Ni de mi madre. Ni de Mick.
El móvil vibra sin parar, pero lo tengo enterrado bajo un cojín porque no quiero escuchar nada que venga de él.
Burbuja, mi pomerania, sigue a mi lado como una pelusa preocupada. A veces me trae su juguete favorito como ofrenda. A veces se acuesta encima de mi barriga. A veces me ladra para que deje de llorar.
Nada funciona.
Estoy tirada en el suelo del salón con la faja puesta hasta el cuello, el vestido colgado de la lámpara porque lo intenté poner y me atasqué, y un arsenal de dulces abiertos alrededor.
Mi primer… ¿noviazgo?
Terminó antes de comenzar.
Fracaso total.
—Soy un mapache abandonado —sollozo metiéndome un chocolate a la boca.
Burbuja ladra, ofendida por la comparación.
—Perdón, tú eres un mapache adorable —le acaricio la cabecita—. Yo soy la versión fea y triste.
Entonces escucho un golpe seco.
Y otro.
Y un insulto masculino.
Me incorporo como puedo, la faja me corta la respiración.
Una figura humana intenta escalar por mi balcón.
—¿Qué demonios…?
Marlon aparece trepando como un gato mal entrenado y cae dentro del piso con un estruendo.
—OH. MY. GOD. —dice con un gesto dramático, mirando todo—. Esto es… caos emocional nivel 2000. Ni en mis peores terapias he visto algo así.
—Vete —murmuro, llorando sin ganas—. Déjame morir en paz.
—Morir no, cariño —avanza con cuidado, como si yo fuera un animal salvaje—. Pero sí necesitas una intervención urgente.
Se agacha y levanta mi faja del suelo.
—¿Estabas… luchando con esto?
—La boda es el sábado —rompo en llanto otra vez— y mírame… Soy un desastre. Un mapache abandonado, con el corazón roto, con este vestido espantoso, sin acompañante. ¡Seré la burla de mi familia otra vez!
—Dijiste que irías con tu novio —dice Marlon, arqueando una ceja.
—Mi “novio” —hago comillas en el aire— ya tenía prometida.
Marlon abre la boca.
La cierra.
La vuelve a abrir.
—Pensé que lo de ustedes no tenía etiqueta.
Le lanzo un chocolate.
Lo esquiva como si entrenara para ello.
—A ver, Miss Drama Queen —dice cruzándose de brazos—. Tu novio no tiene prometida. Jane es una acosadora. Literalmente.
—No la defiendas —gruño.
—No la defiendo —dice levantando las manos—. Te digo la verdad. Ella ha estado enamorada de él desde los quince.
—GENIAL —digo con sarcasmo—. Ya me siento mucho mejor. Gracias.
—No nos estamos entendiendo… —murmura él, frotándose el puente de la nariz—. Mick va a matarme, pero no puedo dejar que te quedes aquí hundida en la miseria.
—La miseria es mi apellido —suspiro.
—Sienna… te voy a contar la historia entera.
—No quiero escucharla —corto, levantándome como puedo (casi me caigo)—. Mi prioridad es terminar esta maleta enorme, ir al aeropuerto, llegar a USA y sobrevivir dos días de tortura antes de la boda.
Marlon suspira.
—Voy contigo.
Parpadeo.
—¿Qué?
—Que te acompañaré —se encoge de hombros—. Fingiré que soy tu novio. Aunque Mick quiera matarme después.
Mi corazón, que lleva dos días roto y aplastado, hace un pequeño tic.
—¿Harías eso por mí?
—Solo si después prometes escuchar a Mick. De verdad, Sienna… no es lo que piensas.
Me quedo muda.
De verdad muda.
Luego asiento.
—Vale.
Él sonríe satisfecho.
—Bien. Voy a buscar ropa decente. Y no pienso actuar como hippie, te lo prometo.
Burbuja ladra.
Marlon le guiña un ojo.
Yo respiro… por primera vez desde que todo explotó.
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POV MICK
El móvil vibra mientras estoy sentado en el borde de mi cama, sin haber dormido en dos días.
Ojeras.
Café frío.
Culpa.
Silencio.
El nombre en la pantalla me sorprende: Marlon.
Contesto antes del segundo tono.
—¿La viste? ¿Está bien? ¿Respira?
Del otro lado escucho un suspiro largo, dramático, agotado.
—Respira… pero Mick, hermano… está fatal. Te odia. Te odia, viejo.
Me aprieto la frente. Me dan ganas de golpearme contra la pared.
—Mierda… —susurro—. Lo sé. Lo sé. No quería que fuera así. Solo necesitaba arreglar a Jane primero. Se puso muy mal.
—Sí, bueno… —dice Marlon como quien abre una nevera llena de comida podrida—. Aquí también tengo un desorden emocional nivel apocalipsis. Llantos. Chocolates. Faja volando. Un vestido colgando de la lámpara.
Una escena muy digna de película.
Me pasa la mano por el rostro.
—¿Está llorando?
—Está llorando, comiendo, llorando, comiendo, repitiendo… y de vez en cuando me lanza chocolates. Uno casi me saca un ojo. Creo que la diabetes la va a matar antes que la tristeza.
Me pongo de pie, nervioso, caminando por la habitación.
—Dime que hay algo que pueda hacer. Lo que sea.
Marlon duda.
Esa pausa me pone peor.
—Ya encontré una forma… al menos… de que quiera escucharte.
Me detengo.
—Bro… en serio, te lo juro… siento que te amo —le digo con la voz rota.
—Lo sé, lo sé —responde él—. Pero antes de que me dediques una serenata, escucha: tienes que venir a cuidar a Mishu.
—¿Qué? ¿Por qué tendría yo que…?
—Porque la forma de que ella te escuche —dice con tono teatral— es acompañándola a la boda de su hermana.
Me congelo.
—¿La boda…? ¿Qué? ¿Cómo que la boda? ¿Qué boda?
—Sábado —responde él como si estuviera leyendo un anuncio—. Dos días. Ella está intentando meter una vida entera en una maleta y llorando sobre una faja.
Yo solo estoy intentando que deje de parecer un mapache con crisis existencial.
Me llevo la mano al pecho.
—¿Y qué… qué tiene que ver eso conmigo?
Marlon suelta la bomba:
—Voy a acompañarla. Fingiré ser su novio para que su familia no la humille otra vez.
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Editado: 30.11.2025