Mi venganza contra el amor

Mi extraño esposo

Mi extraño esposo

Podía ver la sangre de sus heridas traspasar su camisa blanca, en su cara se dibujaba una expresión de dolor, me sentí culpable al verlo sudar del ardor, no sabía si él quería que una extraña como yo le curara sus heridas, estaba en una situación vulnerable y mi primera reacción fue hacerme cargo de él, pues, al fin y al cabo, estaba sí por mi culpa.

—Vamos, siéntate aquí, seré lo más cuidadosa posible. —le dijo Alice nerviosa, sentía que cualquier movimiento le causaba un agudo dolor.

—No tienes que hacerlo tú, llama a cualquiera de las criadas para que me cure, ese es su trabajo. —exclamó Carter entre dientes.

—¿Cómo haría algo así? Yo quiero curarte las heridas, me salvaste la vida, es lo mínimo que quiero hacer. —le respondió Alice con firmeza.

—Eso es lo que no quiero, que hagas las cosas por que sientes que tienes un compromiso, habrá circunstancias como estas en las que no estas obligada a realizar.

—Ya te dije que lo haré yo misma, quiero hacerlo.

Alice le quito la camisa con cuidado, se sentía nerviosa de rosarlo con sus dedos, Carter era todo un hombre, tenía la misma edad de que ella y aun que era perfecto, no era Hans.

—No entiendo como es que el ungüento que te pusieron no impidió que el suero de las heridas se te pegará con la ropa, respira profundamente, esto te dolerá un poco. —le dijo Alice con pesar en su corazón.

—Solo hazlo, no te preocupes si me duele o no. —exclamó Carter quien al momento de que Alice le despego las vendas su cara se puso roja de dolor.

—Lo siento…una más y estará despegada por completo.

Carter asintió con la cabeza y por fin Alice pudo despegar la venda, el ardor era insoportable, Carter no dejaba de transpirar, la pena que Alice sentía le oprimía el pecho.

—Esto te aliviara el dolor. —después de limpiar las heridas, le colocó un ungüento y después le dio sus analgésicos, Carter se sintió aliviado después de eso.

Estaba recostado sobre el sofá, tenía sus lentes en la mano, se estaba quedando profundamente dormido, hasta que por fin el sueño lo venció.

Alice lo miraba desde la otra esquina, sabía que, en el fondo, Carter era un buen hombre.

—Si Hans no hubiera a parecido en mi vida, probablemente me habría enamorado de ti. —se dijo Alice en sus pensamientos.

Mientras tanto…

—Ya han pasado seis meses desde que nos casamos…y no hemos consumado nuestro matrimonio, me le he insinuado de todas las maneras posibles y ni siquiera me voltea a ver ¿Qué tiene ella que no tenga yo? Yo soy rubia, los hombres aman a las rubias, tengo un buen cuerpo y los hombres me codician, pero el único que me interesa esta enamorado de una sin vergüenza mayor que él, cuando la vi no me causo ninguna impresión, no es la más hermosa, ni la más voluptuosa y a pesar de que no se ve de su edad…sigue siendo siete años mayor que nosotros, no se ve que provenga de una buena familia y aun así logro enamorarlo, tan perdidamente que aun su recuerdo le carcome el alma. —se dijo Aurora así misma mientras se arreglaba.

La noche era joven, ella no se rendía y cada día se convencía de que no importaba cuanto se resistiera, algún día su marido se vería tentado por el deseo y la tomaría.

Hans se encontraba en su oficina, miraba fijamente por la ventana aquellos jardines que le recordaban al laberinto donde conoció a Alice, las veces que sonreía era cuando pensaba en todo lo que habían vivido juntos, pero su corazón se marchitaba cuando su realidad se hacía presente.

—¿Qué estarás haciendo en estos momentos señora bonita? ¿aun pensarás en mí? Yo no te he olvidado, llevo tus labios tatuados en mi pecho y aun saboreo tu saliva, aun en sueños recuerdo como era sentirte al tacto, tu piel suabe y fresca, rosada y mía.

Hans suspiró profundamente, la añoranza lo visitaba cada noche, estaba haciendo su trabajo, estaba casado por el bien de la familia, por la salud de su madre, muy a lo lejos se podía apreciar la mansión de su hermano Carter, su madre había comprado unas tierras enormes donde había mandado construir tres condominios lujosos, tres mansiones dignas de su apellido, y a la distancia apenas si se veía la residencia de u madre y su hermano, había un pequeño bosque en el medio, ahí podían ir para cabalgar o cazar zorros, pavos o conejos, y debes en cuando los venados se dejaban ver.

Mientras Hans se perdía en sus pensamientos, Aurora entro con una lencería de encaje negro, dejaba a la vista su cuerpo que apenas si era cubierto por la transparente tela.

—Hola esposo… ¿aun sigues despierto? —le preguntó Aurora con voz suabe.

Hans se había excitado al recordar a Alice, tenia todos sus sentidos a flor de piel y al momento de ver a su esposa entrar por la puerta su mirada se le fue al cuerpo.

—Eso, es…mírame bien, ningún hombre puede resistirse tanto, deja que tus ojos me recorran por completo y haz de mi lo que quieras, que solo anhelo ser tuya. —manifestó Aurora en sus adentros quien poco a poco se acercaba a él.

—¿Qué haces vestida con esa ropa? Y ate dije que no te vistas así cuando estes conmigo. —le dijo Hans con el ceño fruncido.

—No tengo otro tipo de ropa, además soy tu esposa ¿Qué tiene de malo que me veas de esta forma? ¿acaso te parece que tengo un cuerpo repugnante? —le preguntó Aurora mirándolo con intensidad.

—No es eso, pero ya te dije que entre nosotros no pasará nada, lo nuestro solo es un arreglo económico y social, nada más.

—¿Y que hay de nuestra dependencia? Algún día tendremos que tener un hijo ¿Por qué no empezar ahora?

—Aléjate Aurora, no me siento muy bien.

—¿Qué? Pero…

Aurora se dio cuenta que Hans estaba excitado, pudo mirar entre sus piernas aquello que no podía ocultar y su corazón latió lleno de esperanza y se dijo así misma que entonces no le desagradaba del todo.




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