Mi verdadero primer amor

Tan jodida como cualquier otra chica jodida

En esta ocasión el estar en Manizales no me alegraba tanto, era un estado semi amargo que me llevaba a la depresión. Me volví más rebelde, me cortaba las muñecas y me pasaba los ratos con una prima a quien también le gustaba vivir la rebeldía: su nombre también es Karen, pero es todo lo opuesto a su tocaya; delgada, ojos cafés, cabello oscuro y una verruga negra en la mejilla derecha cerca a su labio. Andábamos por todas partes buscando problemas y con qué olvidarnos de ellos: fumábamos cigarrillo, tomábamos y, por falta de dinero, acudíamos a cualquier sustancia ocurrente para perder la conciencia. 
Una de nuestras ideas para lograrlo, fue bebernos unas gotas para dormir que le habían medicado a mi tía. No recuerdo bien cuánto tiempo estuve dormida: mi familia dijo que fueron tres días, para mí fueron apenas unos segundos. Y cuando desperté solo quería morir. Mi madre me ordenó que me diera una ducha y yo, casi por inercia, hice caso a su petición (aún quería morir). En microsegundos pasé de estar de pie frente a la ducha a estar sentada en un rincón, botando sangre por mis muñecas, piernas y canillas; el siguiente cuadro es de mí enrollada en una cobija mientras mi madre y un tío me cargaban en dirección a la salida.

-¿Por qué haces esto? -dijo mi madre entre lágrimas -¿Es que no me amas?
-Yo sí te amo- le respondí mientras me subían al taxi y todo se volvía negro de nuevo. 
Tres días después, por medio de un examen de orina, el médico descubrió lo que sería una infexión urinaria transmitida sexualmente: otra experiencia desagradable que me quedó de mi primera relación sexual con el galán de Julio, por la cual tuve que tomar antibióticos por 15 días y más importante aún: mi madre se enteró de que yo ya no era virgen. 
Cuando salí del hospital, me decidí a escribirle a Julio con el motivo de advertirle la infección que él por consiguiente tenía. 
Mi rebeldía no terminó después de ello: no toleraba a mi hermana y decidí irme a vivir con una tía. Cosa que no le pareció bien a mi madre. Quien fue en mi búsqueda, y a punta de correazos me regresó a casa. Después de una batalla algo ridícula a razón de desempacar mi maleta, en la que ella descargaba la correa en mí y yo fingía que no me dolía, se dio por vencida y, al verla llorar, me dolieron esos y todos los correazos que me pudiese haber dado en la vida. Se fue de la habitación y por fin pude razonar por primera vez en mi vida. Así pues, tan arrepentida que el sollozo no me dejaba hablar, le ofrecí mis disculpas. Pero nada volvió a ser como antes.

Después de tan horrorosa experiencia, empezó mi motivación por un cambio, pero a pequeños pasos. Al fin comencé de nuevo a estudiar. Al menos tenía algo para distraer mi mente. Lo que no sabía es todo lo que conllevaría mi regreso a clases.




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