Mi verdadero primer amor

Destino invisible

Manizales es hermosa: el arte gótico de la catedral, el parque Bolivar con su Bolivar Condor, las estatuas de los colonizadores, los murales, la gente amable y cálida; es llamada "la ciudad de las puertas abiertas", "campus universitario" con grandes oportunidades para los estudiantes, y sobre todo "la fábrica de los atardeceres": por su ubicación, Manizales es una ciudad llena de lomas, lo que permite, desde casi cualquier ángulo, apreciar lo bello del cielo y de la misma ciudad. 
Gran alegría me daba visitar tan hermosa ciudad y en fechas tan importantes. Aquellos sí eran años buenos: tenía la edad perfecta para que me diera igual la vida pero para al mismo tiempo sentir ganas de explorarla; mi familia era muy unida, los tíos más divertidos no hacían falta y la inocencia de los primos aún no estaba agotada. Aquellos sí eran años buenos. 

El 24 de diciembre hicimos un asado navideño: la gente no cabía en la sala. Por ello se acudía a lugares más recursivos como la acera de en frente, las habitaciones, la cocina y el garaje. Llegó la noche buena, una inundación de calidos abrazos, felicidad y lágrimas nos rodeaba. Unos minutos después, todo era calma. Unos bailaban, otros comían, otros charlaban. Todos nos acomodábamos a nuestro gusto. 
Karen, mi prima, tiene ojos verdes, cabello rubio, es gordita y relativamente alta. Con ella tenía una buena conexión en ese entonces y me pidió que la acompañara a saludar a un amigo. A lo que accedí sin reproche: quería un poco de silencio. Fuimos al barrio vecino, cruzamos un pequeño campo al lado de unas casas y llegamos a un vecindario en el que las casas que, de 3 o 4 pisos, eran de arquitectura similar: un garaje en el primer piso que daba a la calle, un segundo piso con ante jardín y uno o dos pisos más. Subimos por unas escaleras ubicadas al lateral del garaje; allí habían dos chicos esperando a Karen, quien subió emocionada y los saludó con efusividad. Yo, más bien tímida, me quedé al inicio de las escalas hasta que mi prima me invitó a subir y me presentó: me dijo sus nombres, pero yo, por avergonzada o no sé por qué en realidad, no los acaté. Uno de ellos era bastante atractivo: alto, fornido, de sonrisa galante, moreno y efusivo. El otro chico, a quien no logré ver bien el rostro pues usaba una gorra plana, solo le pude notar que en medio de las cejas tenía un gran lunar con cierta inclinación a la ceja izquierda; era bajo, de piel un poco más clara, con cierto toque de musculatura y bastante serio. Después de esa presentación a la que no le di tanta importancia, regresamos con nuestra familia y terminamos de celebrar las fiestas.

 




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